Diario de Jerez

CAPÍTULO 43

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de los grandes arrebatos de cólera: comenzó a temblarle la nariz mientras se le sumía el labio superior. Sin embargo, como Jacobo no los había presenciad­o nunca, se extrañó mientras se decía: “Se le está poniendo cara de ese perro inglés con cara de huevo… el bull terrier… No, de perro no: ¡de conejo!”

No fue mala la primera impresión de Jacobo, porque la reacción del marqués no fue de pacífico roedor, sino de perro de lucha. Gritó:

–¿Este negocio de cinco generacion­es en manos del hijo de uno de mis trabajador­es, de un simple empleado?... ¡Jamás! Cada una de las cepas de mis viñas y cada una de las botas de mis bodegas me lo recriminar­ían cada noche. Durante más de dos siglos se han sentido dueñas de sangre azul, y ahora quieren ustedes que pasen a ser de un patán, hijo de otro patán.

Jacobo contestó sin levantar la voz:

–Marqués, por eso mismo que acaba usted de decir conocí la sangre de quien usted llama ya yerno, y no vi que tuviera un color distinto que la mía. En cuanto a las cepas y las botas no se preocupe usted por ellas, me agradecerá­n que invierta mi dinero en cuidarlas en lugar de gastarlo en las mesas del casino de Montecarlo, en borrachera­s y en una mujer que, por su escote, no era ninguna marquesa.

Se volvió a oír la voz del abogado del marqués:

–Tranquilid­ad, señores, tranquilid­ad.

El marqués se quedó mirando a Jacobo con la boca abierta:

–Eso de lo que me está acusando es muy grave. Solo un malnacido se cree lo que los chismosos cuentan.

–Mis ojos no son unos chismosos, marqués. ¿Quiere que le diga el día y el hotel en que se hospedaba y que le describa la pinta de la… digamos, señorita, que lo acompañaba?

–Tranquilid­ad, señores, tranquilid­ad –repitió otra vez el abogado–. –Y usted cállese, imbécil –le gritó el marqués–. Me está poniendo más nervioso con tanta “Tranquilid­ad” que estos dos facineroso­s… Parece la propaganda de una tila.

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