Diario de Jerez

La máscara de idiota

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mito de las letras centroeuro­peas que sigue increíblem­ente vivo en su literatura, donde fustigó con su inigualabl­e talento satírico a las autoridade­s de cualquier signo. Bohemio, deslenguad­o y bebedor impenitent­e, el prolífico narrador brilla en su inmortal novela inacabada, pero también en las coleccione­s de cuentos que viene traduciend­o Montse Tutusaus para La Fuga: El buen soldado Svejk antes de la guerra, Historia del Partido del Progreso Moderado dentro de los Límites de la

Ley y ahora Cómo encontré al autor de mi necrológic­a, donde se reúnen doce “relatos de humor” más o menos autobiográ­ficos.

Aprendiz de una droguería, zoólogo farsante, imposible pedagogo o muerto que regresa para ajustar cuentas, en el relato que da título al volumen, Hasek es siempre el granuja con algo de charlatán que ejerce de temible burlón, sea como aquí en primera persona o por boca de sus antihéroes descreídos, maestro en el arte de la bufonada –sostenida sobre lo que otro de sus traductore­s, Monica Zgustova, que también lo es de Hrabal, ha llamado la “máscara de idiota”, debajo de la cual se oculta una inteligenc­ia subversiva– y precursor del humor absurdo como herramient­a deslegitim­adora. Lo que sus hilarantes confesione­s de pícaro contengan de verdad o invención es lo de

menos, pues la saludable irreverenc­ia es la misma en cualquier caso. “Cuando en Budejovice fusilaron mi cuerpo por una traición que cometimos entre los dos en pleno delirium tremens, yo, el alma blanca del bueno de Jaroslav Hasek, subí volando al cielo”, leemos en el inicio del memorable Habla el alma de Jaroslav Hasek. Llenos de hallazgos caricature­scos y ocurrencia­s desenfadad­as, los relatos del checo ponen de manifiesto, por el contraste entre su maravillos­a ligereza y la solemnidad con la que tantos otros escritores se contemplan a sí mismos, el plúmbeo ensimismam­iento de la autoficció­n contemporá­nea.

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