Vida y ventura de Lucio Anneo Séneca
que por ello mismo ha conocido una larga y misteriosa ventura.
En este sentido, resulta curioso que Lessing, en su Laocoonte, acusara a Séneca de escribir para gladiadores (refiriéndose a la parquedad sentimental de sus dramas), cuando lo cierto, según nos recuerda Socas, es que Séneca mostró una reiterada curiosidad por la la figura y el destino de los gladiadores, cuyo desdichado final pareció divertirlo y repelerlo en igual medida. Con esto se quiere señalar que el Séneca de Lessing, que el Séneca del XVIII, no podía ser el mismo que el Séneca de Petrarca, el de Montaigne o el de don Marcelino Menéndez y Pelayo, cuya figura venía ya cubierta por la erisipela nacionalista que aquejó al XIX y al XX. Esta segunda vida de Séneca, tan importante como su vida biográfica, es la
Séneca fue un habitante del siglo I, un hijo de Roma, cuyas ideas y costumbres distan mucho de ser las nuestras. Ahí es donde la erudición de Socas se aplica para alzar, con la notable utillería de sus saberes, la efigie de un ser humano, que linda con sus propios prejuicios –no con los nuestros– y con su particular concepto del mundo. Ese es el logro indiscutible de este ensayo, que acaba por ofrecernos el retrato de un político ambicioso, de un escritor enfermo, seductor, riquísimo, contradictorio; un hombre que emerge del minucioso análisis de su obra, pero también de sus actos mundanos. El Séneca que habita estas páginas es el niño que sueña una pureza estoica, el joven que ambicionará la gloria, el anciano que ha glosado el bien morir y, no obstante, desea fatigosamente seguir vivo. Es el hombre que, tras sobrevivir a Claudio, ha pastoreado a Roma. Es el preceptor que ha modelado a Nerón y morirá desangrado a una orden suya.