COTO

la Virgen… ¡Ay los pinos despidiendo a las carretas que se iban poco a poco por el camino de vuelta! Si con algo entre tantos nombres se llamará un día a este 2020, será con lo que no hubo ni pudo ser, en este año en el que aprendimos dolorosamente a aplazar la vida, quizás para apurarla intensamente cuando todo vuelva. Habrá sido la gran lección para quienes creen confiadamente que todo está ahí, siempre a su disposición y cuando les apetece, como si vivir pudiera tomarse y dejarse al antojo de quienes ignoran que vivimos pendientes del milagro de un hilo.

Los campos están hoy tan vacíos de carretas como las sevillanas sin palmas ni guitarras a las que se le hubieran borrado sus historias. Ni en el trascón del carro yo llevo el vino, ni ha pasado esa niña que va andando camino de las arenas. No hay pasos que contar de la ida y de la vuelta. Todo se ha hecho un silencio, silencio por la Marisma del maestro Pareja Obregón, atenazado en gargantas que aguantamos un nudo de vítores y avemarías para otro año desde este que está cargado de una difícil melancolía por la que cruzamos el único camino que podemos hacer. José Manuel te digo de mi memoria. Silencio de flauta y tambor, mientras que como jamás se habían visto, lloran los pinos del coto.