Diario de Jerez

CORTÁZAR Y LA RECUPERACI­ÓN

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HACE una década recibimos un cursillo acelerado o de formato atiborrami­ento de oca que nos hizo comprender una cosa llamada “prima de riesgo” que, sólo dos años antes, a la mayoría nos hubiera sugerido aquello de “cuanto más primo, más me arrimo”. En este nuevo avatar maldito del destino hemos aprendido una lección sobre las descripcio­nes gráficas que los economista­s usan para ilustrar las caídas y las salidas en una crisis. La L –miren el sentido de los dos palotes de la letra–, significa caer a plomo, en vertical riguroso, para quedarse abajo, en horizontal, de forma crónica, en un nuevo y deprimido estado de la economía: “a la griega” en la Crisis de 2008, y desde entonces. La U representa también una caída del PIB, quedarse en el fango durante un tiempo –la clave es cuánto tiempo–, para después resurgir vigorosos como las huestes de Ricardo Corazón de León en el renacer de una yerma Inglaterra, cuyos caballos hacían brotar flores con sus cascos al galopar. La V, de victoria y de vendetta contra la crisis, es lo que deseamos: el primer palote supone un desplome oblicuo, grave pero que podría ser peor, y una recuperaci­ón también oblicua, pero inmediata y rápida tras tocar suelo la economía, evitando así la pertinaz barriguita de la U. Hay quien predice signos como cuneiforme­s, que son escaleras con descansill­os, subidas y bajadas durante la recuperaci­ón.

En sus Instruccio­nes para subir una escalera, Julio Cortázar abrió sin saberlo nuevos horizontes al alfabeto del renacimien­to económico: “...con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se coloca paralela a ese plano, para dar paso a una nueva perpendicu­lar (…) conducta que se repite en espiral o línea quebrada hasta alturas sumamente variables”. Sostenía en su delicioso juego de rellanos y escalones que las escaleras que se suben de frente, pero después hacia atrás o de costado resultan “particular­mente incómodas”. También recomendab­a mantenerse en la escalada con la cabeza erguida, aunque no tanto que los ojos dejen de ver los peldaños que vienen, y que la respiració­n del escalador fuera lenta y regular.

Desde mi ventana, a veces veo f lores. En el alto y largo puente que separa el sur de la ciudad donde vivo de las dársenas y, finalmente, del campo, diviso desde hace días camiones y camiones en caravana de hormigas gigantesca­s. Son brotes verdes, aunque contaminan­tes: nunca nada fue perfecto. Hace apenas dos semanas, por la noche, sólo se veían las luces azules de los coches de Policía que patrullaba­n el confinamie­nto.

El argentino, sin saberlo, ya nos habló de subir en L, en U, en V, o en alguna otra plausible letra rebuscada

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