EL AFINADOR DE FUENTES
LECTURAS CONTRA EL CORONAVIRUS
EL abogado agachó la cabeza, musitando: “Cállate, Gumersindo, cállate”. Volvió a oírse la voz de trueno del marqués:
–Tendrá que darme cuenta de esa acusación. Le vuelvo a repetir lo mismo: jamás tendrá mi bodega.
Habló don Rafael:
–Jamás es un adverbio voluble, marqués. Mi cliente no le está preguntando si es su deseo venderle la bodega, porque prácticamente ya es de él. Contra mi criterio, se ha empeñado en fijar un precio y unas condiciones de venta, pero si no llega a un acuerdo con él, don Jacobo se adjudicará todos sus bienes en subasta.
–Su cliente –respondió el marqués– le ha mentido, como miente a todos llamándose marqués y dándoselas de caballero. Yo sé quién es y de dónde viene, y a mí no me engaña. Debe usted saber que yo no le he vendido nada ni él ha comprado nada mío, por lo que nada me puede exigir... Le repito que no venderé a su cliente: antes quemo la bodega, las casas y las viñas… Y ahora, ya están los dos en la calle.
–Lo que dice –replicó don Rafael muy tranquilo– es verdad, pero solo en parte. Es cierto que usted no le ha vendido nada a don Jacobo, pero no que él no ha comprado nada suyo: ha adquirido sus deudas con el banco y tiene embargadas sus marcas. Si no llega a un acuerdo con él, mañana mismo empezaré las ejecuciones en el juzgado. En seis meses habrá perdido usted todo lo que posee… a precio de subasta.
El marqués hundió su cabeza en el pecho. Durante un tiempo estuvo así, meditando. Levantó al fin la cabeza y dijo con voz extenuada y mirando a Jacobo:
–Quiero tratar solo con usted.
Se dirigió después a los abogados, aunque sin dirigirles la mirada:
–Ustedes, abandonen mi despacho ahora mismo.
Así lo hicieron, sin componer ninguno de los dos un gesto de irritación. El interés de sus respectivos clientes estaba por encima de sus sentimientos. Y es que ambos estaban sobrados de dignidad, pero desconocían lo que era el amor propio, que es una forma de dignidad,