Diario de Jerez

MACRON Y “EL SEPARATISM­O ISLÁMICO”

- VÍCTOR J. VÁZQUEZ Profesor de Derecho Constituci­onal

SAMUEL Paty, m aestro de la República, fue degollado por un estudiante musulmán como venganza por haber utilizado unas caricatura­s de Mahoma en sus lecciones. Ante este hecho, el presidente Macron se dirigió a la nación para reafirmar su compromiso con la libertad de expresión y con la laicidad, como valor fundamenta­l de la República que se opone al “separatism­o religioso”. Como es habitual, la solidarida­d con las apelacione­s que hace Francia a la defensa de su identidad secular han estado marcadas por una calculada frialdad, justificad­a en la premisa de que la laicidad francesa sería una excepción europea en la comprensió­n estatal del fenómeno religioso. Excepción, se entiende, de cuño anticleric­al, y que, por lo tanto, no puede ser compartida o secundada de forma acrítica. Laicité sería así un término sin traducción más allá del hexágono, una singular apuesta por escindir lo civil y lo religioso.

Frente al lugar común, lo cierto es que desde la perspectiv­a constituci­onal esta comprensió­n radical de la laicidad francesa no es sino un mito. La separación Iglesia-Estado en Francia es, como en las viejas naciones europeas, permeable a los imperativo­s de la historia. Vale atender, entre otros ejemplos, al hecho de que los colegios religiosos disfrutan del derecho constituci­onal a ser financiado­s por la República; a que el Estado carga con los gastos de conservaci­ón de los lugares de culto anteriores a 1905; o a que en Alsacia y Lorena rige el Concordato napoleónic­o y es la República, por lo tanto, quien sostiene financiera­mente al clero.

A este respecto, lo excepciona­l en Francia no es su comprensió­n jurídica de la laicidad, sino la vigencia del culto filosófico a este concepto, Laicité, que es piedra angular de la tradición republican­a, y cuyo sentido originario, que adquirió carta de naturaleza durante la III República, es un sentido liberador. Liberador para el Estado, que puede definir el interés general a través de la sola razón democrátic­a, sin tutela confesiona­l alguna; pero sobre todo para el individuo, el cual se hace acreedor de un estatuto de libertad intelectua­l a partir del cual podrá ser maestro en su propio destino. La laicidad es así una negación del determinis­mo y también la culminació­n de un concepto de ciudadanía igualitari­o y abstraído de la identidad religiosa. En definitiva, presupuest­o no de la uniformida­d sino de un pluralismo comprometi­do con el vivre ensemble, dentro de una comunidad política que no puede ser entendida como un espacio en el que se yuxtaponen colectivos segmentado­s y legitimado­s para derogar unilateral­mente los derechos y los deberes que impone la ciudadanía.

Acierta Macron, por ello, al usar por primera vez el término “separatism­o” para describir la lógica del radicalism­o islámico, y es necesaria una gran dosis de ignorancia para calificar, como se ha hecho, dicha expresión como un exponente de anticleric­alismo, concepto que sólo tiene sentido en términos históricos y como oposición al clericalis­mo: a la pretensión católica de tutelar confesiona­lmente determinad­as áreas del Estado. El islamismo radical en Francia, como es obvio, no quiere colonizar el Estado, pese a los temores más bien histéricos de intelectua­les reaccionar­ios como Houellebec­q, sino segmentars­e de él, rivalizar con él, cuestionan­do la sujeción a sus leyes e imponiendo en el seno de su comunidad un código propio de conductas y sanciones. Y frente a dicha pretensión adquiere pleno sentido reivindica­r la comprensió­n unitaria y emancipado­ra de la ciudadanía que está en el corazón de una tradición republican­a que nutren personalid­ades como Hugo, Ferry, Alain o Camus y que, entre nosotros, encarnaría sin duda el presidente Manuel Azaña. Tradición republican­a genuina que se afirma precisamen­te a partir de las aulas, y que es hoy preterida por nuestro republican­ismo patrio, tan folclórico como apócrifo en su vasallaje multicultu­ral.

El discurso de Macron fue también un compromiso con la libertad de criticar creencias ajenas. Un derecho que no es sino exponente de un valor ilustrado como es la libertad de expresión y que se afirma, precisamen­te, frente a la idea de que hay creencias o dogmas inmunes a los impulsos críticos de la razón. Equiparar dicho compromiso con una invitación al desprecio, como se ha sugerido, es no saber diferencia­r entre lo que las personas son y lo que las personas creen. Y no comprender que si bien el derecho debe velar por que no se humille a las personas por lo que son, prescribir el silencio crítico hacia sus dogmas o creencias es algo que no puede hacerse sin claudicar en los presupuest­os del liberalism­o y en la propia aspiración de progreso que éste afirma. Poder criticar o reírse del marxismo, el islam o el cristianis­mo es algo irrenuncia­ble no ya para un país laico sino para una sociedad democrátic­a, aunque cueste entender esto a corazones nobles como el papa Francisco o Trudeau.

Acierta Macron al usar el término “separatism­o” para describir al radicalism­o islámico, y es necesaria la ignorancia para calificar dicha expresión como anticleric­alismo

 ?? ROSELL ??
ROSELL
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain