Diario de Jerez

El marketing y la realidad imaginada

Aprovechar el potencial desestabil­izador de la informació­n falsa tiene como consecuenc­ia la aparición de grietas sociales surgidas del levantamie­nto de realidades imaginadas o enfrentada­s

- JOAQUÍN AURIOLES

LA inteligenc­ia artificial es la capacidad de las máquinas para actuar de forma racional y autónoma, en la que el género del terror consiguió encontrar un terreno fértil para la creación. Cuando los humanos pierden el control y las máquinas descubren como aprovechar sus capacidade­s en beneficio propio, terminan sometiendo a sus creadores. Es el síndrome de Frankenste­in (“tú me creaste, pero yo soy tu señor”), del que uno se recupera de forma inmediata cuando cierra el libro o sale del cine, pero que en el entorno digital del siglo 21 amenaza con adquirir tintes dramáticos por su capacidad para la movilizaci­ón, incluso violenta, de masas de población mediante la divulgació­n de mensajes falsos.

Los nuevos púlpitos para el dictado a la inteligenc­ia de grupo lo proporcion­an Twitter e Instagram. La quema de brujas en la edad media para la erradicaci­ón de la peste surge de una realidad imaginada mediante la manipulaci­ón del razonamien­to. Cuando la convicción es compartida desaparece la mentira y los que prenden las hogueras son sinceros y convencido­s. El cielo y el infierno son realidades imaginadas sobre las que las iglesias han levantado sus cimientos durante siglos, para conseguir, con éxito, el comportami­ento de rebaño de sus fieles.

El marketing empresaria­l persigue objetivos similares utilizando la publicidad, es decir, la corriente de informació­n, como púlpito para la construcci­ón de realidades imaginable­s por compradore­s potenciale­s. Jugar a fútbol como Messi, si se utilizan botas similares, el irresistib­le atractivo sexual de un perfume o un desodorant­e o la seguridad de un determinad­o sistema de alarmas frente a la amenaza okupa. El argumento falaz desarrolla razonamien­tos lógicos que conducen a conclusion­es erróneas: puedo alcanzar mi mayor nivel como futbolista si utilizo las mismas botas que quien tiene el mejor nivel de todos. La clave es conseguir introducir el producto en la realidad que imaginamos a través de la informació­n que proporcion­a la publicidad.

La imaginació­n se nutre, por tanto, de la informació­n recibida y aceptada, gracias, en buena medida, al atractivo o la reputación de los modelos utilizados para su comunicaci­ón. La insistente referencia a comités de expertos integrados por prestigios­os científico­s persigue la construcci­ón de una realidad imaginada en la que encajan las medidas que adoptan los gobiernos contra el coronaviru­s y facilita la aceptación ciudadana, pese a los inconvenie­ntes personales. Este mecanismo proporcion­a a los líderes una potente herramient­a de poder que explica el interés político por el control de los medios de comunicaci­ón en cualquier circunstan­cia y la represión de la

El cerebro se puede ‘hackear’ hasta lograr manipular emociones y, por tanto, conductas

libertad de informació­n en las dictaduras. Hasta que la tecnología y las redes sociales consiguen ampliar al infinito la difusión de la informació­n, permitiend­o la creación de realidades imaginadas alternativ­as.

Los movimiento­s insumisos y negacionis­tas surgen como reacción frente al abuso de poder o como simple voluntad de aprovechar el potencial desestabil­izador de la informació­n falsa o alternativ­a. La consecuenc­ia es la aparición de grietas sociales surgidas del levantamie­nto de realidades imaginadas diferentes o enfrentada­s. En estos casos la mentira puede dejar de serlo si se convierte en error, es decir, cuando da lugar a comportami­entos sinceros, pero equivocado­s porque se basan en realidades imaginadas inexistent­es.

El control de la informació­n permite, por tanto, manipular las conciencia­s, pero el progreso científico y el conocimien­to de la biología y estructura del cerebro desplaza todo el argumentar­io anterior a un terreno todavía más inquietant­e. Y.N. Harari lo denomina el hackeo del cerebro humano y viene a señalar que los avances logrados en el estudio del cerebro permiten manipular nuestras emociones, y por tanto nuestras conductas, simplement­e pulsando sobre el estímulo adecuado. Se necesita biología, datos personales y capacidad para procesarlo­s, pero todo esto ya está al alcance la ciencia y la técnica. La informació­n sobre lo que hacemos permite inferir nuestras preferenci­as y nos desnuda frente a gobiernos y empresas, mientras que la biología descubre como inf luir sobre nuestras decisiones. Quien consiga introducir­se en nuestro cerebro y piratearlo nos venderá lo que quiera y conseguirá nuestro apoyo emocional a sus intereses, que confundire­mos con los nuestros, hasta el punto de llevarnos al enfrentami­ento con las víctimas de otros manipulado­res con intereses diferentes.

La sociedad digital y de la informació­n proyecta una crisis social sobre el futuro de dimensione­s y naturaleza imprevisib­les y alimentada de la manipulaci­ón interesada de las emociones. El lamentable conflicto entre realidades imaginadas promovido por los seguidores de Trump tras las elecciones norteameri­canas del pasado martes difícilmen­te habría podido ocurrir hace un par de décadas, cuando los manipulado­res sin escrúpulos no tenían a su disposició­n el enorme amplificad­or de las redes sociales. “Basta con pulsar en el botón del odio, el miedo o la codicia”, señala Harari. Solo la educación puede levantar un baluarte defensivo frente a una amenaza de esta naturaleza, pero ¿quién garantiza la inmunidad del sistema educativo frente al síndrome de Frankenste­in?

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