Diario de Jerez

EL OBISPO DE TODOS

- RAFAEL NAVAS

CUANDO Juan del Río Martín, don Juan, llegó a Jerez en el año 2000, la diócesis todavía mantenía muy vivo el recuerdo del primer obispo, don Rafael Bellido Caro, cuya memoria permanece hoy arraigada en los corazones de muchas personas, a punto de cumplirse 17 años de su fallecimie­nto.

Tenía sólo 57 años don Juan, una edad bastante joven para un obispo, y todo era expectació­n ante su llegada a una diócesis, la de Asidonia-Jerez, también bastante joven, en la que había mucho por hacer en todos los sentidos. Desde un principio, aún en la sede episcopal de la calle Eguiluz, don Juan tuvo muy clara que su misión no era otra que construir, renovar e impulsar a la diócesis. Se puso manos a la obra y, nunca mejor dicho, comenzó a transforma­rla tanto en lo material como en lo humano, dando los primeros pasos para el traslado a la sede actual del Palacio Bertemati, en el Arroyo, muy cerca de la Catedral, pero también renovando los equipos que dirigirían los destinos de Asidonia-Jerez en un futuro que es hoy. Con un clero formado en gran parte por personas avanzada edad, Del Río apostó por sacerdotes jóvenes, algunos salidos del Seminario hacía poco tiempo, para muchos de los puestos de mayor responsabi­lidad.

Ejerció su labor pastoral para todos, sin apostar en particular por ningún grupo, asociación o movimiento de la Iglesia. Con unas elegantes formas bien diferentes a las de su antecesor, mucho más campechano, y a las de su sucesor, siempre compatible­s con la cercanía y la empatía de la que hacía gala y que le llevó a reunir a su alrededor a miles de fieles que acabaron siendo para siempre sus amigos. A ello le ayudó, sin duda, su gran conocimien­to de los medios de comunicaci­ón, tarea en la que se formó y que desarrolló muchos años en la Comisión Episcopal de Medios de Comunicaci­ón Social, creando numerosos lazos entre periodista­s y miembros de la Iglesia que permitiero­n una mayor apertura de ésta a toda la sociedad.

Cuando en 2008 tuvo que abandonar Jerez para hacerse cargo del Arzobispad­o Castrense de España, lo hizo sin ruido y dejando las puertas abiertas, hasta el punto de que mantuvo durante estos más de doce años el contacto con la ciudad y muchos de los amigos que conoció durante su paso. Siempre estuvo muy atento de todo lo que pasaba en Jerez y aprovechab­a algunos viajes a la provincia (a la Castrense de Cádiz o a la residencia militar de Cortadura, donde pasó algunos veranos) para ver a esos amigos y también para visitar lugares que estaban en su corazón como la Cartuja de Jerez. Y es que, aunque nacido en Ayamonte y residiendo tantos años ya en Madrid, don Juan nunca ocultó que una parte de su corazón estaba también en Jerez, la ciudad a la que llegó en plena madurez y donde está la sede de una diócesis a la que entregó ocho intensos años de una fructífera vida que se ha apagado demasiado pronto.

Descanse en paz y que siempre tengamos su ejemplo en la memoria de la Iglesia y de la ciudad.

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