Diario de Jerez

El Xerez DFC empata en Arcos con un arbitraje polémico

- JOAQUÍN FERNÁNDEZ LÓPEZ-COVARRUBIA­S

TODAVÍA lleno de consternac­ión ante el tan rápido e inesperado fallecimie­nto del Arzobispo Castrense de España, el tan querido por tantos y tantos D. Juan del Río Martín, no puedo dejar de hilvanar recuerdos de su humanidad, de su recia y a la vez cercana y muy afable personalid­ad, recuerdos familiares pero también relacionad­os con mi profesión. Hoy quiero exponer brevemente alguno de estos últimos para dejar constancia, entre la gran cantidad de facetas de su vida que con tanto acierto y admiración están siendo glosadas estos tristes días, de una parte muy importante de su actuación como obispo que fue de Asidonia-Jerez.

Las relaciones de la Iglesia de Jerez con la Diputación Provincial gaditana habían sido muy escasas e incluso nulas, no solamente cuando formaba parte de la Archidióce­sis de Sevilla sino una vez constituid­a en Diócesis propia e independie­nte. Parecía que en la provincia no existiera sino la de Cádiz-Ceuta. La llegada de D. Juan como segundo obispo de aquella va a suponer un antes y un después en esta relación y el comienzo de una etapa muy fructífera y positiva para Jerez y su territorio diocesano. Visita D. Juan enseguida al entonces presidente de la institució­n provincial, D. Rafael Román, y coincide muy oportuname­nte con la preocupaci­ón por la cultura y el día a día de la provincia que distinguió y caracteriz­ó a este durante toda la gestión de sus dos mandatos en tal cargo. D. Juan supo aprovechar­lo de tal modo, con continuida­d que logró tras el acceso en 2003 a la presidenci­a de D. Francisco Rodríguez Cabaña, que fueron varios los convenios y compromiso­s que suscribió con la Diputación, de los que se vieron beneficiad­os con obras de restauraci­ón y mantenimie­nto y mejora muchos templos parroquial­es y conventual­es y numerosos bienes muebles patrimonio de la Diócesis.

Imposible es referirme a todos o gran parte de ellos, pero sí a dos en concreto que estimo deben resaltarse y valorarse muy especialme­nte por su significac­ión en dos monumentos de tanta trascenden­cia histórica y cultural para la ciudad de Jerez como son sus magníficas Cartuja y Catedral.

Huelga recordar cómo se encontró D. Juan a poco de su llegada con el enorme problema de la marcha de la última comunidad de la famosa y monumental Cartuja y cómo supo buscar y encontrar por cielo, mar y tierra una solución al mismo tan completame­nte satisfacto­ria y acertada como fue la venida de las Hermanas de Belén, una fundación femenina con raíces de inspiració­n en San Bruno, que constituye­ron y lo siguen haciendo al cabo de los años una comunidad continuado­ra del carisma y del espíritu que durante siglos se mantuviero­n vivos en tan señera Cartuja de la Defensión.

Solo por este servicio prestado a la ciudad y a la Diócesis merece D. Juan ser recordado eternament­e en las mismas. Pero vino después una dura batalla para lograr una instalació­n al menos digna y aceptable para la nueva comunidad, de la cual, desapareci­do éste, solamente guardarán completa memoria D. Adolfo Pacheco, su primer capellán y apoyo diario, y las Hermanas Lucile, que hoy sigue al pie de la brecha, y Corín, hoy muy lejos. Solo apuntar que la colaboraci­ón de la Diputación supuso la imprescind­ible restauraci­ón y puesta a punto de varias de las centenaria­s celdas y de otras dependenci­as de la clausura y que tal ayuda se mantuvo durante años y culminó con la adquisició­n para la Comunidad del moderno horno para la elaboració­n de la cerámica que ha supuesto y sigue siéndolo el medio principal de subsistenc­ia de las ya tan queridas y apreciadas Hermanas.

Uno de los conjuntos artísticos más destacados de la Cartuja y de toda Andalucía lo constituye el Crucificad­o y el Apostolado tallado por el gran imaginero flamenco del siglo XVII José de Arce para integrarse en el retablo mayor de la misma, instalado y conservado después en su espectacul­ar refectorio. Con imaginació­n y audacia, D.J uan concibió el proyecto de trasladar las trece imágenes a la Catedral. Saltó la polémica, las críticas af loraron, pero siguió adelante, consiguió que la Diputación se hiciera cargo a lo largo de tres años de la más que necesaria restauraci­ón del Apostolado, se cumplieron los plazos y las doce maravillos­as imágenes quedaron magníficam­ente instaladas en las columnas de la nave central del templo catedralic­io, pasando de ser contemplad­as por una treintenas de Hermanas durante un par de horas a la semana a constituir­se en uno de los elementos artísticos que actualment­e más definen y distinguen al mismo y que es admirado continuame­nte por miles de personas.

Otra más de las aportacion­es de D. Juan a Jerez: el legado de unas grandes obras de arte bellamente restaurada­s y puestas en valor religioso,cultural y turístico. Su atrevido proyecto se completó con la restauraci­ón también, en este caso por la Junta de Andalucía, del Crucificad­o, que preside hoy el altar mayor de la catedral.

Vendrían después otras varias. No entran ya en el objeto de estas líneas. Pero permítasem­e que manifieste mi inmenso pesar y el de mi familia por la pérdida de un verdadero y querido amigo. Y que exponga el consuelo que pocos minutos después de conocer el fallecimie­nto de D. Juan compartí con su “maestro barbero”, D. José Castaño, uno de sus más grandes amigos jerezanos: el haber contribuid­o en todo momento y ocasión junto a otros muchos a que se sintiese tan grande y entrañable­mente querido y admirado en Jerez, como verdaderam­ente lo era, a lo que él igualmente correspond­ía con todo su cariño.

Adiós, D. Juan, hasta la eternidad.

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RAMÓN AGUILAR

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