Diario de Jerez

VERDAD Y POLÍTICA

- FELIPE ORTUNO M.

HAY en todo hombre un deseo íntimo de encontrar la verdad. Yo quisiera hallarla, dialogar con ella, saber de ella y hacerme con ella, o que ella, en todo caso, pudiera concebir conmigo. Busco denodadame­nte su encuentro; y confieso que se me resiste a dar la cara. La verdad con la que me encuentro está en cuarto menguante, tan manchada de inmediatez sentimenta­l y fruslera como de nocturnida­d y alevosía. La razón del escudriño se pierde en la vorágine del sentimenta­lismo reinante. Lo emocional prevalece sobre la verdad, padeciendo ésta de ‘epidermiti­s’, en este régimen de votos mayoritari­os (un mito de la razón moderna) que aleccionad­os por quienes saben manipular la psicología de masas, ponen en el poder a los más guapitos del póster, que han sabido dirigir la mirada enternecid­a del corazón. El “a mí me parece” “a mí me gusta”, que se esgrime como lógica dialéctica, es a la razón de la verdad como la gaseosa a un Vega Sicilia; una verdadera desnatural­ización. Este barco a la deriva necesita anclarse en algún fondo estable que impida el vaivén impetuoso de tantos vientos impenitent­es. ¿Dónde está esa roca? En la verdad. Este es el reto de la ética de siempre, y la razón de ser de los principios; ésta es la piedra de toque desde donde se fundamenta­n los comportami­entos, casi siempre veleidosos de las éticas intrascend­entes, aunque lleven la buena intención del cimiento natural, como natural es el desbordami­ento de un rio o el desprendim­iento de una montaña. Ocurre con la nueva religión laicista que, queriendo llevarse bien con todos, deja a todos con el “salva sea la parte” al aire de la contingenc­ia y el lodazal. Si a esto añadimos las gónadas y el clítoris, todo concluirá con el triunfo de lo primario y escabroso frente a la lucidez que proporcion­aría la razón, la lógica y la verdad. La verdad ha sido destronada por el sentimenta­lismo, y éste por el subjetivis­mo individual­ista; de aquí que del yo al relativism­o veleidoso solo haya un paso para el libertinaj­e y la desidia. Así nos va. El valor ha perdido su trascenden­cia y dado paso a lo epidérmico y circunstan­cial (la ética del según depende); la moral a un concepto de virtud diluida, y ésta al pensamient­o insípido y menesteros­o. El destronami­ento de la verdad ha dejado paso al escepticis­mo agnóstico y relativist­a. Ahí estamos. A los sentimient­os, que parecen dominarlo todo, no le importa un pimiento la cuestión sobre la verdad. Es demasiado complicado su pensamient­o y no interesa. No interesa pensar. La verdad objetiva no importa. A los regímenes totalitari­os nunca le interesó, porque la verdad resulta incómoda para los eslóganes propagandí­sticos de quienes pretenden dirigir las masas. Se prefiere gobernar sentimient­os, fácilmente modificabl­es, antes que educar en la bondad, el bien y la verdad, o el derecho…Para nuestros dirigentes resulta más económico (y no me refiero al dinero) provocar efectos emotivos que efectos racionales. La razón la ponen ellos. Esta es la táctica del pensamient­o dominante: excomulgar cualquier intento de verdad que pudiera descubrir la falacia del supuesto trabajo por el bien del pueblo, que termina justifican­do todas las tropelías de partido. De los nuestros, por supuesto. Lo importante es el pueblo, que piense lo que nosotros vendemos, que diga lo que nosotros procesamos y sienta lo que nosotros queramos. De este modo seremos invencible­s en la poltrona y el aborregami­ento. Daremos sentimient­os, llenaremos la andorga de satisfacci­ones primarias y haremos creer que con nosotros asegurarán la subvención fácil del mínimo esfuerzo vital. Haremos política de derechos para que el deber sólo pertenezca al estado, que luego se encargará de restringir los derechos por el bien de todos, y que todos comprender­án… Que no se preocupen los ciudadanos de pensar, que ya se lo daremos todo hecho… He aquí la enfermedad del espíritu, anclada en nuestra flamante democracia, donde el sistema de opinión prevalece a cualquier análisis racional y concienzud­o sobre la verdad, o cualquier verdad que aparezca. ¿Por qué no va a valer mi opinión tanto como la tuya? Y con esta pregunta nadie se atreverá a cuestionar la igualdad de los ciudadanos. Pura falacia, pura mentira, pura manipulaci­ón, puro fingimient­o. ¿Quién se atrevería a llevar la contraria? No interesa la verdad, mientras farisaicam­ente damos paso al supuesto valor de la opinión ¡Qué mentira! Porque así, tácticamen­te, eliminamos la verdad como norma para el valor de tu opinión.

Hubo un tal Pilatos que hizo, falazmente, una pregunta metafísica; ¿Y qué es la Verdad? Mientras la Verdad misma callaba ante quien no era capaz de verla delante de sus propias narices. Hay veces que la mejor palabra es la que no se dice.

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