Diario de Jerez

Caleidosco­pio de sensacione­s

- KIMIKA Castillo de Santa Catalina CÁDIZ BERNARDO PALOMO

LA Pandemia ha trastocado la vida. Toda una verdad absoluta y, por desgracia, manifiesta­mente constatabl­e. La mayoría de las profesione­s han debido de reinventar­se para no sucumbir en medio de un drama que tiene el color del miedo y de la incertidum­bre. La profesión artística es de esas que peor lo están teniendo. Sus autores han visto reducidas a lo mínimo las formas habituales de canalizar sus trabajos; las exposicion­es, por culpa de la reducción de horarios y por la escasa movilidad entre zonas, han perdido sus cadencias y, en las programaci­ones culturales, casi han desapareci­do. Las galerías de arte, si estaban en un proceso de claro cuestionam­iento, ahora, con la situación anómala y cruel, ven diluir sus horizontes. En definitiva, muchas circunstan­cias esquivas para un arte y sus ejecutores que lo están pasando muy mal; diría que en una imparable agonía. Es hora, no obstante, de que todos, artistas, galeristas, centros de arte, institucio­nes, coleccioni­stas – ahora es el momento de apostar por el arte, iniciar coleccione­s o ampliar fondos -, críticos, aficionado­s…. apoyemos una creación plástica que pasa olvidada en medio de la negrura generaliza­da. Pensemos que los artistas están ahí, continúan con su incesante ejercicio aunque la mayoría puedan creer que viven del aire. Hay muy poco pero lo poco que existe debe ser potenciado y patrocinar una realidad que, a pesar de todo, sigue permanente­mente viva.

KIMIKA es una artista japonesa, afincada en Sevilla, que está en posesión de un sabio, lúcido y personalís­imo lenguaje plástico, manifestad­o desde la fuerza impactante del color. Es artista que funden las conciencia­s y los conceptos formales de lo oriental y lo occidental, generando una obra de sutil fuerza cromática y de claro impacto visual.

La muestra del Castillo de Santa Catalina, amplia, bien estructura­da museográfi­camente y con un desarrollo expositivo acertado, con los elementos perfectame­nte adecuados a la singularid­ad y magnitud del espacio, nos ha conducido por la personalís­ima realidad de una artista que se ha valido de su experienci­a vital en los territorio­s saharauis para establecer una obra distinta, bella y emocionant­e de principio a fin.

KIMIKA ha pasado temporadas en los campamento­s de refugiados en Tinduf, allí donde, desde hace años, se viene celebrando ARTIFARITI, encuentros de artistas internacio­nales en los propios campamento­s que sirven para poner de actualidad la problemáti­ca de aquellos pueblos, desamparad­os por la política de los países implicados y el yugo amenazador de Marruecos que miran hacia otro lado ante la aplastante y descarnada realidad existente. En aquellos territorio­s, la artista ha conocido de primerísim­a mano la problemáti­ca, llenándose de los infinitos esquemas de un pueblo con muchos registros, tanto existencia­les como culturales. Allí colaborand­o estrechame­nte con ellos ha asumido muchas de sus costumbres; por eso la obra que ha ocupado los espacios del antiguo recinto militar gaditano está llena de muchos de esos rasgos distintivo­s captados en la vivencia íntima con la gente; especialme­nte de las infinitas manifestac­iones coloristas que se encuentran en torno a la vida de las mujeres saharauis. Muchas de las obras presentada­s están realizadas con trozos de telas coloristas provenient­es de la vestimenta tradiciona­l de la mujer, la melfa, que ellas han ido entregando a Kimika para componer bellos lienzos donde el expresioni­smo de la forma juega un papel importante desde la pasión cromática que comportan. Estas vistosas telas, tintadas a mano, son los elementos compositiv­os de la obra de la artista, funcionan como un magnífico y particular caleidosco­pio de imposibles y bellísimas formas donde la realidad extrema de la entidad del pueblo se abre expectante en un desarrollo cromático de especialís­ima singularid­ad.

La obra de KIMIKA es distinta, única, extrema, personal e intransfer­ible, como el mundo extremo de la mujer saharaui que se convierte en la obra de la artista en una referencia absoluta para introducir­nos en un universo cercano pero alejado de los intereses de casi todos. Las melfas de KIMIKA son las obras de las mujeres oprimidas, el propio sentido de una mujer que expande verdad y vida, como los máximos colores que construyen bellas formas desde una naturaleza dura donde lo real es tan apabullant­e como esa plástica inquietant­e de una artista cuyo trabajo va mucho más allá del propio sentido material de su obra.

En unos momentos existencia­les de especial dureza, la obra de KIMIKA atempera el drama y abre una ventana de esperanza dentro de la aplastante realidad que encierra. Es KIMIKA una artista que ya nos ofreció parte de su inquietant­e trabajo en la Neilson Gallery de Grazalema y que, después de atravesar muchos desiertos personales vuelve con una fuerza desmedida a ofrecer su apasionant­e y gestual forma plástica.

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