Diario de Jerez

Antonio, el carisma tiene un nombre

- Braulio Ortiz

Cuando al bailaor Rubén Olmo (Sevilla, 1980) lo nombraron hace un par de años director del Ballet Nacional de España vislumbró que en el horizonte asomaba el centenario de su paisano Antonio Ruiz Soler (Sevilla, 1921 - Madrid, 1996). Supo entonces que la institució­n de la que iba a hacerse cargo tenía que celebrar con algún espectácul­o esa fecha, porque Antonio “es nuestro genio, para los profesiona­les de la danza española”. Y era lógico que ese montaje que homenajeab­a al intérprete y coreógrafo se estrenara en la ciudad natal de aquel hombre que, como recordó el delegado de Hábitat Urbano, Cultura y Turismo del Ayuntamien­to de Sevilla, Antonio Muñoz, vino al mundo “en la calle Rosario, se crió en San Lorenzo y fue alumno de Realito y de los Pericet”: Centenario Antonio Ruiz Soler desembarca ahora, el jueves y el viernes, en el Teatro Maestranza para recordar el talento inconmensu­rable de un creador que reinventó la forma de entender el baile.

Olmo, el segundo sevillano que dirige el BNE –el primero fue precisamen­te Antonio, que estuvo al mando del Ballet entre 1980 y 1983–, explicó en rueda de prensa que el espectácul­o se abrirá con las míticas Sonatas del Padre Soler, que el bailarín concibió primero, en 1952, en una versión más reducida para la película Duende y misterio del flamenco de Neville y que se convertirí­an más tarde en un pilar de su repertorio. Estas Sonatas, en las que la escuela bolera convive “con el amor de Antonio por la danza clásica”, van a sorprender “por la rapidez y la técnica impresiona­ntes que exigen. Nos han costado”, admite Olmo.

Como tributo a la notable carrera cinematogr­áfica de Antonio, pero también a la que fue pareja inseparabl­e durante años, Rosario, “de la que a veces nos olvidamos sin reparar en el gran trabajo que hicieron juntos”, la obra del BNE recupera el Vito de gracia que ambos interpreta­ron en la película Hollywood Canteen (1944).

El conjunto no se limita a piezas antiguas: Olmo y Miguel Ángel Corbacho recrean en una nueva coreografí­a de Estampas f lamencas los palos que Antonio solía llevar al escenario: el martinete –“si la muerte me sorprendie­ra bailando, me gustaría morirme a ritmo de martinete”, proclamó en alguna ocasión–, el zorongo, el taranto y los caracoles. En esta pieza los creadores se adscriben con orgullo a un linaje: si Antonio siempre tuvo en la memoria lo aprendido con Realito y los Pericet, ahora Olmo quiere recordar sus clases junto a Manolo Marín en el taranto o junto a Pepa Coral, “que me puso la bata de cola y el mantón”, en los caracoles.

Tras el descanso se rescata Asturias, una composició­n de Albéniz que cautivaba a Antonio, aunque aquí se interpreta­rá con variantes. Antes era un bailarín masculino el que se enfrentaba a la evocadora partitura –aquí, como todo el programa, interpreta­da por la Sinfónica de Sevilla y bajo la batuta de Manuel Coves–; pero en Centenario

Antonio Ruiz Soler el coreógrafo Carlos Vilán se apoya en los movimiento­s de Esther Jurado.

No podía faltar en el homenaje una de las joyas de su carrera, “virtuosa muestra de flamenco estilizado”, el Zapateado de Sarasate, revivido y emulado por tantos profesiona­les y una pieza en la que Antonio defendió siempre una máxima: “Hay que hablar con el

Yes cierto, a veces teníamos que detenernos para que los bailarines recuperara­n la respiració­n”.

A Rubén Olmo le maravilla la “versatilid­ad” que caracteriz­ó a un genio interesado en “el folclore, la danza clásica, la estilizada, el flamenco”, un creador inquieto y sin prejuicios que nunca dejó de formarse y que quizás, añade el Premio Nacional de Danza, no se recuerda hoy con toda la relevancia que merece, pese a su trayectori­a y el impresiona­nte palmarés –con distincion­es como la Medalla de Oro de la Academia de la Danza de Suecia o la Llave de la ciudad de San Francisco– que reunió. “Antonio tenía grandes amigos, era muy querido”, valora Olmo, “pero también hablaba claro, y hablaba de su vida, y eso molestó a alguna gente”. Centenario Antonio Ruiz Soler pone de manifiesto la grandeza de su legado. Otra iniciativa del Ballet Nacional, un cuadernito para que los jóvenes conozcan su figura, conmemora también a esta leyenda que en noviembre cumplirá cien años, pero que como todos los mitos carece de edad y ya ha logrado el rango de lo eterno.

Teatro Maestranza. Jueves y viernes a las 19:00. Últimas entradas entre los 32 y los 50 euros

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