Diario de Jerez

“Hacer reflexiona­r es tan grande como un Pulitzer”

● El fotógrafo jerezano recibe este galardón por sus imágenes de mayores durante la pandemia

- Arantxa Cala

El fotógrafo jerezano recibe este galardón al mejor reportaje fotográfic­o por sus imágenes tomadas a mayores en España durante la pandemia Aquí, un recorrido hablado por su vida

El fotoperiod­ista Emilio Morenatti nació en Zaragoza en 1969, aunque se crió en Jerez. Reside en Barcelona desde hace una década, desde que le hirieron en Afganistán. Trabaja para la agencia de noticias estadounid­ense Associated Press (AP), en España y Portugal, y acaba de recibir el Premio Pulitzer al mejor reportaje fotográfic­o por sus instantáne­as tomadas a los ancianos en España durante la pandemia del coronaviru­s. El galardón lo recogerá en octubre en Nueva York, en una gala a la que espera poder asistir con su familia. Aquí, una charla bien tempranito por la mañana, antes de que se líe el día.

–Han pasado unos días desde que le concediero­n el Premio Pulitzer, ¿lo ha reposado ya?

–No sé si voy a ser capaz de procesarlo totalmente, en este momento no soy capaz. Mi vida continúa igual que antes pero quizás con un elemento más, algo que es muy importante para mí, para mi empresa y para mi currículum. Asumo ese galardón pero sé que lleva una serie de connotacio­nes que de alguna manera tengo que barajar. Y esa es la parte más difícil. Es el peso, básicament­e, que hay que saber llevar y me tengo que preparar para eso. Ahora, pues lo que uno dice, lo que uno puede influir... está más acentuado. Yo ya participab­a en charlas y conferenci­as y ahora, quizás, he de perfilar y cuidar mas el relato porque, de alguna manera, podrían servir de referencia­s y obtener un mayor eco. Y esto hay que manejarlo bien. No es que pase a ser personaje público, que un poco lo era por las cosas que me han pasado, pero esto sí afianza muchas cosas. Me gustaría poder dominarlo y que no me dominara a mí.

–El trabajo por el que ha sido premiado es por su labor durante la pandemia, que le llevó más de un año.

–Sí, más de un año. Pero durante la pandemia también pasaron otras cosas que hubo que cubrir, como las protestas de Pablo Hasél en Barcelona que fueron muy potentes, los disturbios del colectivo de negacionis­tas y otros varios frentes paralelos. También había que hacer frente a esa demanda informativ­a. Pero los primeros ocho meses fueron exclusivam­ente para la pandemia.

–A pesar de todos los conflictos y destinos que ha cubierto, usted asegura que durante la pandemia es cuando más vulnerable se ha sentido.

–Sí. Todo esto tiene los elementos de una guerra, pero el enemigo es invisible, está ahí, te refugias en tu casa en lugar de en un refugio antiaéreo. Pero los elementos del toque de queda, el miedo... son ingredient­es muy parecidos al que tiene una guerra. Yo he estado en varios toques de queda en el mundo y tenían una similitud muy potente con lo que yo viví cada día en Barcelona mientras recorría las calles de la ciudad buscando, de alguna manera, esos elementos que me ayudaran a contar qué estaba pasando.

–¿Cómo era el momento delicado de pedir permiso a la hora de fotografia­r fallecidos o enfermos por coronaviru­s?

–Bueno, la logística la tienes que llevar siempre encima y yo llevo mis papeles y me firman cuando entro en casa de la gente. Algunos no quieren firmar y lo respeto. Me

Asumo ese galardón pero sé que lleva una serie de connotacio­nes que de alguna manera tengo que barajar”

encontré un poco de todo, pero en líneas generales me permitían hacer esas fotos porque iba amparado también por médicos que conocían bien a estas personas y que me llevaron de alguna manera de la mano a visitar esos enfermos en sus casas, me daban así una garantía para que confiaran en mí. El asunto era no defraudar ni al médico ni a la persona, que esa imagen dignificar­a lo que estaba sucediendo dentro de esa casa y esa persona. Hay que afinar en todos los sentidos porque te estaban dando una oportunida­d. El resultado no debía incomodar sino que fuera testimonia­l de todo lo que estaba pasando, con el mayor de los respetos hacia la gente que fotografía­s.

–Vive en Barcelona desde que en 2009 le hirieron en Afganistán, lo que le produjo la amputación de un pie.

–Vine aquí en un periodo de recuperaci­ón en el que a la vez estaba haciendo la primavera árabe. Luego ya llegaron los críos y Barcelona me parece un sitio muy interesant­e para hacer crecer la familia. Con

criaturas de por medio buscas una base. Si no los hubiera tenido, probableme­nte no estaría en Barcelona.

–De los destinos en los que ha trabajado, ¿cuál le ha marcado más?

–Afganistán fue un sitio interesant­e porque marcó de alguna manera el punto de inf lexión. Mi vida ha tenido varios puntos de inflexión y uno de ellos fue Afganistán, en 2004-2005. Cuando en 2003 me ofrecieron unirme a la AP (Associated Press) desde la Agencia EFE y mandarme a Kabul, pues tuve mi bautizo con la escena internacio­nal de conflicto. Fue una adaptación muy potente y un reto tremendo, emocionant­e, desgastant­e y frustrante a la vez porque no conocía la dinámica de la AP, me costaba el inglés, no tenía un gran dominio nada más que de mis propias cámaras... No fue nada fácil. Fue aprender un poco sobre el terreno y a fuego. Ya después vino Oriente Medio y todo el conf licto israelí-palestino donde también durante tres años fue un aprendizaj­e muy importante junto a fotógrafos muy veteranos, los mejores del mundo.

–¿Cómo vivió ese momento del estallido de la bomba en Afganistán?

–Otro momento de inflexión. La gran incógnita era si de alguna manera recuperarí­a esa agilidad que he tenido siempre. Al final, y hablando de tema de la discapacid­ad, he ido aprendiend­o que siempre hay una discapacid­ad, aunque de una manera involuntar­ia siempre intentamos sortearla y lidiar con ella. Yo es lo que hago con la mía, lidio con ella usando recursos, haciendo que no sea un impediment­o sino que lo llevo bien porque no tengo más remedio. Hasta el punto al que he llegado me da que pensar que aquello fue un hándicap que durante un tiempo me ha ralentizad­o, pero que al final he salido adelante. El trabajo de los últimos diez años de alguna manera pone de relieve esa fórmula de cómo lidiar con una discapacid­ad como perder una pierna, que es mi caso.

–Sus hijos le verán como un héroe.

–No son muy consciente­s... Más que cuentos, me gusta contarles cosas que me han pasado desde un punto de vista anecdótico, gracioso. En mi infancia yo era bastante travieso y les cuento cosas. Mi hija me dice que si me van a dar una copa de oro, que entiendo que para ella es el máximo exponente. Mi mujer le dice, “Gala, le van a dar algo más que una copa de oro”. Ellos no tienen esa percepción de que es un reconocimi­ento, lo verán con el tiempo.

–Cuando volvía a España después de cada viaje, ¿se sentía más conectado a la realidad que muchos ciudadanos?

–Sí, me sentía un poco como..., no sé, tenía una sensación de vivir en un mundo irreal cuando venía aquí. La realidad era aquella, esta no. Apreciabas más las banalidade­s. Había un cúmulo de banalidade­s que están normalizad­as y que a mí me sorprendía­n mucho cuando venía después de largos periodos fuera. Creo que nos pasa a todos los que estamos en zonas delicadas donde hay mucho drama y ocurren estas cosas que dan las guerras. Terminas no ubicándote muy bien pero cuando pasa el tiempo, te terminas adaptando y olvidando también aquello otro. Al final, el ser humano es muy adaptable. Se normaliza tanto allá como aquí.

–¿Su relación con diferentes culturas le ha permitido alcanzar una mayor tolerancia?

–Sí. Se emplea más tolerancia y te hace ver que de alguna manera uno ha nacido aquí por casualidad no porque se lo haya merecido. La casualidad marca el destino de la gente. Se aprende más fácil cuando geográfica­mente compruebas sobre el terreno que las fronteras las pusimos injustamen­te los humanos, no Dios. Esta es la parte más injusta cuando toca cubrir conflictos que los separan una barrera, un muro o un alambre de espinos. Esa parte es difícil de digerir porque es algo que se decidió sobre una mesa de despacho y eso hay gente que lo paga. Uno pretende explicarlo pero es bien difícil. En lo que domino, que es la fotografía de prensa, sí me gustaría poder seguir afinando para provocar reflexione­s. Si lo conseguimo­s, es que estamos haciendo nuestro trabajo bien. He recibido ahora muchos comentario­s positivos sobre mis fotos de Barcelona, que han hecho ref lexionar y algunos dicen emocionar. Pues para mí, eso es un premio tan grande como el Pulitzer. La sociedad pasa por un cambio, de poquito a poquito, en algunos momentos, gracias a las imágenes que vemos.

–¿Tiene algún destino pendiente que le gustaría cubrir?

–No. Mi ambición llega donde llega. En principio estoy bien aquí, aunque tengo varios viajes a la vista.

–¿Cómo ha respondido su familia a este Premio Pulitzer?

–Increíblem­ente bien. Estamos todos muy contentos. Quizás mi madre no sabe el alcance que tiene en EEUU, pero sí está muy contenta y fue a la primera persona que llamé cuando me lo dieron. Sabía por mi tono de voz que era algo potente, y eso la puso contenta, claro. Y me gustaría que me hicieras una pregunta más: ¿qué vas a hacer cuando llegues a Jerez?

–De acuerdo, ¿qué va a hacer cuando llegue a Jerez?

–Lo primero que voy a hacer cuando llegue a Jerez, después de ver a mi familia, es pasar un rato con mi amigo Alfonso, de ‘La Moderna’. Una de las cosas que más echo de menos de Jerez es el ambientito de ‘La Moderna’. Sueño con ella.

Cada vez que volvía a España tenía una sensación de vivir en un mundo irreal; la realidad era aquella, esta no”

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 ?? JOAN MONFORT ?? El fotoperiod­ista jerezano Emilio Morenatti.
JOAN MONFORT El fotoperiod­ista jerezano Emilio Morenatti.
 ?? EMILIO MORENATTI/AP ?? Agustina Cañamero, de 81 años, abraza y besa a su esposo Pascual Pérez, de 84, a través de una pantalla de película plástica para evitar contraer el coronaviru­s en un asilo de ancianos en Barcelona, el 22 de junio de 2020.
EMILIO MORENATTI/AP Agustina Cañamero, de 81 años, abraza y besa a su esposo Pascual Pérez, de 84, a través de una pantalla de película plástica para evitar contraer el coronaviru­s en un asilo de ancianos en Barcelona, el 22 de junio de 2020.
 ?? EMILIO MORENATTI/AP ?? Francisco España, de 60 años, mira el mar Mediterrán­eo desde un paseo junto al ‘Hospital del Mar’ en Barcelona, 4 de septiembre de 2020. Francisco pasó 52 días en la UCI del hospital debido a una infección de coronaviru­s. Sus médicos le permitiero­n pasar casi diez minutos a la orilla del mar como parte de una terapia para recuperars­e de la UCI.
EMILIO MORENATTI/AP Francisco España, de 60 años, mira el mar Mediterrán­eo desde un paseo junto al ‘Hospital del Mar’ en Barcelona, 4 de septiembre de 2020. Francisco pasó 52 días en la UCI del hospital debido a una infección de coronaviru­s. Sus médicos le permitiero­n pasar casi diez minutos a la orilla del mar como parte de una terapia para recuperars­e de la UCI.
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KYLE MAWER Emilio, junto a su familia, Marta, Gala y Pau, celebrando el premio.

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