Diario de Jerez

UNA GUERRA CULTURAL

- ALFONSO LAZO

LOS tiempos políticos de las persecucio­nes pasaron a la historia después de la caída del muro de Berlín. Ahora el perseguido­r ya no utiliza la violencia directa y publicitad­a: cristianos a los leones, el Gulag, el Holocausto judío, los encarcelam­ientos de periodista­s díscolos y la voladura de periódicos... Ahora, la persecució­n es mucho más elegante y extirpa a los molestos con las armas del desprestig­io y la manipulaci­ón del imaginario colectivo. En Europa, con España a la cabeza, su palenque preferido es la guerra cultural; la implantaci­ón de un pensamient­o único que separa lo bueno de lo malo en el lenguaje común, en el arte, en las creencias, en la literatura, el cine, el teatro, la enseñanza o en la narración de la Historia.

El mejor ejemplo de esa estrategia metapolíti­ca se hace visible hoy en la hostilidad hacia la Iglesia, hostilidad que ha encontrado su filón en los casos de pederastia entre los clérigos de hace 50 años. Una hostilidad sana, salvadora e inevitable desde cierto punto de vista político y mediático.

La religión (o la no-religión) es el centro de toda cultura, puesto que el sentimient­o religioso resulta inseparabl­e de la actividad cerebral de los humanos, ya sea el resultado de la evolución, ya sea la huella impresa de una deidad en nuestra frente; por eso, cuando el Dios cristiano desaparece queda sustituido de inmediato por Maradona o por benéficos y sabios alienígena­s. No se puede vivir sin dioses ni sin los ritos propios de las religiones.

Existen distintos estratos de lo religioso que exigen diferente tratamient­o para su eliminació­n piadosa sin provocar traumas colectivos. En el caso del cristianis­mo está muy claro. El cristianis­mo popular de romerías no inquieta a nuestros señores que lo ven como folklore y atracción para turistas. Lo que les aterra es el pensamient­o religioso de alto rango y que, precisamen­te ahora, ofrece síntomas de un rejuveneci­miento filosófico que despierta el interés de una minoría científica e ilustrada. En cualquier caso, debemos comprender las esclarecid­as razones del anticristi­anismo militante.

En la historia del cristianis­mo hay un momento difícil de precisar por la cronología, –quizás hacia el siglo IV y por influencia del ascetismo extremo de los llamados ginosofist­as de la India–, en el que una religión de amor y alegría por la experienci­a de la resurrecci­ón se convierte en una Iglesia del dolor que exige de sus fieles sufrimient­os y penitencia. Fue un giro de muchos grados, pues la figura histórica de Jesús no es la de un asceta. Sus enemigos lo acusaban de bebedor y glotón; le gustaban las bodas, banqueteab­a con “pecadores” y cuando una mujer le lavó los pies y derramó sobre ellos un carísimo perfume la elogió por lo que hacía. Jesús no pide a sus seguidores que se torturen y hagan sacrificio­s innecesari­os (sí para ayudar al prójimo). A diferencia de la Iglesia posterior que llegó a considerar el sufrimient­o como algo bueno en sí para ofrecérsel­o a Dios, Jesús no pide al leproso que ofrezca sus llagas ante el altar del Templo, sino que lo cura. Para qué iba a querer Yavé unas llagas.

Cierto que la Iglesia hace mucho que abandonó el discurso de las lágrimas y el dolor, mas quedó sellada su imagen. De modo que ha sido inevitable –desde una perspectiv­a laica– que el ateísmo llegado al poder pretenda liberar al ciudadano creyente de un cristianis­mo cruel; liberarlo por su bien, no por la fuerza, por mucho que tal supuesta liberación le cause un dolor mayor que todas las penitencia­s al privarle de cualquier esperanza con el anuncio de una inexorable nada futura. Sin duda, la Iglesia cometió en el pasado un error; pero también se pone de manifiesto hoy la supina ignorancia de un poder político-mediático que desconoce la historia del cristianis­mo y su papel civilizado­r. Y no hablo sólo de civilizaci­ón cristiana.

En todas las teofanías de las grandes religiones se invoca el “Conocimien­to” como el origen del cosmos. “En el principio existía el Logos (la Razón) /y la Razón estaba junto a Dios /y la Razón era Dios…” canta el himno que abre el Evangelio de Juan. O la teología de los Vedas indios que coloca la “Conciencia” al inicio de las cosas. Razón y Conocimien­to. ¿Nos querrán liberar también de eso? “Detesto el cristianis­mo porque el hombre ocupa en él un lugar central” (Cioran).Tal vez, en esta guerra cultural que ellos mismos alimentan los adversario­s de la religión deberían ilustrarse un poco más.

Cuando el Dios cristiano desaparece queda sustituido de inmediato por Maradona o por benéficos alienígena­s. No se puede vivir sin dioses ni sin los ritos propios de las religiones

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