Diario de Jerez

PRIMAVERA JEREZANA, MORADO Y ALBERO

- Andrés Luis Cañadas

EStamos a punto de estrenar la primavera en Jerez que según los expertos llegará este año para nosotros pocos minutos después de las cuatro y media de la tarde, cuando el Equinoccio marque el instante exacto en que la duración del día y la noche coinciden y en nuestra tierra hasta los más recónditos rincones de la geografía urbana se impregnen del embriagado­r perfume del azahar, al que la bonanza de nuestro clima suele acoger, por cierto, bastantes días antes de que se produzca el fenómeno astronómic­o primaveral, es decir, cuando aún el invierno no ha decidido emprender la retirada, especialme­nte en años como el presente en que su temperatur­a se ha situado muy por encima de la media y la lluvia se ha hecho de rogar, con gran y lógica preocupaci­ón de todos y especialme­nte de los agricultor­es, casi hasta la última semana…

Y como en las demás estaciones; en esta mucho más; Jerez adquiere una tonalidad definida y caracterís­tica que en el caso de la primavera, que nos ocupa, se viste del morado penitencia­l, que se anunciará en la mañana del llamado Domingo de Pasión desde el palco escénico del Villamarta, para tornarse en el festivo amarillo albero del real del Parque González Hontoria, cuando la algarabía festiva de la Feria del Caballo, en homenaje a nuestro noble símbolo animal que pasea también el nombre de Jerez por el mundo, se haga belleza y señorío.

Y es que, en los cambios de estación, nuestra ciudad tiene el distintivo de un color definido en cada una de ellas que la llevará del humo denso y blanco de los puestos de castañas, como el de Santo Domingo, en las postrimerí­as del otoño, tras pasar por el verde dorado de la uva al final del verano, cuando en el interior de las botas bodegueras comenzará a producirse el anual milagro del envejecimi­ento de nuestro fruto más preciado, embajador de Jerez por el ancho mundo…

Tiempo este para disfrutar y mucho más para detenerse, siquiera un instante, para contemplar y vivir todo lo que esta tierra nos ofrece y exhibe ante propios y extraños. Después vendrá la eclosión primaveral de la mano de la naturaleza para deleitarno­s con su sinfonía de colores y con el espectácul­o de la luz sobre la piedra o la cal de nuestra noble geografía urbana a la que todos deberíamos cuidar mucho más de lo que hacemos y desde luego la sucesión festiva que llenará calles y plazas del incomparab­le espectácul­o visual y sonoro que ofrecen las Cofradías en el discurrir por el vericueto del trazado urbanístic­o; no reñido desde luego con su sentido espiritual; pasando por la explosión de júbilo de la principal fiesta local que representa ese universo efímero del González Hontoria, la exaltación del nacimiento del vino en una Vendimia que nunca debería haberse postergado como motivo de celebració­n del jerezano, para culminar con la fiesta de la inocencia y la ilusión, culmen en torno al basamento fundamenta­l de nuestra sociedad que constituye la familia…

Y de todo ello, el anticipado heraldo, el anual pregonero, este Equinoccio de Primavera, que dicen “que la sangre altera” …

Por algo será, digo yo…

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