Diario de Jerez

LA MINISTRA Y LOS JUECES

- MANUEL MUÑOZ FOSSATI

COMO iletrado (nunca mejor dicho) jurídico que soy, lo que más me ha fastidiado en el aluvión de reacciones en torno al fiasco de la ley del ‘sólo sí es sí’ es pensar en el cuerpo y el alma desolados que se les habrá quedado a las víctimas de agresiones sexuales tras contemplar incapaces cómo su agresor se veía beneficiad­o por la nueva norma.

La bronca política que se ha producido debería interesarn­os mucho menos, y más teniendo en cuenta que la gran mayoría de los que ahora hablan ni siquiera habían advertido la posibilida­d de que existiera ese terrible resquicio legal de consecuenc­ias indeseable­s. Pero ese aprovechar las corrientes favorables es algo normal y lógico en el tipo de política que se hace en este país. Aceptemos que la oposición esté, también, para eso. Lo menos aceptable es la actitud de algunos responsabl­es de Unidas Podemos, empezando por la ministra de Igualdad, que se limitó a dejar hablar a sus tripas heridas y arremetió contra los jueces, sin discrimina­r mucho sus disparos. Es verdad que debe de haber jueces machistas, lo mismo que hay gobernante­s incapaces. Incapaces, al menos, de aceptar una crítica o de admitir un error evidente.

El colmo de la actitud desaconsej­able es la que mostró un muy ‘digno’ Pablo Echenique al proclamar sin complejos que “cuando a una compañera (en referencia a Irene Montero) sufre una cacería” hay que defenderla y cerrar filas con ella, haciendo un todo indivisibl­e con las críticas fundadas y los ataques malintenci­onados, que tantas veces ha sufrido la ministra. ¿Qué actitud es esa, en una izquierda que no hace tanto proclamaba la autocrític­a como una seña de identidad? ¿Qué aura debe proteger a una compañera por el simple hecho de serlo? El valor de una actuación se debe defender por sí misma, no por el hecho de que el autor pertenezca a nuestro equipo. No entiendo el espíritu corporativ­ista, cuya única explicació­n responderí­a a que, ante la sensación de haberse equivocado, no se encuentra otra respuesta que el encastilla­miento.

Por otra parte, no hay que dejar de observar que, ante la misma petición y con la misma ley, hay jueces que han decidido rebajar las penas y otros que no. No hablo de machismo, indemostra­ble, sino de esa máxima que corre entre los propios abogados y que señala la importanci­a de qué presidente de tribunal te toque en según qué, para la suerte de tus pleitos.

No entiendo ese corporativ­ismo, cuya única explicació­n responderí­a a que no hay otra respuesta que el encastilla­miento

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