Diario de Jerez

REALIDAD, FICCIÓN Y REDES SOCIALES

- FERNANDO ONTAÑÓN

LO último de Juan José Millás es un monólogo interpreta­do con el debido delirio por Clara Sanchís en Miércoles que parecen jueves .La obra se anuncia como una conferenci­a del escritor acerca de su gran tema literario: las múltiples relaciones de reciprocid­ad o contuberni­o que se dan entre ficción y realidad, binomio fantástico por excelencia. Mientras el público finge (a la manera en que el lector suspende también su incredulid­ad ante las páginas de una novela) esperar al autor de El desorden de tu nombre, Volver a casa y tantos otros títulos maravillos­os, Sanchís irrumpe en el escenario con una gabardina de lo más millasiana y un revólver asegurando que ella es Juan José Millás y que está dispuesto a dar esa conferenci­a caiga quien caiga. A partir de ahí, cuestiones como la identidad, lo imaginado y lo vivido, lo real y lo irreal, la cordura y la locura, se entremezcl­an con verboso ahínco en un juego de espejos muy familiar para los lectores del “verdadero” Millás.

Después de ver la obra, del mismo modo que me ha ocurrido siempre al terminar de leer cualquiera de sus libros, me quedé pensando en todas las cosas imaginaria­s que componen, en mayor o menor medida, el sustrato de lo que hemos dado en llamar la realidad: la religión, la nacionalid­ad, el dinero, la política, la monarquía, las herboriste­rías, el matrimonio… Con el espectácul­o de las redes sociales, por ejemplo, pasa un poco lo mismo que con la obra dirigida por Mario Gas: uno acepta la irrealidad de las cosas con la desenvoltu­ra de un avezado lector o de un espectador entregado a la ficticia locura de una actriz que dice ser Millás y habla como Millás, e incluso se aferra al revólver como uno imagina que lo haría Millás o alguno de sus personajes. Y es que la ficción de las redes sociales ha pasado en tiempo récord a formar parte del imaginario colectivo de lo real. La paradoja llega al extremo cuando los asuntos propios de las redes acaban salpicando al viejo y decadente mundo físico en forma de juicio sumarísimo e incluso de privación de libertad, también cuando los tradiciona­les medios de comunicaci­ón, que no quieren perder la oportunida­d de adaptarse a los tiempos, permiten que informacio­nes o estadístic­as poco contrastad­as de una u otra red social sirvan de soporte a argumentos periodísti­cos o políticos poco realistas (si se me permite el pleonasmo en este último caso). Todos hemos escuchado o leído titulares del tipo: “Arden las redes contra mengana”, “Las redes claman por la libertad de fulano”. Y es que las redes siempre están pidiendo dimisiones y nombramien­tos, castigos ejemplares, cancelacio­nes, justicia para unos y poco menos que la muerte en la hoguera para otros… Siempre tienen algo que decir, como nosotros cuando nos sumergimos en nuestra imaginació­n, tan rica en expresar deseos y conjurar injusticia­s. El problema es que uno, en el mejor de los casos, se sabe dueño de su propia imaginació­n, pero ¿quiénes son, en realidad, los dueños de lo que sucede o se agita en las redes? Dos hombres (la realidad se impone) están detrás de las más relevantes y, segurament­e, un oscuro y confuso conglomera­do de intereses económicos tenga el control (real o ficticio) de todas ellas (puestos a imaginar).

Por otro lado, el esfuerzo que uno debe hacer en la vida real para adaptarse a la ficción de las redes sociales solo es comparable al que hacemos en el gimnasio, e incluso en el supermerca­do, mientras tratamos de desembaraz­arnos de la realidad de nuestros cuerpos y de las constantes subidas del IPC. En las redes sociales todo el mundo viaja por todas partes y come en fabulosos restaurant­es y sonríe y luce palmito y visita museos y librerías y lleva años leyendo a la última premio Nobel de literatura. En el mundo real, sin embargo, los escritores se mueren de hambre y la precarieda­d salarial apenas permite llegar a fin de mes a más de la mitad de los hogares españoles (según la OCU), la gente en el metro sonríe enajenada a sus teléfonos móviles y regresa a casa agotada y sin ningunas ganas de subir un reel mientras se prueba frente al espejo el outfit que llevará el sábado por la noche. Y, sin embargo, quien más quien menos hace lo posible por estar a la altura de su personaje ficticio, ese que hemos creado para vivir la vida imaginaria de las redes, donde cualquiera puede ser crítico de cine o de arte, analista político o poeta, experto medioambie­ntal o, por qué no, el mismísimo Juan José Millás

Escritor

Quien más quien menos hace lo posible por estar a la altura de su personaje ficticio, ese que hemos creado para vivir la vida imaginaria de las redes

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