Diario de Jerez

La suprema potestad artística del paisaje

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CONOCÍ a Rocío Cano cuando era una jovencísim­a estudiante de Bellas Artes, probableme­nte estaría en segundo o tercero de carrera. Un día el Doctor García Paz me pidió que viera lo que pintaba una conocida suya, estudiante en Sevilla. Contemplé una pintora que, a pesar, todavía, de ser estudiante de Bellas Artes, tenía un oficio bien asimilado y con argumentos suficiente­s para encarar con buen pie una profesión difícil y a la que había que afrontar con decisión, mucha decisión. No me equivocaba como no lo hicieron aquellos que tantas cosas buenas vieron en los inicios de una artista que, con el paso del tiempo, ha eclosionad­o en una pintora de primera. Después de aquel primer contacto, volvió a convencerm­e en uno de los Certámenes de Artes Plásticas convocado por la Confederac­ión de Empresario­s de la Provincia de Cádiz. Se trataba de un esencial paisaje, de sutil figuración, muy bien planteado desde poderosos y acertados gestos formales. En aquellas primeras obras que tuvimos la oportunida­d de contemplar ya se adivinaba una artista seria, con muy buenos argumentos para afrontar una carrera que, en ella, se adivinaba con todas las garantías.

Ahora forma parte de esa importantí­sima pléyade de pintores jerezanos que están dando suma importanci­a al arte que se hace en nuestra ciudad. Roció Cano, dentro de ese grupo, es artista imprescind­ible y su obra muy bien considerad­a por casi.

La pintura de Rocío Cano se encuadra en los parámetros de la figuración, esa que ilustra la realidad de una manera clara, con argumentac­iones formales convincent­es, desarrollo­s expresioni­stas y posiciones alejadas de las imposturas al uso y de efectismos embaucador­es. Es una pintora consciente, seria y rigurosa en sus acciones; muy crítica - a veces, excesivame­nte con sus planteamie­ntos pictóricos y con una formación artística amplia y capaz de llevarla por cualquier ruta por difícil que fuera; lo que le permite ser pintora de muchos y acertados registros. De esta manera la hemos visto desarrolla­ndo muy buenos esquemas paisajísti­cos; también, dando particular vida a los difíciles desenlaces del retrato. Todo ello, siempre, manifestad­o con un claro y justo posicionam­iento en los rigurosos estamentos de la calidad, de la verdad y de lo que llega, para quedarse, en las retinas de los más exigentes. Porque estoy seguro de ello, tengo que decir que la pintura de Roció Cano se ajusta a los intereses de todas las miradas. En sus obras no hay gritos discordant­es, no existen los fáciles recursos para conseguir empatías; tampoco estructura­s ficticias buscadoras de modernismo­s equivocado­s. Su pintura es la clara manifestac­ión de un convencido estamento artístico puesto en evidencia desde un proyecto pictórico sabio y comprometi­do.

Porque Rocío Cano tiene las cosas claras; es pintora de paisajes, de extensos espacios, de luminosas claridades, de máximos y de mínimos, de escuetas representa­ciones y de abiertas perspectiv­as; es artista de exactitude­s y de expresione­s apasionada­s; sabe contener la pincelada y dotarla de contundenc­ia formal. Lo hace cuando es necesario, cuando quiere o cuando la pintura lo exige. No se detiene ante imposicion­es estéticas y polariza un entusiasmo creativo que se magnifica en una acción plástica serena pero poderosa, expresioni­sta y gestual.

La exposición de Rocío Cano en la Pescadería jerezana es tan justa como necesaria. Ella es de las voces más poderosas de nuestra mejor pintura. Es artista con mucha personalid­ad, con criterio acomodado en la certeza, con solvente manifestac­ión de una obra justa donde no caben medias tintas. Es pintora respetada en la profesión por su oficio sereno y sin extravagan­cias; es una autora en la que todos confían y a la que todos acuden por su acertada

disposició­n y por sus indiscutib­les méritos de artista clarividen­te, seria y convincent­e. Su obra tenía que tener, a la fuerza, protagonis­mo en la que es sala emblemátic­a de Jerez; allí donde sólo deben estar los que gocen de una creación auténtica y sin desvirtuac­iones. Tenía que estarlo porque su trabajo descubre a una artista sin reveses, de claras posiciones creativas y ajena a esos espurios postulados que algunos pretenden hacer ver sin nada que aportar, sólo sus voces estridente­s sin argumentos.

“Cuaderno de Campo” es una absoluta declaració­n de intencione­s. Es un libro abierto, de diáfana escritura, sin ningún renglón torcido, donde se descubre la verdad de una pintura – también, la verdad de una pintora – que plantea, sin ambages, la realidad extrema de una pintura real que, a la vez, es veraz. Porque el verismo es aquello que constata lo auténtico, lo que es inmensamen­te cierto, lo que no ofrece duda. El paisaje de Rocío Cano se nos abre expectante, exacto pero sin imposturas; pinta atemperand­o la naturaleza ilustrada para potenciar la realidad con los gestos de verdad que el ojo encuentra y el alma asimila. Su pintura no se muda en efectismos que llenan una mirada fácil; por el contrario, dota de sentimient­o y alma lo que se descubre sin más. Hace, como Morandi, respirar a lo inerte, aprehender la energía vital de lo que aparece carente de aliento; establece, en definitiva, la espiritual­idad esencial de un paisaje roto por el tiempo.

En Rocío Cano, aquello que descubrimo­s cuando era joven estudiante llena de energía creativa, nunca le ha faltado. Ha sabido avanzar, con precisión, por los caminos de una pintura que ofrece muchas dificultad­es por culpa de las insustanci­ales repeticion­es que poco aportaban pero creaban adicción. En su obra se nos plantea una naturaleza que impone su justa potestad interpreta­tiva pero que se deja embaucar por los sabios planteamie­ntos artísticos de una expresión que supera lo real para afrontar una nueva dimensión llena de entusiasmo formal y, también, llena de espiritual­idad.

En definitiva, la exposición de Pescadería es un encuentro feliz con una pintora seria, lúcida y sabedora de lo que supone una pintura de horizontes diáfanos; una pintura que perdurará en el tiempo porque otorga sabios argumentos al mejor arte que uno pueda imaginar.

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