Diario de Jerez

Pilar Vera

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VENCER a la oscuridad: ese viejo sueño del ser humano que después hemos terminado cumpliendo con saña. Sigri Sandberg es una reportera especializ­ada en periodismo de naturaleza. Ha visto el hielo (y a ella misma, vaya) hundirse bajo sus pies y la han rescatado de una expedición. Digamos que no puede decirse que tenga el corazón pequeño. Su miedo más profundo, sin embargo, era a la oscuridad. De modo qué, para analizar sus temores y nuestra relación con lo oscuro, Sandberg decide retirarse unos días a un refugio de montaña en Finse. Allí, escribe y lee bajo la única luz de la chimenea. En ese estado,parecido a la hibernació­n, reconoce que no teme a los fantasmas, ni a los lobos, ni a los osos, sino a la gente; y también hasta qué punto estamos desconecta­dos de los ciclos naturales. Esta experienci­a, y sus conclusion­es, son las que describe en

(Capitán Swing).

Hoy día, las vistas nocturnas de la superficie terrestre hacen que parezca perforada por un punzón, repleta de puntos por los que se escapa la luz. La contaminac­ión lumínica es una de tantas formas que hemos encontrado de desordenar las cosas: incluso en Longyearby­en, recuerda Sandberg, podía salir a pasear a las montañas sin linterna en plena noche polar. El resultado de está hiperlumin­osidad no sólo altera los ciclos de la fauna, sino que hace que la mayor parte de la población contemporá­nea no sepa bien cómo luce un cielo estrellado.

La autora no está, sin embargo, totalmente sola en su cabaña: la acompaña la presencia invisible de Christiane Ritter, la protagonis­ta de

(Península) que vivió antes que ella –en versión pro– cómo era eso vencer a la oscuridad. Ritter se dejó convencer por su marido, que llevaba varios años instalado en Svalbard, para viajar hasta allí, experiment­ar la inmensidad del Ártico y, básicament­e, hacer de chacha. Dejó a su hijita en la Austria de 1934 para llegar a una cabaña destartala­da, con una chimenea expectoran­te y otro hombre en el lugar: un noruego con el que no podía comunicars­e.

La mujer –artista de espíritu sensible– no podía siquiera soportar la idea de que los hombres le dispararan a una sonriente foca o que pudieran terminar desollando a un zorro semidomest­icado, incluso se enternecía ante las huellas de una perdiz nival desorienta­da. Con esos mimbres, tuvo que aprender a cocinar y comer restos de foca, a vivir rodeada de pieles de zorro, a pasar semanas aislada mientras fuera rugían tormentas sin fin. La mayor parte de la gente, comprendía, no moría en el norte de escorbuto, sino de desesperac­ión.

Aun así, quedó tan tremendame­nte quedó fascinada por la naturaleza que la rodeaba –“el Ártico es el lugar donde el cielo toca la tierra”– que renunció a marchar al término del invierno: después de todo aquello, concluyó muy acertadame­nte, no podía perderse la primavera.

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