Diario de Jerez

REPÚBLICA LAICA Y FEDERAL

- VICTOR J. VÁZQUEZ vvazquez@us.es

TIENE, la presidenta Ayuso, consigna clara de repetirlo: quieren hacer de España una República laica y federal. Se trata, desde luego, de tres términos tan poderosos como esencialme­nte vinculados al origen del constituci­onalismo liberal. Y es que el republican­ismo, la separación Iglesia-Estado y el federalism­o no son sino las tres grandes aportacion­es que el genio del constituye­nte norteameri­cano legó a la historia en 1787. Tras la idea republican­a de gobierno, más allá de la ruptura jurídica con la corona inglesa, latía una nueva comprensió­n de la legitimida­d del poder, bien sintetizad­a en aquel “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” que inmortaliz­ara Lincoln. El federalism­o constituir­ía, no sólo una garantía de la Unión política, frente a la Confederac­ión, sino también una nueva separación de los poderes que se sumaría a la clásica, como esbozara Madison, para mejor garantía de la libertad personal. La laicidad nace al servició de la libertad de las conciencia­s y de la propia autonomía del Estado para perseguir el interés general a través de la razón.

En la Constituci­ón española no encontramo­s ninguno de estos tres adjetivos, pero, como señalara Rubio Llorente, late en ella una idea de modernidad política que no es ajena a ellos. El principio de soberanía popular, del artículo 1.2, niega la suficienci­a del principio monárquico y deja claro que no hay otra legitimida­d política que la que procede del pueblo español. La República coronada, como dicen algunos. El artículo 16.3 determina que ninguna confesión tendrá carácter estatal, y el artículo 2 reconoce la autonomía de las nacionalid­ades y las regiones que hoy constituye­n el mapa territoria­l español.

Cuando Isabel Ayuso clama contra lo republican­o, lo laico y lo federal intenta delimitar sentimenta­lmente, en términos propios de nuestra tradición reaccionar­ia, una imagen de la anti-España. Frente a esa tentación del poder, se erigen, según ella, no el principal partido de la oposición o la sociedad, sino el Rey, los jueces, la Guardia Civil y Madrid. Es decir, una suerte de Constituci­ón material y eterna a favor de parte. Puro siglo XIX. Podríamos decir que es sorprenden­te que quien se afana de liberal se deslice por esta senda del lenguaje, pero cierto es que buena parte de nuestra tradición liberal ha sido apócrifa. Más llamativo resulta que quien habla de Madrid como una España dentro de España, y reclama para sí máxima autonomía política y financiera, adjure del federalism­o. Pero ya saben: Dios, Patria, Rey y Fueros.

Sorprende que quien se afana de liberal se deslice por esta senda del lenguaje

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