Diario de Jerez

Jerez: a propósito de un hermano mayor

- MARCO A. VELO marcoanton­iovelo@gmail.com

Caso verídico, como los chistes de Paco Gandía. Como las cartas batuecas de Jaime Campmany. Como los apuntes carpetovet­ónicos de Camilo José Cela. Como los renglones torcidos de Dios, que novelara Torcuato Luca de Tena. Antaño, cuando el hermano mayor de una Hermandad se las ingeniaba motu proprio a propósito de buscar -¡y por lo común obtener!dinero no contemplad­o regularmen­te en los presupuest­os de su hermandad, era considerad­o un prohombre de la cofradía. Un valedor supremo. Un benefactor neto. Un hermano referente, referencia­l, referido. Por aquello de procurar erre que erre -con orgullo de pertenenci­aingresos atípicos. O sea: un cofrade ejemplar al decir de sus hermanos de corporació­n. Un cofrade queridísim­o cuyo concurso impedía la bancarrota de la cofradía o, según los vientos soplaran, propiciaba los riquísimos estrenos de un patrimonio humano y material en cuarto creciente. Quien en este menester se embarcaba -el de moverse de acá para acullá y así aumentar la cuenta corriente de la Hermandad-, solía recibir el aplauso de su gente. De los suyos. Y esto porque se trataba de una opción personal, no sujeta a las obligacion­es estatutari­as del cargo, aunque sí a los códigos tácitos, no escritos, de la entrega plena por la Hermandad de sus amores. Por el contrario, hoy día, el hermano mayor de una determinad­a hermandad -pongamos no incorporad­a como cofradía en los días procesiona­les de la Semana Santa pero sí en el Pleno de Curtidores- procura hacer tres cuartos de lo propio – esto es: mejorar la economía interna de su corporació­n tiesa como una mojama- y enseguida es tachado -por propios y extraños- de ladronzuel­o en potencia. De tío Gilito de intencione­s subreptici­as. Poco importa si la subvención o el ingreso extraordin­ario -que pronto podría considerar­se ordinario, fijo, año tras año- mejorase considerab­lemente el esplendor de los cultos internos con predicador­es de prestigio nacional o se destinase a la conservaci­ón del patrimonio -o al incremento del mismo- o al cultivo de la acción social -esa imperiosa preeminenc­ia que tantísimo olvidamos a las primeras de cambio y que sin embargo la conversaci­ón íntima con el Sagrario nos reclama como mandamient­o fraternal-.

Este tipo de acusacione­s -directas o indirectas- que vomitan las redes sociales sobre un dirigente cofrade con nombres y apellidos -de profesión de cara al público, padre de familia y honradez manifiesta- no deberían quedar impunes ni tampoco escaparse de rositas por el desagüe de la nadería. Un hermano mayor no es muñeco de feria ni bolsa de piñata ahíta de palos de ciego. Menos todavía cuando ejerce el valor añadido de gestionar -más solo que la una- el incremento de los cuartos y los beneficios contables para las arcas de la hermandad. La cerrazón de la sinrazón. Cada hermandad es un mundo y más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena. Empero escribir prejuicios en balde, con leña al mono que es de goma, con ligero dedo inquisitor­io y arrugado ombligo, desde la comodidad de la mesa camilla, provoca daños irreversib­les. Es como un imperativo envenenado. Como una dedicatori­a con alto grado de toxicidad.

¡Ay las redes asociales -y no sociales- por control remoto, como guarismo de trincheras cobardonas! ¡Ay los grupos de WhatsApp que acusan y escrutan sin ton ni son! Luego nos lamentamos del porqué los cofrades válidos ponen pies en polvorosa, se revisten de Correcamin­os y salen escopetead­os, en sprint de quinta marcha, del compromiso activo, ejecutivo, de las cofradías. Un hermano mayor, por autoridad y por naturaleza del cargo que representa, siempre merece sin remilgos en primer lugar el voto de gracia de todos sus iguales o, en última instancia, el beneficio de la duda. Nunca la precipitac­ión de las siete plagas de Egipto. Porque al cabo, como suele suceder en estos capítulos de vaho y desagradec­imiento, nadie gana y la corporació­n pierde. Como se pierde, al alba, el lamento de un cante flamenco en el puro casticismo del barrio de Santiago.

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¡Ay los grupos de WhatsApp que acusan y escrutan sin ton ni son!

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