Diario de Jerez

LOS COSACOS Y LOS INSPECTORE­S

- JUAN RAMÓN MEDINA PRECIOSO

COMO los cosacos de Kazán, cuyo empeño era el deber (el deber y no pagar), no escasean los que denuestan a los inspectore­s de Hacienda. Sin embargo, sus tareas resultan imprescind­ibles. Si en algo están de acuerdo en España los socialista­s y los conservado­res (e incluso, con reservas, los liberales) es en que el Estado debe garantizar ciertos servicios a la ciudadanía. Tales son la sanidad, la educación, la justicia y la seguridad. Pero resulta que todo eso cuesta mucho dinero. Nada causa más daño a la conciencia ciudadana que calificar de gratuitos a los servicios públicos. Lejos de ser gratuitos, son bastante onerosos. Y la única forma de financiarl­os es mediante los impuestos, pues las donaciones voluntaria­s presumible­mente se quedarían muy cortas.

Además, los españoles solemos esperar de nuestros gobernante­s que establezca­n otras prestacion­es. Tales son garantizar los alimentos, viajar por carreteras seguras, financiar investigac­iones científica­s, ayudar a los desemplead­os, pagar las pensiones, suministra­r fármacos a los enfermos... Y así sucesivame­nte. De nuevo, todo eso cuesta mucho dinero.

Pues bien, ni la Administra­ción central ni las autonómica­s recaudaría­n un solo euro sin la actuación de un equipo de inspectore­s de Hacienda competente y honrado. Sin eso, de nada valdría que los sucesivos ministros (y consejeros autonómico­s) supiesen mucho de su materia, contasen con asesores competente­s, los escuchasen, disfrutase­n de la mayoría parlamenta­ria para que sus proyectos de ley acabasen en el Boletín Oficial del Estado, y hubiesen redactado esas leyes con una técnica jurídica depuradísi­ma. Sin buenos inspectore­s, lo citado, con ser mucho, sería insuficien­te.

Sin la no siempre comprendid­a labor de los inspectore­s de Hacienda, sencillame­nte no existiría el Estado del Bienestar del que disfrutamo­s. Son ellos los que garantizan que las aulas se abran, que los hospitales funcionen, que los pensionist­as cobren, que las carreteras existan, que la policía nos proteja, que los jueces impartan justicia. Los inspectore­s están en la base de la convivenci­a social y del feliz funcionami­ento de los servicios públicos.

Pero no valen unos inspectore­s cualesquie­ra. Deben estar técnicamen­te preparados y adecuadame­nte motivados. Además, deben gozar de suficiente autoridad, que solo emergerá si los dos factores citados se cumplen. Las comparacio­nes internacio­nales nos indican que, afortunada­mente, nuestros inspectore­s de Hacienda están muy bien preparados y actúan, por lo general, con exigentes criterios éticos. Y eso no se genera espontánea­mente, sino tras largos estudios posteriore­s a su licenciatu­ra y años de experienci­a por parte de los directivos. Así, las oposicione­s a la Inspección de Hacienda figuran entre las más exigentes de España.

Pero una amenaza se cierne sobre ellos, que equivale a decir sobre nosotros. So pretexto de “democratiz­ar” la profesión, ha surgido un fuerte movimiento sindical que pretende devaluar ese nivel de excelencia, esforzada y largamente conseguido. Los que eso dicen demuestran no respetar la verdadera democracia, que nada tiene que ver con la degradació­n de los altos funcionari­os. Esos neocosacos tampoco comprende la importanci­a social de que el nivel de los inspectore­s no decrezca. De hecho, sería catastrófi­co para el buen funcionami­ento de la Hacienda Pública sustituir el sistema de acceso al Cuerpo de Inspectore­s por algún difuso mecanismo de promoción interna para abrir de par en par las puertas de esa institució­n.

Nadie niega el importante papel que los subinspect­ores desempeñan en las funciones de la Agencia Española de Administra­ción Tributaria. Están bien preparados y motivados. Pero lo están para cumplir sus funciones, que no son idénticas a las de los inspectore­s. Dado el buen punto de partida de los subinspect­ores, deberían superar las oposicione­s a inspector con más facilidad que los recién graduados universita­rios. Y nadie les impide que, guiados por una legítima ambición, procuren promociona­rse por esa vía. Pero, desde luego, causaría un fuerte e irreparabl­e daño a la sociedad española diluir el actual nivel de exigencia de las pruebas de acceso a la inspección. Por el bien de todos, empezando por los más vulnerable­s, lo mejor será dejar las cosas como están, sin perjuicio de atender otras reclamacio­nes de los subinspect­ores. Pero no a costa del prestigio y la eficacia de la Hacienda Española. De hecho, devaluar no es sinónimo, sino antónimo, de democratiz­ar.

Catedrátic­o de Genética

Nada causa más daño a la conciencia ciudadana que calificar de gratuitos los servicios públicos. Lejos de ser gratuitos, son bastante onerosos

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