A todos aquellos
Esta carta, artículo, misiva o como más les venga en gana, se lo dedico a todos aquellos que me decepcionaron y a todos cuantos decepcioné.
El ser humano no se mide (o no debiera medirse) por las veces que se cae, sino por las que se levanta; y al igual que el saber por saber de nada sirve, si no sabes para qué sirve lo que sabes, nadie está exento de que un día, cuando las circunstacias se tornen difíciles y complicadas, camine, sin querer o queriendo, fuera de la ley.
Nadie está exento de que un hijo, un hermano, un amigo o incluso uno mismo, caiga en la desesperación de la soledad y el abandono. No obstante, les agradezco enormemente a todos aquellos que intentaron herirme, porque aún consiguiéndolo me hicieron más fuerte.
Gracias a todos aquellos que aún estando vivos, los enterré en el olvido sin ni siquiera odiarlos, aún teniendo razones para aborrecerlos para siempre.
Nadie es más que nadie aunque lo crea, porque envejece y muere lo mismo que fallecen los principios, las teorías, incluso el hipotético...
No hay mañana sin hoy y sin ayer, ni arco sin flechas, ni lágrimas sin ojos.
Nadie es más que nadie aunque la vida los haya favorecido. Quizá, escondida, esperándote, la mala suerte puede darte un susto.
Me arrepiento de haber causado daño y perdono a los que me lo hicieron a mí, porque a fin de cuentas, todos hemos pecado, y aquellos que no lo reconozcan pueden ir tirando sus primeras piedras.
José Manuel Pérez González (Correo)