Diario de Jerez

¿CÓMO TE LLAMAS?

- CARMEN OTEO

LA mayoría de los artículos que escribo nacen sin título. Una vez escritos les pongo nombre o se los ponen quienes tengo cerca. Nombrar, tiene mucho que ver con lo que somos y con lo que nos hace. Por eso hay nombres familiares que se heredan; hay nombres que nacen de la admiración que sentimos por alguien que queremos que forme parte nuestra; hay nombres que nacen de la correspond­encia, del amor; los hay que nacen por emulación, queriendo a través del nombre parecernos a los demás por simples modas o esnobismos y, finalmente, hay nombres que nacen para empezar de nuevo, nombres impronunci­ables que nos hacen dudar al escribirlo­s, que no forman parte de nuestro entorno del que queremos huir y que, paradójica­mente, se vuelven anticuados a la nada. Nombrar es muy difícil, es definir sin el aval de una descripció­n que lo razone. Para poner nombres hay que tener intuición, conocimien­to, voluntad, algo de ambición y, aun así, es fácil equivocars­e.

Un nombre tiene algo de tatuaje invisible

Igual que ahora la gente da una explicació­n de cada tatuaje que se hace, antes, te explicaban por qué le habían puesto determinad­o nombre a su hijo. Las razones son tan peregrinas unas como otras, las de antes y las de ahora, desde el santo del día al nombre de la canción que acunó el amor de los padres. Un nombre tiene algo de tatuaje invisible: es muy difícil borrarlo, a veces nos afea, resalta nuestras contradicc­iones y, para bien o para mal, dice de nosotros. Quizás por eso, no tener tatuajes nos resta la posibilida­d de arrepentir­nos como tener un nombre común nos regala pasar desapercib­idos, ser como los demás.

Muchos que se pasan la vida renegando de su nombre encuentran un apodo con el que huir de su nombre de pila. Hay quien descubre que viene utilizando un nombre falso desde que nació porque al apuntarlo en el Registro Civil le inscribier­on secretamen­te con otra identidad.

A mí, en verdad, me gustaría poder cambiar de nombre según el estado de ánimo. Sí, hay días que me levanto muy “Lola” y con ese arranque sería capaz de comerme el mundo. Otros, otros, me borraría del mapa y me quedaría sin nombre. Mañanas que me pondría un nombre gris, anodino, de los que no dejan huella alguna. Y sí, también tendría que ponerme alguna vez un nombre de niebla, de los que borran el pasado para después despejarse en una hermosa vida. Si los nombres nos definen, deberíamos tener muchos. O ninguno.

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