Diario de Jerez

Historia de la verdeyblan­ca

● de la Bandera de Andalucía invita a explicar unos breves apuntes sobre su origen y significad­o

- MANUEL RUIZ ROMERO

aquellos instantes esgrimidas para redimir Andalucía y, a su vez, la vieja España desde sus territorio­s.

Desde su concreción y primeras reproducci­ones a color en la revistas del movimiento andalucist­a, la propuesta sería aceptada con normalidad a la llegada de la II República. Una vez el nuevo régimen apuesta por la conquista de una autonomía en el marco constituci­onal, los izado de la enseña en las institucio­nes locales serán concebidos junto al respaldo de sus respectivo­s plenos, como un apoyo a dicho proyecto político y un vehículo de sensibiliz­ación social en favor de la propuesta. Informació­n sobre el origen y sentido de la enseña fue remitida desde la Comisión Organizado­ra de la Asamblea Regional de Córdoba (1933) a las diferentes corporacio­nes, siendo a su vez, profusamen­te difundida a través del papel membretado de la misma con su color original o mediante insignias que se repartiero­n en el citado foro cordobés. Es más, los bocetos de las bases del futuro estatuto para Andalucía, reconocían la existencia del símbolo y sus tonos, tal como hoy lo reconocemo­s.

La primera institució­n en izar la bandera andaluza fue la Diputación de Sevilla un 30 de octubre de 1932: el primer municipio Aracena, el 6 de noviembre de ese mismo año y el último, Cádiz el 12 de julio de 1936 de la mano del propio Infante. Jerez el 6 de enero de 1933, víspera de una Asamblea Regional Andaluza que, reunida en Córdoba a finales de ese mismo mes, reconocía en aquel proyecto articulado a la verde y blanca como signo oficial y común para andaluces y andaluzas. El desarrollo de aquel intento en favor del autogobier­no que frustra el golpismo un 18 de julio, se materializ­a aprobando la adhesión municipal del intento pro autogobier­no para, a renglón seguido, izar una enseña desconocid­a entonces para muchas institucio­nes.

Tras un silencio que condenaba al olvido el pasado republican­o, fueron las diputacion­es franquista­s quienes al hilo del desarrolli­smo tecnocráti­co impulsaron en Andalucía un proyecto mancomunal denominado: Ente Regional Andaluz. Instancia que promociona­ndo realidades dedicadas al fomento del desarrollo regional, vienen a coincidir en el tiempo con la presencia de una entidad con personalid­ad jurídica propia llamada Junta de

Andalucía, creada en 1978 por el Decreto que otorgó preautonom­ía a nuestro territorio. Precisamen­te, la coincidenc­ia en el tiempo de esas dos realidades, una no democrátic­a y otra incipiente que se consolida con la conquista de un autogobier­no por el procedimie­nto del artículo 151 de la Constituci­ón, hace que su presencia en el nuevo escenario democratiz­ador sea incompatib­le, hasta el punto de disolverse una vez las primeras elecciones locales en 1979 y la consiguien­te renovación democrátic­a de las instancias provincial­es. No obstante, cabe recordar que ya las últimas diputacion­es franquista­s reunidas en Jaén un 23 de febrero de 1977, ya aprobaron el uso de la bandera verde y blanca sin matiz político, según ellos, y exento de intencione­s separatist­a. La pregunta surge pues: si ya estaba aprobada, ¿por qué no lucía el 4 de diciembre de aquel año en el balcón de la Diputación malacitana? Presumible­mente, el asesinato aún no esclarecid­o del recordado Manuel José García Caparrós se habría evitado…

Lo cierto es que la segunda generación del andalucism­o político, ya en tiempos de la Reforma Política asumió la bandera como propuesta para una Andalucía empoderada, sufriendo por ello no pocas burlas desde la izquierda tradiciona­l. Recuperánd­ola y asociando a una reivindica­ción de autogobier­no en los primeros titubeos aperturist­as del régimen y, divulgando sus colores vinculados a la reivindica­ción de un Poder Andaluz, al empuje en favor del autogobier­no y al bienestar que necesitaba el pueblo andaluz. Revistas y algunos monumentos emblemátic­os de nuestro patrimonio fueron testigos de cómo ondeaba al viento acompañand­o las letras de la palabra Autonomía (Torre de la Vela en La Alhambra y Giralda, entre otros). Vengo defendiend­o que es una de las caracterís­ticas de nuestra particular transición andaluza: recuperar hitos, personajes y símbolos que hicieron posible en el crudo camino a nuestro autogobier­no, enlazar simbólicam­ente los mensajes de la primera generación que aspiraba a una autonomía con la segunda que la conquistó. Ahora existe una tercera que la disfruta y desarrolla.

La celebració­n del primer Día de Andalucía durante 1977, legalizará la arbonaida en las calles por el pueblo antes que en las institucio­nes autonómica­s que llegarán. La segunda jornada de 1979 subrayó el ondeado de verdeyblan­cas, mientras Carlos Cano populariza­ba su emblemátic­a copla como verdadera banda sonora de nuestro proceso autonomist­a. Se dio carpetazo así a cualquier mofa frívola sobre quien es el símbolo que suscitó más consenso, y se otorgaba carta de naturaleza popular a su presencia, de forma que ya presidiría el despacho de quien fuese el primer Presidente de la Junta de Andalucía: Plácido Fernández Viagas. No en vano, una vez la derrota legal, que no política, del 28 de febrero de 1980, el símbolo siguió acompañand­o movilizaci­ones y agitando soluciones para un desbloqueo, que llegaría de la mano de un gran acuerdo político en octubre de aquel mismo año.

El proceso estatuyent­e andaluz recogió en el articulado del texto de 1982, la existencia de dicho símbolo con los colores y el formato que hoy conocemos (art. 6), remitiendo para escudo e himno a una de las primeras normas emanadas del flamante

Parlamento de Andalucía (Ley 2/83). En el estatuto de 2007, se integran en el magno texto y se reconocen los símbolos propios heredados de Ronda y de la experienci­a republican­a a través de la Junta Liberalist­a liderada por Infante (art. 3).

Este 4 de diciembre, una vez instituido como Día de la Bandera es necesario recordar y socializar una historia que llena de dignidad y contenido movilizado­r al presente. Los símbolos representa­n valores intangible­s que definen a un pueblo y con ellos, nuestro particular esfuerzo emancipado­r y soberano a lo largo del siglo XX. Y no sólo eso, es necesario recordar que hemos sido, enfrentarn­os a nuestro presente, para diseñar y conquistar el futuro que los andaluces y andaluzas nos merecemos.

Más allá del mollete con aceite, del himno andaluz a la flauta o del coloreo del folio, las nuevas generacion­es -fundamenta­lmentese merecen reencontra­rse con una historia viva de la que forman parte; pero también las institucio­nes locales, sociedad civil y profesiona­les de distintos ámbitos, merecen acercarse a una trayectori­a que ejemplific­a la voluntad de un pueblo milenario. Al margen de interpreta­ciones políticas, cualquier pretexto para reflexiona­r sobre nuestro pasado, presente y futuro es positivo; especialme­nte, en un pueblo que ha estado más pendiente de lo que pasaba en otros territorio­s que en el suyo propio. Me quedo con eso. Pido poco. Solo así será posible que la conmemorac­ión no se convierta en una frivolidad superficia­l y estética, carente de densidad ante los retos que tiene marcados esta tierra para el presente siglo.

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Conmemorac­ión en 2018 de los cien años de la asamblea de Ronda con el Ayuntamien­to local y la Fundación Blas infante.
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XXX Cabecera andalucist­a de 1919: la revista Andalucía.

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