La fe en los hechos alternativos
Koestler, aprendió el autor cómo estaban mutando las batallas de propaganda libradas desde la Primera Guerra Mundial; es decir, qué papel se había reservado a los ciudadanos en el escenario de los nuevos Estados, una cuestión que la Segunda Guerra Mundial terminaría de asentar según parámetros claramente definidos antes incluso de la llegada de Hitler al poder (nunca está de más volver en este sentido a uno de los requiebros más alarmantes y contundentes de la novela distópica, de Stanislaw Lem, seguramente la única de su género concebida como un ensayo hacia atrás). En la segunda mitad de los años 40, el Orwell bendecido por el éxito de
aunque (o tal vez por ello) cada vez menos tenido en cuenta entre la opinión pública, ahogado en una crisis creativa y de salud para la que no parecía haber una solución a su alcance, supo hacer la lectura definitiva de los acontecimientos en y, en este sentido, uno de los mayores logros de Lynskey en
es el rastreo minucioso de las fuentes de las que echó mano Orwell para conformar su mundo, tanto literarias (la polémica y a la vez inevitable sombra de H. G. Wells, de Evgueni Zamiatin o de Aldous Huxley) como históricas: justo a finales de los años 40 se anunciaba la llegada de los primeros equipos de televisión a los hogares británicos (todavía apenas un puñado de salones privilegiados) y fue necesaria la intervención de un ministro del Gobierno para convencer a la atemorizada sociedad británica de que los dispositivos nunca podrían ser empleados para espiar a los espectadores en sus hogares, tal y como la misma masa que había sucumbido al pánico tras la emisión radiofónica de a cargo de Orson Welles sostenía contra viento y marea. Mucho antes de la novela de Orwell, el Gran Hermano existía en la imaginación popular.
Lynskey revisa todas las adaptaciones cinematográficas, escénicas, televisivas y musicales (incluido el
de David Bowie) para dar cuenta de la evolución de la lectura de 1984 en un sentido crítico: Orwell nunca pretendió lanzar una profecía (“Es posible que 1984 no sea una profecía, pero contiene una: la premonición de la derrota y la muerte. Todos los protagonistas de Orwell son derrotados, pero Winston es el único que sabe que será derrotado”, matiza Lynskey al respecto), ni una sátira sobre la Unión Soviética (su representación del Estado se corresponde, plenamente, con una democracia enfrentada a sus propios demonios totalitarios) ni una renuncia a los postulados socialistas, de los que Orwell siempre se sintió cercano. En la aceptación por parte de Winston de que 2+2=5 late una fe en los hechos alternativos que desde hace ya mucho constituye la opción exclusiva para la ciudadanía de las democracias occidentales. En ello estamos.
Dorian Lynskey. Traducción: Gema Facal Lozano. Capitán Swing. Madrid, 2022. 416 páginas. 25 euros.