Diario de Jerez

Pablo J. Vayón

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Hablo con Juan Sancho el miércoles 30 de noviembre por la mañana, cuando está a punto de coger un avión para Basilea, donde cantará por primera vez la de Beethoven. Eso será el viernes 2, un día antes de la presentaci­ón en el Espacio Turina de Sevilla de su último álbum, que, junto a la guitarra de Miguel Rincón, ha dedicado a José Marín (c.1618-1699).

–¿Cuánto tiempo planeando este disco?

que va en otro sentido, no en el nuestro, que es más folclorist­a, el suyo va más hacia las músicas del mundo.

–¿En qué sentido es ortodoxo su acercamien­to?

–Por ejemplo, en el orgánico. No es frecuente hacer un disco tan a palo seco. Normalment­e se acompaña con otros instrument­os, percusión sobre todo, que está muy bien. Pero no era nuestra apuesta. Queríamos hacer hincapié en esa imagen del José Marín que se acompañaba a sí mismo con la guitarra. En ese sentido, ortodoxia total. Ortodoxia también en que no hemos hecho todas las coplas de cada tono, pero en la mayor parte de los casos sí casi todas, que normalment­e es algo que no se suele hacer. Queríamos desarrolla­r el lado poético, literario de los tonos, repetir los textos por amor a la poesía barroca española, al español en sí mismo.

–Pero el disco empieza con una falseta flamenca…

sola, con la posibilida­d del rasgueado, nos llevaba muy fácilmente a hacer una pequeña exploració­n en el lado del flamenco, pero modesta y sin pretension­es.

–No tan modesta, en el final de se arranca por bulerías...

–Sí, bueno, esa ha sido la otra gran licencia, un tributo a Camarón, por el que tanto Miguel como yo tenemos una admiración desmesurad­a. Podríamos haber hecho otro recurso, pero él metió una f lamenca… y empezamos a trabajar por ahí… Y luego hay también otras cosas por su parte,

“Quería que alguien pusiera el disco y estuviera descolocad­o desde el segundo dos”

algunos rasgueos que no tienen que ver con la escritura original de Marín, que tiene el punteado y ya está.

– Y la pronunciac­ión…

–Es verdad que a veces me dejo llevar por el acento sevillano. Por ejemplo, en

yo le propuse a Miguel hacerlo con un lentísimo, que fuera parecido a un bolero latinoamer­icano, y cuando Miguel me hizo aquella introducci­ón tipo Los Panchos, a mí aquello me llevaba a una pronunciac­ión concreta, me salía decir ‘corasón’ y no ‘corazón’. En la vida diaria me pasa. No tengo un acento cerradísim­o sevillano ni tampoco neutro. Si estoy en Sevilla me sale el sevillano, y cuando me voy a Madrid o a

denuncia el racismo imperante en el flamenco en los años 70 y 80. Nos resuelve un misterio que hacía tiempo que nos asaltaba: el que se librara con bien en la guerra y la posguerra después de haber apoyado públicamen­te a la CNT. Fue gracias a la amistad, a una amiga de Málaga cuyo marido era carabinero. Y así, desde ese momento ya su vida trascurrió en Málaga. Eduardo el de la Malena evoca, no sólo su propia trayectori­a, también el baile de su tía, que era estrella de los cafés cantantes en el siglo XIX. Juan el Africano es un personaje curioso ya que tuvo dos carreras artísticas muy diferentes, la de cantaor y la de tocaor. El Tío Borrico da la informació­n, que ya había ofrecido Ríos Ruiz en su momento, que, en contra de la opinión mayoritari­a, ni El Marrurro ni el Loco Mateo eran gitanos.

Por la razón que sea, hay una fuerte presencia de artistas jerezanos (La Periñaca, Tío Gregorio el Borrico, Tío Juané, Tía Juana la del Pipa, etc.) vinculados al mundo rural, y, debido también a la ideología dominante de la época, muchos de los entrevista­dos subrayan la preeminenc­ia de los cantaores gitanos y de lo que ellos llaman cantes gitanos. La época referida son los años 80, en que Manolo Herrera Rodas llevó a cabo estas entrevista­s, grabadora en mano, que publicó originaria­mente, en formatos reducidos, para la revista

que el propio Rodas fundó y dirigió. A pesar de la hegemonía jerezana subrayada, hay también en este libro flamencos de Triana, Cádiz, Córdoba y Granada. Se trata de artistas que, con alguna excepción como la de Pilar López o la Niña de la Puebla, no fueron grandes figuras. Incluso estas dos artistas, como tuvieron una vida tan prolongada, también sufrieron de olvidos en su vejez.

nos habla en este libro de cuando montó el ‘Albaicín’ de Albéniz con Farruco

Recuerdo los años en los que pedíamos públicamen­te que se le concedería el galardón Niña de los Peines, instituido por la Junta de Andalucía como el “Nobel del f lamenco” durante unos años, a Pilar López. Incluso alguno de los galardonad­os anteriores al de la concesión final clamaron en sus discursos de agradecimi­ento por esta concesión. Finalmente la misma se produjo en 2008, el año de la muerte de la maestra que, con 101 años, no pudo acudir a recogerlo. Lo hizo en su nombre el maestro Mario Maya que, inopinadam­ente, falleció antes que su maestra. De ahí la importanci­a de este libro: se trata de la memoria de este arte que, si no respeta ni a las figuras, como las mencionada­s, ya me dirán de la intrahisto­ria, de estos treinta y tantos jornaleros del flamenco que el libro recoge. Jornaleros de lo jondo como lo fue el propio Herrera. Que su memoria no se extinga.

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