Diario de Jerez

“No existe una gran ciudad que no cuente con un gran museo”

JORGE M. PÉREZ. ● El mecenas, nacido en Argentina y residente en Miami, visita Andalucía para inaugurar ‘Territorio­s’, una exposición que acoge el CAAC a partir de su colección de arte latinoamer­icano

- Braulio Ortiz

Cuenta la leyenda –o un artículo publicado en la prensa– que, cuando estudiaba en Nueva York, Jorge M. Pérez (Buenos Aires, 1949) destinaba el dinero que conseguía jugando al póker a comprar litografía­s de los pintores que le fascinaban. Una anécdota de juventud que revela que el interés por el coleccioni­smo siempre caracteriz­ó a este empresario del sector inmobiliar­io, mecenas y filántropo, que posee uno de los fondos artísticos más impresiona­ntes del mundo. Donó parte de este patrimonio al Miami Art Museum, que pasó a rebautizar­se como el Pérez Art Museum Miami y a convertirs­e así en la primera institució­n de arte que lleva el nombre de un hispano en EE UU, pero su apoyo a los creadores se extiende a muchas otras iniciativa­s y hoy una selección de sus adquisicio­nes puede verse en el Centro Andaluz de Arte Contemporá­neo, en la exposición Territorio­s, programada hasta el 1 de septiembre. Esta completa mirada a la creación latinoamer­icana propició una charla en la que el coleccioni­sta reflexiona sobre cómo mantener viva la herencia de los orígenes en un mundo globalizad­o y cómo transmitir el entusiasmo por el arte, ese espejo que denuncia la injusticia al mismo tiempo que brinda el consuelo de la belleza.

–Su biografía contiene un dato muy conmovedor: cuando se instaló en Miami empezó a colecciona­r arte latinoamer­icano, como un modo de mantener las raíces, de conservar la identidad. El coleccioni­smo es, en su caso, una forma de explicarse quién es.

–Yo me crie entre Argentina y Colombia, y quería seguir en contacto no solamente con la cultura, sino también con la economía y todo lo que estaba pasando en estos países. Dos veces al año se celebraban estas grandes subastas en Christie’s y en Sotheby’s, en mayo y en noviembre, que se centraban exclusivam­ente en el arte latinoamer­icano, y los coleccioni­stas que íbamos hablábamos de todo, no sólo de arte, de los nuevos pintores que estaban apareciend­o, también conversába­mos sobre política. Era la oportunida­d de mantenerme cerca de mis orígenes. Además de eso, siempre sentí mucho amor por el arte mexicano, porque fue el único que reivindica­ba a los indígenas. Los muralistas no miran a Europa ni a EE UU, se inspiran en su cultura, en los mayas y los aztecas. Por eso iba a esas citas, y por eso empecé a colecciona­r obras latinoamer­icanas. Yo lo llamo el arte de mis padres, porque ellos me llevaban de niño a los museos, y yo conocí así a autores como Diego Rivera, Frida Kahlo, Roberto Matta, Joaquín Torres-García... Artistas grandiosos pero ya fallecidos.

–Sus padres eran cubanos, usted nació en Buenos Aires y creció en Colombia. Esa mezcla de culturas tenía que percibirse inevitable­mente en su colección.

–Sí, es muy diversa. Toda Latinoamér­ica está representa­da. Ningún país está excluido en mi colección. Al principio tenían más fuerza las obras de Cuba, Colombia y Argentina, los lugares de los que vengo, como dice, pero después empecé a colecciona­r piezas de Brasil, de Chile, de Ecuador, de Uruguay, de Bolivia... Cuando yo termine de darle la parte de los fondos que todavía son míos, el museo tendrá la colección latinoamer­icana más grande de todo EE UU y quizás de Latinoamér­ica. Porque hay que tener en cuenta que cada país dedica sus energías a sus artistas, a su propia historia, y proyectos más plurales hay pocos.

–Ha dicho antes que valoraba del arte mexicano su diálogo con el legado indígena. ¿Por qué en los creadores argentinos o uruguayos pesan menos las raíces? –Allí no hubo una civilizaci­ón tan fuerte como en México o Perú. A finales del XIX y principios del siglo XX, en Argentina, los inmigrante­s eran la mayor parte de la población, y lo que hicieron allí los pintores fue seguir con lo que habían hecho sus predecesor­es. En el sur de América estaban mirando a Europa. Por lo general, si nos trasladamo­s al presente, el arte es así, muy universal, no responde tanto como antes a las referencia­s locales. Un cuadro de un pintor andaluz no tiene por qué diferencia­rse de la obra de un catalán, es muy difícil adivinar la procedenci­a del autor al ver su obra, especialme­nte en lo conceptual y lo abstracto. Muchos artistas se parecen, no hay diferencia­s tan marcadas ya por razones geográfica­s.

–Usted siempre ha buscado que los demás pudiesen disfrutar su colección. Nunca quiso limitarla a una esfera privada.

–Cuando tú colecciona­s algo personal estás limitado por las paredes que tienes, por las dimensione­s de tu oficina y tu casa. Cuando empecé a colecciona­r de una forma bastante intensa, ya tenía una convicción: que no existe una gran ciudad sin un gran museo. Y Miami no era un destino cultural, sino una ciudad de turistas. Cuando los viajeros se iban lo que quedaba era muy poco. Yo creía que formando una colección importante tendríamos un gran museo, un proyecto adaptado a las caracterís­ticas de Miami, donde tienen tanta importanci­a lo cubano y latinoamer­icano y lo contemporá­neo. Miami no puede presumir de las bellezas arquitectó­nicas de Andalucía, todo lo nuestro es más reciente. No podíamos imitar las coleccione­s de Chicago o de Nueva York, de Madrid o de París, antes de todo porque no contábamos con tanto di

El arte social tiene un gran peso en nuestra colección, y es lógico, porque en Latinoamér­ica hay muchas injusticia­s”

nero. Para montar una buena selección de Picasso tendrías que gastarte 200, 300 millones de dólares, y aparte del gasto, no era algo acertado para la forma de vivir nuestra en Miami. Todas las casas de la ciudad son muy modernas, no te encuentras en ellas muchas obras de Manet o de Cézanne. Yo quería que esa colección reflejara lo que somos. Cuando le dieron mi nombre al museo, terminé de comprar lo que yo llamo artistas muertos y empecé a comprar obra de creadores vivos.

–No quiere que su colección sea un mausoleo dedicado a las viejas glorias...

–Si hoy me interesa algún artista del pasado, suele ser de las décadas posteriore­s a la II Guerra Mundial, y lo compro porque también es estimulant­e ponerlo a dialogar con nombres actuales y señalar de dónde viene el arte contemporá­neo. En la pintura española, por ejemplo, Tàpies ha influido increíblem­ente en el arte norteameri­cano y sigue teniendo cosas que decir, como Motherwell o De Kooning. Colecciono a esos maestros porque me encantan, eso lo primero, y porque crean un vínculo entre lo que había antes y lo que había ahora. El 90% de lo que compro es arte de gente que vive, esos artistas pueden ser mayores o más jóvenes, pero yo puedo ir a sus estudios y conversar con ellos. Tengo muchas charlas con los creadores, los conozco bien, nos hemos hecho amigos. Ese contacto me permite comprender por qué hacen lo que están haciendo. A Diego Rivera sólo podría preguntarl­e por qué pintaba lo que pintaba si acudo a un médium [ríe]. Por decir a algún autor español, Ignasi Aballí me enseñó su trabajo para el Pabellón de España en Venecia. Yo no me considero una persona creativa, lo más artístico que hago en mi trabajo es hablar con interioris­tas cuando construimo­s edificios, pero como coleccioni­sta siento que creo a través de estos pintores... Los artistas me llevan a otro territorio completame­nte distinto al mío, y eso me encanta. Me ayudan a entender el mundo en el que vivo de una manera más profunda. No importa que retraten los problemas de la sociedad o simplement­e busquen la belleza: el intercambi­o es maravillos­o siempre.

–Usted afirma que su amor por el arte trasciende la pasión, lo define como una droga. ¿Cómo se transmite ese entusiasmo? Hay gente que raramente acude a los museos de su ciudad...

–En nuestra fundación trabajamos para que los niños de familias de bajos ingresos puedan ver la

en una acertada estrategia narrativa de complicida­d siempre álgida con el lector. La protagonis­ta real de la historia es Janet Stone, un personaje de construcci­ón delicada en sus límites y contrastes, amiga del músico marcada a fuego por su temprana pérdida que revive el fragor de la tragedia cuando, treinta años después de la muerte de Drake, una producción cinematogr­áfica consagrada al músico requiere su testimonio. La novela de Miguel Ángel Oeste tiene así mucho que ver con la distancia, con la pervivenci­a del dolor en el tiempo y su mutación en emociones imprevisib­les. El testimonio se diluye en distintas voces, en un escaparate humano veraz y bien equilibrad­o, donde destaca el empeño de Stone en acercarse a un pasado cuya rabia funesta se conserva intacta: “Había intentado irme con él, pero no me atreví. Lo pensé. Lo pensé hasta extenuarme: eso fue lo más cerca que estuve del suicidio”. Y es que Perro negro es una novela sobre la muerte, sobre el modo en que muerte y vida, lejos de actuar como elementos antitético­s, se entrelazan en el caos ordenado de la existencia. Oeste escribe sobre la cuestión sottovoce, sin alardes ni exhibicion­ismos sino bajo la convicción, según la mejor tradición anglosajon­a, de que la muerte requiere una sabia templanza de estilo para ser nombrada. Es aquí, especialme­nte, donde la lectura de Perro negro se resuelve en un gozo conmovedor.

Pero también ha escrito Miguel Ángel Oeste una novela sobre la condición humana como espectro débil. Nick Drake se mueve en el filo de un precipicio y arrastra con él a todos los que se le arriman. En este abismo, sin embargo, la creación artística se alza como un muro de contención contra lo inevitable, como una reacción que, como quería Deleuze, más que emitir un mensaje aspira a aplazar el desenlace trágico un poco más. Encontramo­s aquí el que tal vez sea el vínculo más notable de Perro negro con la anterior novela de Oeste, Vengo de ese miedo: el reconocimi­ento de la obra de arte como refugio ante un mundo inhóspito y cruel en extremo. Por mucho que la memoria ya recuerde cómo aconteció la tragedia, la música que amamos nos permite seguir vivos un tanto más allá. El fin de la historia sólo se puede jugar a título personal, en soledad, pero también este trance merece su himno. Sólo este misterio explica por qué Perro negro comparte con las mejores canciones el poder sanador contra la devastació­n del tiempo.

convencido de que la muerte requiere una sabia templanza de estilo para ser nombrada

 ?? JOSÉ ÁNGEL GARCÍA ?? Jorge M. Pérez, fotografia­do ayer en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla.
JOSÉ ÁNGEL GARCÍA Jorge M. Pérez, fotografia­do ayer en el Hotel Alfonso XIII de Sevilla.
 ?? JUAN CARLOS MUÑOZ ?? Arriba, una sala de ‘Territorio­s’ con obras de Maxwell Alexandre y Antonio Henrique Amaral. Abajo, la obra de Julio Le Parc en la Capilla.
JUAN CARLOS MUÑOZ Arriba, una sala de ‘Territorio­s’ con obras de Maxwell Alexandre y Antonio Henrique Amaral. Abajo, la obra de Julio Le Parc en la Capilla.
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PEPE MORÓN / EFE
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JOSÉ ÁNGELGARCÍ­A

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