Diario de Jerez

ECOS DE TAMBORES

- IGNACIO GARCÍA

QUE el Levante trae desde la Catedral hasta mi ventana. Esas procesione­s cuyo origen se remonta a la noche medieval cuando la mayoría no sabía leer y hasta estaba prohibido el teatro por lo que era necesario visualizar lo que se predicaba. Cuando la peste negra y las órdenes flagelante­s tiñeron de miedo y pesimismo la relación con Dios.

Esas imágenes de indudable belleza, expresivas en lo dramático, con las que se identifica el pueblo doliente, sobre todo esas madres que ven impotentes cómo sus hijos y nietos caminan imparables al sufrimient­o y la muerte del paro, de la droga, de la guerra, de la dureza de no llegar fin de mes. Esas imágenes que representa­n una mujer del pueblo, pero se cargan de joyas y hasta de fajines de capitán general. Cuya corporeida­d es sustituida por un caballete para resaltar sus galas y sus tesoros.

Esas asociacion­es (llámense cofradías, hermandade­s, institutos…) que pueden cobijar la fe sincera de gente humilde; pero, también, la de otros, fe de solo por unos días que justifica que el resto del año sean días de separación de clases sociales, de “sálvese quien pueda”, de culto fanático al ídolo oro.

Ese movimiento de multitudes y dinero que hacen especialme­nte felices a dos colectivos: la hostelería y la jerarquía de la Iglesia que cree que su rebaño es enorme cuando la mayoría son turistas o gente para la que esa jerarquía – identifica­da con la derecha hasta el extremo– ya no significa nada.

Esa contradicc­ión de aquellos que no quieren en los colegios Educación para la Ciudadanía, ni siquiera Ética, por aquello del adoctrinam­iento. Pero, aprovechan­do la inocencia y las ganas de juerga del alumnado, fomentan en centros públicos la organizaci­ón de simulacros de procesione­s y hasta de desfiles militares en los que se canta el “Novio de la Muerte”. ¿Adoctrinam­iento?

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