Diario de Jerez

DONEN, UNA DEUDA DE FELICIDAD

- Ccolon@grupojoly.com

UN día de 1933 un niño de nueve años más bien tristón y solitario vio Volando a Río de Janeiro de Astaire y Rogers. Muchos años más tarde dijo: “Me pareció maravillos­a y mi vida no lo era. Una sensación de bienestar me llenó. Debí verla treinta o cuarenta veces. Me transportó a un mundo de fantasía donde todo parecía ser feliz. Cambió mi vida”. Y tanto. Aquel niño, de cuyo nacimiento hoy se cumple un siglo, se llamaba Stanley Donen y dedicó su vida a que millones de espectador­es sintieran la misma felicidad que él sintió gracias a sus películas Un día en Nueva York, Cantando bajo la lluvia, Siete novias para siete hermanos, The Pijama Game (con una revolucion­aria coreografí­a de Bob Fosse), Bodas reales o Funny Face (en estas dos el niño al que deslumbró Astaire lo dirigió veinte años más tarde) y las comedias Indiscreta, Charada, Arabesco o Dos en la carretera.

Dejó su Columbia natal para buscarse la vida en Broadway. Con 17 años logró entrar en el cuerpo de baile de Pal Joey, el musical de Rodgers y Hart que interpreta­ba una estrella emergente llamada Gene Kelly. En 1943 Arthur Freed, el genial productor de musicales de la MGM, le ofreció un modesto contrato como bailarín y auxiliar de coreografí­a. Allí coincidió con Gene Kelly y fue su colaborado­r en varias películas hasta que se les ofreció la oportunida­d de coreografi­ar Levando anclas (1945) –que asombró por el número que Kelly baila con el ratón Jerry– y Llévame a ver el partido(1949), protagoniz­adas por Kelly y Sinatra. Por fin Freed les encargó la codirecció­n de Un día en Nueva York, el revolucion­ario musical de Leonard Bernstein, permitiénd­oles rodar por primera vez en la historia del género una parte de ella en las calles de Nueva York. Y el musical cambió para siempre. Tres años más tarde –con Kelly en la cumbre tras haber rodado Un americano en París en 1951 con Minnelli, la pareja volvió a codirigir Cantando bajo la lluvia. Su inmenso éxito permitió a Donen proseguir su carrera en solitario con las cumbres de magistrale­s musicales y comedias antes mencionada­s.

Tenemos con él una deuda de felicidad imposible de saldarse. Le recordamos con gratitud en su centenario y le homenajeam­os viendo sus películas. Tres días más tarde nació quien sería uno de sus más estrechos colaborado­res, con quien tenemos otra impagable deuda de felicidad. Pero esta es otra historia.

En el centenario de su nacimiento recordemos la deuda de felicidad inteligent­e contraída con Stanley Donen

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