“Todos estamos hoy arrastrados por un ritmo que no es humano”
JESÚS CARRASCO. ● El autor reivindica la poesía del trabajo artesanal en la novela con la que ha ganado el Premio Biblioteca Breve, ‘Elogio de las manos’, una obra que explora otras maneras de habitar el mundo
El escritor Jesús Carrasco (Olivenza, Badajoz, 1972) aprendió, cuando observaba a su padre encuadernar libros en su taller, que si uno trabaja con las manos “de una manera concienzuda y serena, no hace algo sólo con ellas, sino con todo el cuerpo y con la mente: está concentrado, pero también ese trabajo es una forma de evasión”. El autor de Intemperie y Llévame a casa parecía predestinado a escribir Elogio de las manos (Seix Barral), la novela con la que ha merecido el Premio Biblioteca Breve, en la que define esas extremidades con las que sujeta un martillo o teclea un texto “una parte sustancial de lo que soy”. La obra, la historia de una familia que reforma y trabaja por hacer acogedora una casa en ruinas, un inmueble sobre el que acecha sin embargo la amenaza de una próxima demolición, reivindica la mística discreta del trabajo artesano. En esta novela esperanzada y honda la bondad se erige en otra forma de belleza, los muros se levantan para acoger a los otros y la quincalla y los objetos aparentemente inútiles alcanzan su destello en una dimensión poética.
–En esa casa cobran una nueva vida objetos desechados como quemadores de gas o sillas, que sus propietarios anteriores ya no querían. Parece una rebelión en este tiempo marcado por el consumismo, y en el que uno se convierte en un paria si no tiene el último modelo de algo... –Después de escribir el libro me he dado cuenta de que tiene muchos elementos contraculturales, podríamos decir. Algunos intencionados y otros no tanto, lo que me lleva a pensar que mi visión del mundo es contracultural, en cierto modo. Soy crítico con el tiempo que me ha tocado en suerte. A veces se me acusa, o yo mismo me acuso, de ser un hombre antiguo, aunque no creo que esa sea la expresión correcta. El hecho de no tener redes sociales, el desconfiar del uso de las pantallas para todo y de esta hiperconectividad en la que vivimos, no me convierte en alguien vetusto. –Más bien en un hombre con sentido común...
–Sí. Porque me temo que estamos todos, y yo también, arrastrados por un ritmo que no es humano. No dejo de ver gente agobiada y cansada a todas horas, y yo el primero. Ya ni siquiera tenemos en la lectura ese refugio que nos permite aislarnos del mundo: acudimos al móvil en algún momento porque sentimos que algo está ocurriendo en algún lugar y nos lo estamos perdiendo. O porque nos salta un mensaje que debemos atender, nos acordamos de una tarea que no queremos que se nos acumule... El libro es un juego literario con otra forma de hacer las cosas, que no necesariamente es una forma antigua.
–La novela también habla de otros modos de habitar. No sólo por esta casa que reforman los protagonistas y está abierta a las visitas; otro de los personajes presta su piso a los familiares de pacientes del hospital para que se aseen y descansen allí. –Eso lo he aprendido al vivir en Sevilla. No sé si se debe a la idiosincrasia de la ciudad, que tiene fama de ser amable en la superficie pero cerrada en realidad con los que vienen de fuera, o simplemente se debe a la generosidad de mi familia política, quienes me acogieron aquí. Ellos siempre han tenido la casa abierta, hasta las últimas consecuencias. Eso a veces es incómodo [ríe], pero a
Sé que en el mundo hay mucha maldad, pero en este libro he puesto el acento en la visión más positiva de las cosas”
mí me ha aportado una riqueza enorme esa percepción de que la casa recibe a quien lo necesite, es un espacio para disfrutar y también para acoger.
–La pintura de una pared, se dice en el libro, es “una promesa de comienzo”, la “alegría de un muro blanco es la de un renacimiento”. Hay mucho simbolismo en cada gesto de reformar una casa.
–Yo emparento los trabajos manuales o artesanales con la vida. Levantarse cada mañana, dedicar tus energías a una labor, apasionarte con algo que sabes que tendrá un disfrute efímero se parece al ejercicio de vivir. Seguimos comprando libros, leyendo, trabajando, en la medida de lo posible apasionándonos con lo que hacemos, sabiendo que la cosa acabará.
–El narrador asegura que en la casa paterna nunca entró un electricista. ¿Hoy somos más torpes, más dependientes, que las generaciones que nos precedieron?
–No, no somos más torpes, pero sí más dependientes. Hemos delegado todo ese tipo de tareas sencillas, y hemos perdido la práctica. Pero volver a eso, creo, es un ejercicio de autonomía al alcance de cualquiera. Es una forma de emancipación casera.
Arreglar un enchufe, no hablo de un móvil o un ordenador que requieren un conocimiento más complejo, hace que seamos mucho más independientes. El día está lleno de esos pequeños tropiezos que nosotros mismos podríamos resolver. En estas semanas de promoción del libro he defendido que estos saberes modestos deberían formar parte de la educación general básica, que está muy centrada en los conocimientos, pero que da la espalda a las cuestiones prácticas. Cambiar un enchufe, coserse un botón, freír un huevo, hacer la reanimación cardiopulmonar... Cuatro nociones sencillas que contribuirían a nuestra autonomía. –Usted se rebela contra “el estereotipo del pueblo” como un lugar “de relaciones vigilantes y cerradas”. Lamenta que “rara vez se habla del tejido comunitario; de la red de personas que se auxilian y comparten”.
–La estructura de los pueblos, donde predominan las casas, ha
Sin duda, su gran contribución a la posteridad filológica y literaria fue la última y más completa edición del Quijote cervantino, en la que trabajaron casi un centenar de especialistas y escritores bajo la dirección de Rico.
El propio académico señalaba en una entrevista con Efe hace unos años que se habían restaurado cien pasajes que estaban “más cerca de Cervantes de lo que lo estaban en todas las ediciones anteriores”, y que habían cambiado algunas palabras que figuraban en ediciones anteriores: Donde antes ponía “fiestas”, ahora aparecía “siestas”, y un “veía” era sustituido por “llovía”.
El Quijote –aseguraba Rico– es el único libro de Occidente que ha sido best seller todos los días de su vida. “Ni Calderón ni Shakespeare ni Dante consiguieron algo así”, decía.
Su pasión por Cervantes era tal que, convertido en un coleccionista bibliófilo, tenía en su archivo incunables como primeras ediciones del Quijote de 1605 y 1608, los primeros tomos de bolsillo, como una edición de Valencia de 1605 o ediciones que popularizaron la lectura del Quijote, como la realizada por Joan Jolís en 1755 en Barcelona.
Poseía también ediciones ilustradas por Dalí o Picasso o la de 1944 realizada por el que fuera también académico Martí de Riquer, todas donadas a la Universidad Autónoma de Barcelona, donde ejerció de profesor.
Rico, que nunca esquivó la polémica, se posicionó en contra del Quijote como mito y prefería que los lectores se fijaran en lo que les emocionaba y no trataran de encontrar lo que dicen que va a encontrar: “Es un libro para mearse de risa que no tiene nada de trágico” y aseveraba que en la obra cumbre de Cervantes “no aparecen las interpretaciones románticas
Prefería que los lectores del ‘Quijote’ se fijaran en lo que les emocionaba y se olvidaran del mito
que se dicen ni tampoco el símbolo de España y los españoles”.
Él mismo hablaba del Quijote como un libro que en más de 400 años había sido interpretado en función de la época, como una comedia, como una tragedia o incluso como una profecía. Recordaba también interpretaciones “esotéricas”, “crípticas” y tan “disparatadas” como la que veía a Dulcinea como una alegoría de la república frente al absolutismo, o la que creía ver en el Quijote un profeta que anuncia el regreso del pueblo de Israel a su tierra.