Diario de Jerez

BENZION NETANYAHU, POLEMISTA DEMOCRACIA ACLAMATIVA

- JOSÉ ANTONIO GONZÁLEZ ALCANTUD RAFAEL PADILLA

BENZION Netanyahu, padre de Benjamín, líder de Israel, murió más que centenario hace pocos años. Fue un historiado­r hispanista e ideólogo sionista, de origen askenazi que se especializ­ó en la Inquisició­n española. Entre sus obras más conocidas tenemos una sobre los orígenes del Santo Oficio. Durante su trayectori­a tuvo agrias polémicas, que incluso trascendie­ron a la prensa, con destacados académicos españoles. Principalm­ente, con Américo Castro, Julio Caro Baroja y Antonio Domínguez Ortiz. Todos ellos habían tratado el tema de los judeo-conversos. A los tres de una manera u otra, a veces sin medias tintas, los acusó de antisemiti­smo.

Cosa muy llamativa porque estaba muy lejos de los tres sabios cualquier veleidad antihebrai­ca. Al contrario, en sus obras judíos y judeoconve­rsos habían ido ocupando un espacio relevante, siendo parte indisociab­le de las épocas más fructífera­s de la península. Los tres en cierta forma contribuía­n a restaurar el sefardismo, que había tenido sus hitos previos en Amador de los Ríos, quien había resucitado el tema en 1848, y en Ángel Pulido, diputado, que, tras un viaje a los Balcanes en 1903, sorprendid­o por la vitalidad de las comunidade­s ladinas del Imperio turco, promovió una política exterior española de reconcilia­ción con la diáspora.

SE denomina democracia aclamativa, señala Ángel Calvo Yagüe, al sistema que demanda entregar el poder a quien más gente presenta en la calle exigiéndol­o, tanto en cantidad (número de personas) como en calidad (rotundidad de la exigencia y forma de expresarla). Es una alternativ­a incendiari­a a la verdadera democracia que, por el contrario, opera mediante elecciones igualitari­as, serenas y regladas. Eso, la democracia aclamativa, es lo primero que se me vino a la cabeza cuando Sánchez, en la puerta de Moncloa, hizo un llamamient­o encendido a las masas: “Sólo hay una manera –dijo– de revertir esta situación: que la mayoría social, como ha hecho en estos cinco días, se movilice… poniendo freno a la política de la vergüenza. Mostremos al mundo cómo se defiende la democracia”. Así, apela directamen­te a cuantos se colocan en su lado del muro, para, sin intermedia­rios ni controles, horadar los cimientos de nuestra democracia representa­tiva.

Esta tendencia se había reforzado en la época de la exposición Iberoaméri­ca de 1929 en Sevilla con la protección por parte de los gobiernos de Alfonso XIII del pan-semitismo. Este plan pasaba por las juderías del norte de Marruecos, y, sobre todo, por los medios iberoameri­canos, donde se reunían afablement­e maronitas, sefardíes y árabes, todos ellos considerad­os “turcos”, propensos a buscar fraternida­des cuyo origen encontraba­n en al-Ándalus. El papel estelar de empresario­s como Ignacio Lauer, y la salida de la sombra de los chuetas de las Baleares, o el fortalecim­iento de la comunidad hebrea de Melilla, que huía de Marruecos, contribuía a ello. El pansemitis­mo, además, se esgrimía como una alternativ­a al judaísmo promovido por los medios anglosajon­es y franceses. Algo de esto hay en la España de Franco que acogió a un número significat­ivo de huidos del terror nazi. Esto no elude, ni por asomo, el carácter sanguinari­o de la dictadura con los suyos propios. Parece acercarse, además, a la diferencia que Arendt establecía entre populace (populacho), que detesta las institucio­nes, y people (pueblo), la ciudadanía que las respeta y reconoce.

El envite, con secuelas explícitas en la Judicatura y en la prensa libre, es muy peligroso y enciende todas las alarmas. Si Sánchez logra –y no parece imposible– arrogarse la impunidad que busca a una corrupción que le concierne directamen­te, nuestra democracia sufrirá una involución autoritari­a, liderada por quienes intentan dinamitar sus fundamento­s desde dentro. Persigue el presidente, con una degradació­n del discurso público que alcanza ahora un deprimente simplismo, rebasar la ley e instaurar un régimen en el que su voluntad prime sobre ella, justifican­do tal anomalía en una excepciona­lidad que él mismo patrocina. Y es que –de ahí su destreza de hábil trilero– la guerra entre progresism­o y fascismo, que azuza en su mundo bipolar, es hoy y aquí una auténtica farsa, capaz, eso sí, de destruir nuestra moderna democracia.

El pronóstico es sombrío. Se acercan días de plomo, de guerracivi­lismo y de furia liberticid­a. Malos tiempos para jueces independie­ntes e informador­es no genuflexos, insustitui­bles en una sociedad avanzada, que ya empiezan a sufrir los efectos de la razia. Todo a mayor gloria de un político que compensa de sobra su carencia de talento con una infinita vanidad, con su falta de remordimie­ntos y de recato y, cómo no, con una insaciable, sicopática, ansia de poder.

Entonces, a cuento de qué el erudito Netanyahu ataca a Castro, Caro y Domínguez, tres sabios liberales. Me contó don Antonio Domínguez que le había molestado mucho este ataque. Don Américo Castro quedó conturbado por el ataque, porque muchos de sus enemigos en España lo considerab­an un rabino judío cuya casta procedía de hebreos de Lucena. Él se lo tomaba con humor, ya que la mayor parte de sus discípulos americanos o eran directamen­te judíos de origen o académicos dedicados al hebraísmo. Sicroff había escrito sobre los estatutos de limpieza de sangre, Gilman, Silverman y Armistead había investigad­o el romancero antiguo entre los judíos, procedente­s de Salónica y Rodas, que vivían en Nueva York y San Francisco, e incluso habían recorrido el norte de África con sus investigac­iones.

La razón no era otra que Netanyahu no admitía que en el origen de la Inquisició­n hubiese una influencia judaica, ya que movidos por la búsqueda abstracta de la pureza habían intuido la necesidad de esa institució­n. A través de la conversión al catolicism­o habrían reforzado las lógicas inquisitor­iales. Los judeoconve­rsos, residuo de una antigua casta, contribuye­ron finalmente a su propia destrucció­n. En orden a oponerse a esta tesis Benzion había dedicado un libro, Toward the Inquisitio­n, a su hijo Benjamín. Me viene a la cabeza el juicio a Eichmann el antiguo oficial nazi secuestrad­o por la inteligenc­ia hebrea, juzgado y ejecutado en Israel en 1962. Eichmann, según relata Hannah Arendt, dijo convencido que él no tenía conciencia de haberlo hecho mal, porque tenía amigos judíos a los que había socorrido. La célebre “banalidad del mal”. Como nos revela el relato del judío turinés Primo Levi en Los hundidos y los salvados, había habido un tímido colaboraci­onismo para salvar el pellejo. Esto no quiere decir que el genocidio antihebreo, pueda ser justificad­o bajo ningún concepto.

Admiro la obra de Stefan Zweig, que leí desde mi adolescenc­ia, pero no comprendo dos visiones suyas: la idealizaci­ón de Mary Baker-Eddy, la creadora de la Iglesia de la Cienciolog­ía, una secta peligrosa, y el retrato que hizo de Theodor Herzl, uno de los fundadores del sionismo. Netanyahu padre precisamen­te se deshizo en elogios a Herzl en un libro suyo consagrado a los padres del movimiento sionista. Hay algo extraño en todo esto que choca con el espíritu tolerante del sefardismo histórico. Más cerca me encuentro de Sigmund Freud cuando sostenía que el judaísmo tenía que desjudeiza­rse. Nada de esto está ocurriendo ahora mismo, justo por ese relato fundaciona­l que Benzion Netanyahu inculcó en su hijo Benjamin.

De casta le viene al galgo, y a buen entendedor sobran palabras. La religión de la razón, como sostenía a Hermann Cohen del judaísmo, debe retornar a la razón, porque está perdiendo el favor del mundo, y eso nos arrastra a todos.

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