Diario de Jerez

Sólo importa el ahora

Anagrama publica ‘Sé mía’, destinada a ser la despedida definitiva del “carismátic­o Fran Bascombe”, el periodista deportivo con el que Richard Ford deslumbró en los ochenta

- Fernando Pérez Ávila

2024 estaba siendo un buen año para las letras estadounid­enses, o al menos para los amantes de la literatura estadounid­ense en España. El siempre interesant­e George Saunders había vuelto a sacar un libro de relatos, o más bien de novelas cortas, titulado El día de la liberación (Seix Barral, 2024), en el que hace un repaso de cómo las nuevas tecnología­s acaban con la concentrac­ión del más centrado de los humanos. La maestra del cuento Lorrie Moore se adentraba de nuevo en la novela con una obra genialment­e titulada Si este no es mi hogar, no tengo hogar (Seix Barral, 2024, again), una road novel de fantasmas que contiene algunos de los más divertidos diálogos de la literatura yanki reciente. Nuestro redneck favorito Chris Offutt nos había dejado a principios de año La ley de los cerros, última entrega de la trilogía protagoniz­ada por Mick Hardin, como siempre publicada por Sajalín. Y los brothers del gótico sureño, ese sello llamado Dirty Works que acaba de cumplir diez años por todo lo alto, nos habían traído El artista del KO, otra novela más de uno de sus escritores fetiche, Harry Crews, ese mismo cuyo curso de escritura creativa se resumía en una sola línea: “Pon tu culo en una silla”. Por si todo esto fuera poco, el sello malagueño Pálido Fuego (AKA Garantía de Calidad) se descolgó en primavera con la única novela de otro maestro del relato corto, Stuart Dybek, de título tan evocador como Yo navegué con Magallanes. Y Sexto Piso reeditaba Af licción, de Russell Banks, y El cuarto de Giovanni, de James Baldwin.

Digamos que un aficionado a la literatura estadounid­ense (traducida, eso sí) no podía estar más feliz. Hasta que llegó el mes de abril, que comenzó con la muerte de John Barth y terminó con la de Paul Auster. Dos escritores tan distintos como geniales. La del primero era más o menos esperada, pues de un hombre con 93 años ya poco se puede esperar más que que entregue la cuchara pronto. Claro que si lo hace dejando obras monumental­es como El plantador de tabaco o Giles, el niño cabra, con las que contribuyó a renovar la narrativa norteameri­cana en la segunda mitad del siglo XX (en la senda de la posmoderni­dad iniciada por Gaddis, Pynchon, Gass y demás tipos de difícil lectura) se le recordará con más cariño que a un cualquiera. Pero la muerte de Paul Auster fue especialme­nte dolorosa, porque un escritor como él todavía tenía mucho que decir a sus 77 años.

Para quien esto escribe, fue precisamen­te Auster uno de los primeros autores con los que empezó a amar la literatura de un país tan inmenso como EEUU. Con permiso del Rey, Stephen King, claro. La trilogía de Nueva York, Leviatán, El Palacio de la luna, El libro de las ilusiones, La noche del oráculo o Brooklyn Follies fueron puertas de entrada a ese mundo a veces mágico, a veces realista, a veces incomprens­ible que son las letras estadounid­enses. Y así, leyendo y leyendo, un autor llevó a otro hasta que un día el lector se topó con una novela titulada El periodista deportivo, de un tal Richard Ford (editada por Anagrama, como por entonces las obras de Auster), que le llamó la atención porque el título precisamen­te hacía referencia al oficio que él siempre había querido desempeñar y en el que se había quedado a medias. Periodista sí, deportivo no.

Lejos de encontrars­e con las andanzas de un José María García o un José Ramón de la Morena a la americana, el lector descubrió una manera singular de narrar la vida cotidiana. Un estilo pausado, plagado de reflexione­s y divagacion­es, trufado de descripcio­nes maravillos­as y de buenos diálogos. Eduardo Lago, que escribió uno de los más útiles ensayos sobre la literatura estadounid­ense (titulado Walt Whitman ya no vive aquí y publicado por Sexto Piso) dice de este libro que Ford realizó en 1986 una “valiosa aportación del realismo blanco” y que la obra es una “ágil y amena narración en la que aparece

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