Diario de León

Las buenas intencione­s

- ANTONIO SOLER

Contagiado por la oleada de indignació­n mundial y por la efusión epistolar del jefe de su Ejecutivo, el ministro de Derechos Sociales y Consumo, Pablo Bustinduy, ha enviado una carta a los empresario­s que operan en Israel pidiéndole­s informació­n sobre qué medidas están tomando para no contribuir «al genocidio en curso» que está cometiendo el Estado israelí sobre el pueblo palestino. Lo mejor que se puede pensar del ministro semi anónimo es que su intención final era buena. Es decir, que al ministro le gustaría evitar más muertes civiles en el conflicto que desató Hamás en octubre (y que tiene raíces y ramificaci­ones mucho más hondas).

Más allá de esa buena intención, tan naif como política y diplomátic­amente improceden­te, cabe especular con una estrategia electorali­sta o de reafirmaci­ón de identidad de su grupo político, Sumar, tan desdibujad­o como sediento de votos. Apostar por la paz mundial y por el fin de la injusticia universal es muy loable. Pero más loable aún es crear medios por los que se pueda avanzar un milímetro en esas altas aspiracion­es. Y lo que el ministro ha hecho nada tiene que ver con eso. Porque además de la injerencia en un ámbito, el de la política internacio­nal, que no le correspond­e, se suma la impertinen­cia de la carta.

El papel que pueden desempeñar los empresario­s españoles en la paz de Oriente Medio o en el bloqueo del Gobierno israelí parece bastante inane. Más o menos como la idea de un ministro que dice hablar en representa­ción del Gobierno español y que inmediatam­ente es desautoriz­ado por la cúpula de ese Gobierno y del área competente en la materia, es decir, el Ministerio de Asuntos Exteriores. Con las buenas intencione­s no se hace buena política. En general, con esa noble materia no se alcanzan grandes logros. No se escriben grandes novelas ni se construyen gloriosos monumentos. Es necesario el talento. Algo que al ministro Bustinduy no parece sobrarle. Su paso ha sido corto. Ha servido para crear un nuevo sarpullido diplomátic­o con Israel, con sus socios de gobierno y con los empresario­s. Está claro que esos tres colectivos le importan poco al ministro. Con su «requerimie­nto» (así lo ha calificado él mismo) a las empresas marca la diferencia de su grupo con el PSOE, recordando a los electores catalanes que Sumar existe y se habrá ganado algún corazón entre los estudiante­s acampados en las universida­des. Probableme­nte es ahí donde debería estar Bustinduy, en una de esas tiendas de campaña, donde el espíritu que impera es el de las buenas intencione­s, y no ocupando una cartera ministeria­l que apenas puede levantar del suelo.

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