Diario de León

Un extraño silencio

- MARÍA J. MUÑIZ

Se cumplen este domingo diez años del asesinato de la entonces todopodero­sa Isabel Carrasco. Que, más allá de las peleonas cuitas de las condenadas, se saldan con un silencio sepulcral (institucio­nal, político y social) que hace aniversari­o tras aniversari­o más pesada la lápida de una suerte de olvido entonado en un unánime mutismo. Si patético fue el pobre acto (ni siquiera organizado) en un pasillo de la Diputación frente a su retrato doce meses después del magnicidio, ha sido al fin el único homenaje que se ha logrado escenifica­r. Reveladora herencia, sin duda. Aunque retrata sobre todo a quienes no se atrevían a gutirla, desvela un legado que en lo personal queda a estas alturas claro. Ni siquiera se han molestado los suyos (o quienes simulaban serlo) en guardar una mínima apariencia.

Quien ejerció durante años un férreo control de todo cuanto la rodeaba con formas que abrían heridas, aunque inexplicab­lemente entonces casi nunca fueron contestada­s, duerme un sueño bastante parecido al olvido, aderezado apenas con los coletazos de la desquician­te historia, o histeria, que llevó a su dramático final.

No es un olvido real. Carrasco tuvo enormes poderes en la provincia y como consejera de Economía y Hacienda de la Junta de Castilla y León; también plantó sus reales sin recato en la peor época de la toxicidad de la injerencia política en el devenir rentable pero intervenid­o hasta el absurdo (hasta el absurdo de desaparece­r) de las cajas de ahorro. Negoció y manipuló durante su largo reinado de extraño absolutism­o multitud de proyectos, no pocos de ellos son hoy santo y seña de la economía y la identidad de la provincia.

La cara B no parecía ser menos productiva. Al margen de las cuitas legales que comenzaban a amenazarla, si había un rasgo de su personalid­ad que sobresalía sobre los demás (y no era fácil, Carrasco era excesiva en todo) era la naturalida­d de sus exabruptos políticame­nte incorrecto­s. Los pregonaba sin complejos, y si acaso fue la prudencia o el pudor de quienes la escucharon los que dejaron para la leyenda urbana, y sin escribir (y tendría mucha miga), un anecdotari­o que siempre dejaba ojiplática a la audiencia, y no pocas veces con los pelos de punta.

Se cumplen diez años del terrible final de una mujer que sin duda fue temida. A menudo, en los últimos tiempos, daba la sensación también de que era una mujer que tenía miedo. Aun sin ser capaces de asimilarlo, parece que tenía razón.

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