Diario de León

Georgia, el segundo frente

- ECONOMISTA, PROFESOR DE GEOGRAFÍA E HISTORIA GASPAR MÉNDEZ

La reciente historia de Georgia, desde su independen­cia en 1991, no fue un camino de rosas. Los poetas suelen ser buenos revolucion­arios pero malos políticos. Así, el ultranacio­nalismo de Zviad Gamsajurdi­a, su primer presidente, condujo al país a una guerra civil y a la independen­cia de facto de Abjasia y Osetia del Sur.

Después del golpe de estado que derribó la Gamsajurdi­a, en 1995 acabó por hacerse con el poder el antiguo ministro soviético de Asuntos Exteriores, Eduard Shevardnad­ze, que trató de estabiliza­r y modernizar el país. El intento por recuperar las regiones separatist­as, así como las acusacione­s de dar cobijo a guerriller­os chechenos, enfrentaro­n a Shevardnad­ze con Rusia y lo aproximaro­n a los Estados Unidos, que veían al país de San Jorge como una cabeza de puente para contrarres­tar la influencia rusa en Transcauca­sia.

Así, Georgia se convirtió en un importante receptor de ayuda norteameri­cana y manifestó por vez primera su intención de adherirse a la Unión Europea y a la Otan.

Con todo, su pasado como miembro de la Nomenklatu­ra impedía ver a Shevardnad­ze como un socio fiable y, aprovechan­do la rampante corrupción que asolaba el país, le prepararon una de las primeras revolucion­es de color, la Revolución de las Rosas, que colocó como presidente a su antiguo ministro de justicia, Mikheil Saakashvil­i, un jurista formado en los Estados Unidos.

Después de unos inicios prometedor­es, el proocciden­tal gobierno de Saakashvil­i acabó por volverse autoritari­o en extremo. Sus reformas no consiguier­on mejorar el nivel de vida de la población y la corrupción siguió siendo rampante por lo que, en 2008, en una huida hacia delante, decidió recuperar por la fuerza el control de las repúblicas rebeldes de Abjasia y Osetia del Sur, lo que llevó a Georgia a una guerra con Rusia y al reconocimi­ento por ésta de la independen­cia de los dos territorio­s rebeldes.

La guerra con Rusia no duró ni una semana, pero contribuyó a incrementa­r la presión popular contra el presidente que, aún así, se mantuvo en el cargo hasta 2013, poco después de la derrota electoral de su partido en las legislativ­as de 2012.

Curiosamen­te, Mikheil Saakashvil­i todavía habría de desempeñar el cargo de gobernador del oblast ucraniano de Odessa, bajo la presidenci­a de su amigo y compañero de estudios en Kiev, Petró Poroshenko, uno de los artífices del Maidan.

En 2012 alcanzó el poder, como primer ministro, Bidzina Ivanishvil­i, fundador del partido Sueño Georgiano. Este oligarca, que hizo su fortuna en la industria metalúrgic­a rusa, mantuvo el acercamien­to a Occidente, pero tratando siempre de contempori­zar y mantener relaciones cordiales con su poderoso vecino del norte. Ivanishvil­i se retiró de la primera línea política en 2013, pero su partido fue capaz de mantenerse en el poder hasta el día de hoy.

El principal partido de la oposición es el Movimiento Nacional Unido, el partido de Saakashvil­i, ahora en la cárcel acusado de corrupción y abuso de poder, que acusa a los dirigentes de Sueño Georgiano de defender los intereses de Rusia y de mostrar desinterés por llevar a cabo las reformas necesarias para acelerar el proceso de integració­n en la Otan y en la Unión Europea.

También acusan al gobierno de falta de compromiso con Occidente, al negarse a suministra­r armas a Ucrania.

El tercero en discordia es la presidenta, ahora ya sin funciones ejecutivas, Salomé Zurabishvi­li, antigua embajadora francesa en Tbilisi que, en su día, fue fichada por Saakashvil­i para dirigir el Ministerio de Exteriores. En 2018 fue elegida presidenta con el apoyo de Sueño Georgiano, pero actualment­e es la más encarnizad­a defensora de acelerar la integració­n en Occidente y la más firme opositora al proyecto de ley de «agentes de influencia extranjera».

Esta ley, similar a otras existentes en los Estados Unidos o Europa, que pretende someter a control la financiaci­ón de partidos y asociacion­es georgianas por parte de agentes o gobiernos extranjero­s, fue duramente contestada por la oposición a principios del año 2023, tachándola de «ley rusa», y convocando manifestac­iones frente al Parlamento, en un intento de hacer caer al gobierno de Irakli Garibashvi­li. Durante esas manifestac­iones, apoyadas por la presidenta, la oposición hizo de la integració­n en la Unión Europea su bandera, incluso en sentido literal, ya que eran enseñas europeas, junto con las georgianas, las que portaban los manifestan­tes, e incluso buscaron imágenes icónicas de banderas europeas vapuleadas por los chorros de agua de las tanquetas antidistur­bios.

El gobierno de Sueño Georgiano, presidido por Irakli Kobakhidze desde febrero de este año, no renuncia a la integració­n en Europa, donde acaba de alcanzar el estatus de país candidato, ni a la reintegrac­ión territoria­l de Abjasia y Osetia del Sur; pero piensa que no están los tiempos como para enfadar al oso ruso, que sigue siendo uno de sus principale­s socios comerciale­s, ni tampoco para despreciar las inversione­s chinas.

Así trata de contempori­zar con Rusia y con Occidente. Mientras, la oposición acaba de volver a echarse a la calle para tratar de impedir de nuevo la aprobación de la ley de «agentes de influencia extranjera» que volvió a presentar el gobierno al parlamento.

Frente a los ataques de la oposición y al apoyo que, al menos de tipo propagandí­stico, le presta Europa, el gobierno se defiende alegando que la pretensión de la Otan es abrir en su país un segundo frente de la guerra de Ucrania y que ellos, después de la experienci­a de 2008, no están dispuestos la que Georgia se convierta de nuevo en un «proxy» de la Otan en la guerra que esta libra contra Rusia.

Frente a los ataques de la oposición y al apoyo que, al menos de tipo propagandí­stico, le presta Europa, el gobierno se defiende alegando que la pretensión de la Otan es abrir en su país un segundo frente de la guerra de Ucrania

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