Diario de León

Una cometa en Valderilla

- ANA GAITERO

Javier Carbajo Ordóñez era ‘Javi Valderilla’, un chico de ciudad que convirtió en apellido su querencia por el pueblo de su vida. En Valderilla pasamos memorables tardes y noches de fiesta cuando llegaba la primavera y nuestras criaturas correteaba­n entre el desván y la pradera mientras sonaba la música y al fuego se cocinaba una sabrosa paella. Era el anfitrión perfecto. El cocinero ambulante que hacía cálculos con el arroz y las verduras con la precisión de contable para dar de comer a las pequeñas multitudes del primero de Mayo en la plaza del Grano. Allí donde el espíritu comunitari­o y la alegría de vivir se confabulab­an con la devoción por dos causas. El CCAN y la CNT fueron durante años vecinos de pleno derecho y puntual alquiler en la Casona de Puerta Castillo, la que llamaban casona de Víctor de los Ríos y en realidad era propiedad de Catalina Fernández-Llamazares González, sobrina de la banquera de León. Javi Valderilla tenía múltiples habilidade­s.

Con los niños y niñas era una especie de Flautista de Hamelin. Les hacía espadas de madera y les daba pinturas para que las decoraran a su gusto. Hacía volar cometas en mitad

Fue uno de los impulsores de la comicoteca del CCAN que la ULE no ha sabido aprovechar

de la tarde cuando el viento era favorable para soñar.

Javi Valderilla andaba ligero con su cojera, manejaba los pinceles con su vena artística y doblaba el cadril en la huerta para que el CCAN siguiera floreciend­o cuando la mítica buhardilla fue arrebatada para despacho muncipal. Cavó los surcos y compartió las cosechas con tanta generosida­d como la naturaleza quería dar. Era el hombre sonriente que se miraba en el espejo de los jóvenes y azuzaba la pereza a organizars­e, acostumbra­do a ver sus rostros al otro lado de la ventanilla cuando era cajero en la sucursal de Caja España en el campus o empañados por el humo.

Javier Carbajo Ordóñez, fiel depositari­o de la memoria del legendario Club Cultural de Amigos de la Naturaleza, fue valedor, junto a otros socios, de la comicoteca que la Universida­d de León no ha apreciado lo suficiente para que sea un alimento cultural más de su rico Ateneo El Albéitar. Ahora que se ha ido, con su enorme vitalidad congelada en el cerebro, me asalta el recuerdo de Javi disfrazado de Obélix al mando de la tribu de astures que simulaba recuperar la buhardilla arrebatada por los centurione­s romanos del museo municipal. Fue una perfomance desternill­ante.

A Javi le tocó irse antes de tiempo, con 69 años muy vividos. Fundido en un abrazo con Carlos como última palabra de padre. Y arropado por sus hijas Raquel y Carmen. Se fue entre flores rojas, con su cacha y un retrato de cuando era joven y con melena rizada. Su familia y sus amigos le despidiero­n a los pies de la ermita de Valderilla, uno de sus rincones favoritos, con poesía, recuerdos y una pinchada en La Xana de Torío. Se ha oído que ahora está volando su cometa por los cielos de Valderilla. Y yo le estoy viendo sonreír desde allí. Hasta siempre, amigo Javi.

Javi era el hombre sonriente que se miraba en el espejo de los jóvenes, el que vio en el cielo un techo con huerta para el CCAN y el que seguirá volando cometas

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