El entierro de la serpiente
El fin de ETA se medirá por la claridad de su desaparición definitiva (nada de “desmovilización”) y por su autocrítica
Y lo será el 5 de mayo, fecha de su desaparición.
¿Será así de claro? ¿Dirá ETA con absoluta contundencia que se disuelve, que desaparece, que se va de nuestras vidas –en las que jamás debió entrar– para siempre? ¿O se aferrará a la utilización de una fórmula –como se ha barajado– que aluda a una “desmovilización” de sus militantes? Es una de las dudas de esta ceremonia, y no es menor. Es cierto que para la sociedad vasca ETA está amortizada desde hace mucho tiempo y que la ciudadanía sigue esta agonía entre el desdén y la indiferencia, aunque con un ojo abierto, por si acaso. Pero no cabe ni un gramo de ambigüedad. El certifi- cado de defunción debe ser oficial, sin trampas, sin eufemismos. O existe ETA o no existe. Muerta y enterrada la serpiente. Otra cosa será su relato, las mil y un mentiras, excusas y argumentaciones con las que intentará blanquear su historia y su propia existencia. No merecerá ni un minuto de tiempo.
El otro gran catón con el que habrá que medir la verdadera dimensión de este hito será la presencia o no, y a qué nivel, de la autocrítica y de la asunción del inmenso daño causado. En ambos casos –la claridad de su desaparición y la autocrítica– hay pocas razones para el optimismo. En todo caso, el Estado podría tener en sus manos lo que lleva décadas exigiendo: el acta de defunción de ETA. Que actúe en consecuencia. ●