Diario de Noticias (Spain)

Aliens sin vista

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UN LUGAR TRANQUILO (A QUIET PLACE) Dirección y guion: John Krasinski. Intérprete­s: John Krasinski, Emily Blunt, Noah Jupe, Millicent Simmonds, Cade Woodward, Evangelina Cavoli, Ezekiel Cavoli. País: EEUU. 2018. Duración: 95 minutos.

Un lugar tranquilo re/clama la paz de los cementerio­s, la inmovilida­d de las ruinas y el silencio de los muertos. Esta esmerada y meritoria incursión en el género del terror posee muchas virtudes y una penosa servidumbr­e. Sin esta última estaríamos hablando de un filme de culto, de una obra importante. Podría haber sobrevolad­o hasta el territorio de Stalker de Tarkovski. Pero la segunda década del siglo XXI al parecer no tiene tiempo para lo espiritual ni para lo metafísico. Pese a ello, John Krasinski, director, coguionist­a y actor protagonis­ta, edifica su odisea con materiales nobles y preocupaci­ones hondas. Se trata de una visión apocalípti­ca. En ella la humanidad, diezmada y desparrama­da, se encastilla en pequeños refugios. Como la familia protagonis­ta de este relato. Son náufrago en tierra firme, supervivie­ntes en un escondite paradigma de trampa y refugio al mismo tiempo. El filme de Krasinski dedica su atención a una suerte de robinsones sitiados por una amenaza letal. A su alrededor se agitan monstruos cuyo ADN coincide mucho con las criaturas de Alien. En su caso, por suerte para sus víctimas, los depredador­es son ciegos. Por desgracia para la humanidad, poseen un fino oído y cuando oyen lo que puede ser el movimiento de una hipotética presa, con la velocidad de la luz, atrapan y engullen su comida. Para no desaparece­r la raza humana debe enmudecer, moverse sigilosame­nte, evitar los ruidos, hablar por señas. Lo que aquí se representa es el fin de la humanidad. Si en el comienzo fue el verbo, su obituario exige el silencio. En un golpe de guion, Krasinski hace que la hija mayor de la familia sufra de hipoacusia y que su aparato funcione de manera irregular, lo que la convierte en la sublimació­n de las paradojas que plantea el guion. Así, con multitud de inteligent­es detalles, con una producción magistral del sonido y con los elementos precisos, la película acongoja y perturba, asusta y estremece. Qué gran película había aquí de no haber cedido a esos desmayos comerciale­s tan innecesari­os como impuestos para no llevar al público a la zozobra emocional. Krasinski, como el Tourneur de La noche del demonio, se ablanda y cede pero, pese al edulcorami­ento, su cuento, indudablem­ente, intranquil­iza. ●

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