La máquina de hacer sueños
Soñar en la vida es sano ejercicio hasta que el sueño de la razón nubla la mente y el corazón, y confundimos los planos de realidad e imaginado. En nuestros días, ese pequeño electrodoméstico que es la tele se encarga de alimentar sueños, quimeras y sinrazones, y a partir de su poder magnético se van alimentando ansías de vivir otra película, de cabalgar otros espacios, de sentir que la televisión puede hacer realidad dorada el duro transcurrir de las monótonas jornadas. Es el poder magnético de la tele, capaz de transportarnos al imaginario mundo de Alicia en el país de las maravillas. Desde que George Orwell escribiese su afamada novela y pusiera en circulación el mito moderno de Gran Hermano, los mortales soñamos con triunfar en actividades que probablemente tiene poco que ver con nuestra cotidiana ocupación; y de tal guisa, las pantallas se llenan de aspirantes a la fama, al triunfo mediático, a la sensación de vivir una etapa de colorines y éxitos, cierto que efímeros pues la tele se lo come todo y en poco tiempo sobrevivir en la jungla de aspirantes anónimos al éxito público es un ejercicio pocas veces coronado por el triunfo. Concursos de todo tipo, desde jóvenes aspirantes, de niños temerosos asomándose al mundo de focos y cámaras, y que aprenden a pisar el set televisivo con gracejo y voluntad de llegar a ser algo en la vida. La voz en sus diversas versiones, Got talent como oportunidad de una vida, Operación Triunfo como la consagración de juveniles aspiraciones al éxito, pasta, y fama. La tele se convierte en mediática pasarela por donde van quedando despojos de perdedores y algún pequeño de triunfo de una voz, una habilidad, un número circense. Es el mundo mágico de la luz triunfadora, de brillantinas y púrpuras lujuriosas, de lentejuelas embrujadoras. Una máquina de sueños, que deja en la cuneta multitud de cadáveres mediáticos como alto precio a pagar por los osados. ●