Convivencia, dicen

Aun a riesgo de aburrir al personal y pecar de obvio, toca insistir: el gentío que se movilizó en Pamplona no lo hizo para exigir la libertad de unos vecinos, ni para aplaudir su fechoría. Nada de eso dijeron los convocantes ni los asistentes, ya fueran líderes institucionales, familiares de los encausados o simples ciudadanos. Se echaron a la calle para reclamar un juicio justo, ese oxímoron, rechazar la petición fiscal de 375 años de cárcel, repito, 375 años de cárcel –62 años para un joven, medio siglo para seis y una decena para una chica– y la estancia preventiva de tres de ellos durante más de 500 días entre rejas. Agota detallarlo.

Quien se empeña en atribuir veleidades sangrientas al Gobierno de Navarra y a todos esos miles de manifestantes obra de mala fe o con ignorancia. Yo me inclino por lo primero. Pues, ¿de verdad piensan los políticos de la oposición que esa multitud al completo, el panadero del barrio, la profesora de sus hijos, varias víctimas de ETA, el alcalde de Alsasua y hasta la presidenta de la Comunidad apoyan la violencia? ¿De verdad desconocen tantos analistas tanto la realidad foral para tachar hoy de cómplices del terror a tantísimos electores navarros? No. Mienten y lo saben.

Es necesario promover la convivencia, pero esta no sólo consiste en que unos dejen de matar y otros de apoyarlos. También urge difamar menos, empatizar más y, en fin, llámame fresita, llámame iluso, llámame imbécil, llámame tonto útil, si quieres, pero no me llames mal bicho cuando no he matado una mosca ni he colaborado en la compra del espray. Recordando a Antoñana, nos conocemos, pero no nos queremos. Así, imposible. ●