Sánchez, complicado, pero no imposible
En apenas 10 días trepidantes ha cambiado prácticamente todo en la política española. Sánchez es presidente del Gobierno, Rajoy ha abandonado la política y el PP afronta un congreso, que no se presenta tranquilo, para elegir un nuevo liderazgo. Además, Rivera y Ciudadanos han pasado de ocupar el espacio mediático principal con su discurso extremista a desaparecer y quedar fuera de los principales escenarios de juego. Una situación que también puede acabar lastrando a Podemos. Los cambios, por supuesto, no han supuesto la desaparición ni la solución de los graves problemas que afectan al Estado español. Hay un nuevo Gobierno que será el que con sus medidas y decisiones desvelará el alcance real de lo que puede derivarse de la llegada de Sánchez a Moncloa. De momento, el Gobierno de Sánchez tiene más de efectismo que de realidad. Hay expectativas importantes, pero también crecientes reticencias y cada vez más dudas. Seguramente porque la opción real de Sánchez no sea ahora deshacer todos los desaguisados sociales y democráticos que dejan en herencia los más de seis años de involución hacia el autoritarismo del PP de Rajoy, sino relanzar al PSOE hacia las próximas elecciones generales. Ese parece ser el objetivo real del Gobierno y de la imagen de su composición, con una mayoría histórica de mujeres y un batiburrillo de nombres destinados a contentar a los diferentes sectores del PSOE y a tratar de buscar nuevas puertas a algunos de los problemas más urgentes, desde Catalunya a la justicia o incluso la política penitenciaria. Se puede esperar en este sentido quizá la derogación de media docenas de leyes que arrastran el perfil más reaccionario del anterior Gobierno de Rajoy, ya sea en el modelo educativo, las pensiones o la protección de derechos civiles y políticos. Una apuesta por mensajes de recuperación de la ética democrática y decisiones simbólicas de impacto social combinada con el continuismo en la política económica y presupuestaria. Una apuesta muy centrista y poco de izquierdas. En realidad, Sánchez no lo tiene fácil. Conforme se difumine el efecto sorpresa, la acción de su Gobierno chocará con la realidad aritmética de un Congreso donde el PSOE sólo tiene 85 diputados y una Mesa controlada por la mayoría del PP y Ciudadanos y la dura hostilidad mediática que ya le acompaña. Sánchez necesita alianzas que le suministren votos para llevar a la práctica sus compromisos y no se antoja fácil con la geometría parlamentaria actual. Sánchez ganó la moción de censura con los votos de Podemos e IU, el PNV y los partidos catalanistas y Bildu, pero parece difícil que pueda mantener en el tiempo esa línea de alianzas. Y los nombres de algunos ministros lo dificultan aún más. Al menos de partida. Su mejor y principal aliado parece ser ahora el PNV. El problema es que no tiene muchas alternativas. Sánchez puede haber llegado a la orilla de su larga y sufrida trayectoria política, superado derrotas electorales, un golpe interno en su propio PSOE y una situación de creciente irrelevancia en la tumultuosa política española para acabar ahogándose en Moncloa. Tiene un Gobierno, pero está lejos de los votos que pueden asegurarle respaldo mayoritario a las políticas de sus ministras y ministros. Si no supera esa dificultad este Gobierno nacido con intención de durar al menos 20 meses, acabará mucho antes. Complicado, pero no imposible. ●