Isabel Baquedano in memoriam

PAMPLONA – El pasado viernes recibí una llamada de teléfono cuando hacía mi siesta en el sofá de casa de mi madre. Era Cristina Núñez Baquedano, y me llamaba para darme una mala noticia: su tía, mi madre artística, mi maestra y amiga había muerto.

La pena fue en aumento desde la notica. Tenía, sino me equivoco, ochenta y dos años a pesar de que yo siempre la conocí con quince, con margaritas en el pelo, quizás con quince mil millones de años, tan intensa.

Hay pocas personas capaces de dar tanto como Isabel lo ha hecho y porque sí. Estar con ella para alguien sensible era siempre un regalo extraordinario. Su exigencia para el arte fue siempre radical.

A Isabel en algunos lugares (y en un entorno pobre y mezquino) se le colgó la etiqueta de artista maldita, cuando lo que siempre fue es una artista bendecida por los dioses, capaz de convertir, como gran alquimista, el dolor en belleza.

La recuerdo diciéndome que no hiciese nada en Pamplona, que me fuese, que nunca aquí podría hacer nada. Era profundamente generosa, bella, bellísima.

Así como el arte fue para Isabel una razón para vivir, así lo vivo yo también y por ello Isabel siempre vivirá conmigo.

Recuerdo la última vez que estuve con ella. Me había citado para ver una expo en un centro cultural de esos de Madrid que no sé cuál era. En una foto de Man Ray un dibujo de Picasso aparecía, recuerdo que le dije que ese dibujo parecía psicótico, ella me dijo que era muy listo.

También recuerdo a Isabel paseando por el centro de Madrid y dándoles un euro a cada uno de los que parecían necesitarlo o no y decirle: Isabel, no puedes darle a todos. Para contestarme: ¿no?

Cuando pienso ahora en Isabel pienso en la belleza, en lo inaprensible, en que entre ella y yo siempre habrá algo incapaz de que lo borre todo tiempo.

Isabel, gracias. Ojalá que pueda haber un tiempo en que algo de tu verdad pueda ser aprehendido.

Te quiero muchísimo y siempre estarás conmigo.