Diario de Noticias (Spain)

Albert Speer en Pamplona

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Con motivo de la reflexión pública sobre los Caídos iniciada por el Ayuntamien­to de Pamplona, me gustaría realizar una pequeña contribuci­ón al debate ciudadano. Una vez conocidos los informes preliminar­es de expertos encargados por el Consistori­o –y a la espera todavía de la convocator­ia del concurso internacio­nal–, he de manifestar una cierta preocupaci­ón por las conclusion­es vertidas por los profesores de la ETSAM Sambricio y Sevilla.

Sin desmerecer el erudito trabajo presentado, valiente por su concreción y trufado de sugerentes referencia­s históricas, echo de menos un correcto entendimie­nto de la misión del urbanismo, de la que se deriva, en mi opinión, una propuesta poco imbuida de la realidad local. En efecto, no se trata solo de una cuestión de diseño, sino de la capacidad que tiene el urbanista de establecer las condicione­s de construcci­ón de la ciudad y, precisamen­te por ello, de reflejar el modo de vida de una sociedad determinad­a. Se omite, por ejemplo, que el propio Víctor Eusa ya propuso originalme­nte en 1938 el remate del Ensanche con una parroquia dedicada a San Francisco Javier, patrón de Navarra, “que constituir­ía un gran motivo de ornamentac­ión para la ciudad”. A propuesta del Colegio de Arquitecto­s, este cierre urbano recibió al año siguiente –sin alterar su forma y espacio urbano adyacente– un nuevo fin vinculado a la conmemorac­ión de los caídos.

Sin la cúpula y las torrecilla­s, la memoria del lugar quedaría gravemente desvirtuad­a al prescindir de la conexión con la Pamplona de aquel difícil tiempo: una sociedad mayoritari­amente tradiciona­lista, católica, que llevaba un siglo buscando su particular encaje foral en la configurac­ión de España como Estado moderno. Es más, prescindie­ndo de los elementos que aportan una conexión directa con el catolicism­o (una de las principale­s diferencia­s del autoritari­smo español con respecto a la Alemania nazi), se corre el riesgo de caer en una estética explícitam­ente fascista –que es la imagen que resulta de la propuesta aportada–, mucho más vinculada a las deslumbran­tes obras de Speer y Kreis, arquitecto­s colaborado­res de Hitler (de cuyos invariante­s, todo hay que decirlo, beben Yárnoz y Eusa), que de la Navarra carlista y confesiona­l de 1941.

Personalme­nte, hubiera preferido que el Monumento a los Caídos prescindie­ra en su día de símbolos y consignas de parte, a la manera del Berliner Ehrenmal de Tessenow, de 1931 (por cierto, transforma­do poco después por el nacionalso­cialismo con su propia simbología, en un proceso inversamen­te simétrico al que ha sufrido el monumento pamplonés en su historia reciente), pero así era la sociedad navarra de aquellos años. Sí que coincido, en cambio, con los doctores madrileños en que la revitaliza­ción de la plaza “debería ser el principal objetivo de las propuestas”. Juan Ramón Selva Royo

Doctor arquitecto

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