A pierna suelta
Cuando un barco con 629 personas vaga por el Mediterráneo, resulta fácil desde el Cantábrico exigir acogerlo. Así dormimos con la conciencia tranquila, la solidaridad no nos altera la vida y, sobre todo, mantiene intacta la de nuestros hijos, su seguridad, sus citas con el médico, su acceso a instalaciones deportivas, su nivel educativo. Tal vez no defendemos que se atienda a esa pobre multitud sólo porque no perdemos nada, pero de hecho lo hacemos sin perder nada. Lo nuestro, pues, carece de mérito.
Por eso está muy feo, desde este rincón tan cómodo, llamar xenófobo a todo siciliano que pone en cuarentena su bondad porque quizás sí está perdiendo algo y teme perder más. Por eso nos sale gratis tachar de racista a todo maltés que, más allá de un buque abarrotado, ha visto y augura un sinfín de ellos y, a su estela, problemas concretos y muy reales. Malta tiene los mismos habitantes que la ciudad de Murcia, es menor que Baztán, sufre la mayor densidad de población de la Unión Europea y se encuentra a un paso de África. Imaginen no a esas 629 personas, sino a miles, millones a la espera de alcanzar sus costas. Y es que Abajo la valla es un lema precioso cuando el Otro está lejos. En Melilla ni la izquierda extrema aboga por tamaña belleza.
Y sí, sigo creyendo que debemos recibir a esa gente porque cualquier otra alternativa es horrible, pero, por favor, sin regalar insultos al prójimo de veras damnificado. Esto no debería ser un juicio entre santos y demonios, sino un sereno debate entre perjudicados y diletantes. Nos molestan cinco extraños en la piscina del barrio, y con qué alegría, y altanería moral, abrimos a infinitos el mar ajeno. ●