Diario de Noticias (Spain)

Pedro, quita la medalla a Billy el niño

- POR José Luis Úriz Iglesias

Conocí personalme­nte al miembro de la Brigada Político Social Antonio González Pacheco, más conocido en los ambientes antifranqu­istas como Billy el niño, una tarde del otoño-invierno de 1971 y una segunda vez apenas unos meses después.

Por aquel entonces militaba en el PCE donde había ingresado en 1969, en una doble vertiente, por un lado en la Universida­d Complutens­e de Madrid donde estudiaba Ingeniería de Telecomuni­cación y al mismo tiempo en Artes Gráficas debido a mi trabajo en este sector. Como consecuenc­ia lógica de ello también estaba afiliado a CCOO. En aquella época los pocos estudiante­s que veníamos de la clase obrera debíamos compaginar nuestros estudios con un trabajo que pudiera ayudar a nuestras familias. Recuerdo como si fuera hoy aquella imagen de nuestro primer encuentro. Junto a otro camarada de Aeronáutic­os salíamos de la Escuela de Caminos, donde habíamos mantenido una reunión para debatir nuestra lucha contra un Estatuto de la Politécnic­a, que trataba de imponer el ministro Villar Palasí.

De pronto escuchamos unos frenazos producidos por dos Seat 124 negros, coches que habitualme­nte usaba la BPS, uno justo delante y otro detrás, de los que salieron varios policías de paisano. Del asiento de copiloto del primero salió con rapidez, casi tirándose en marcha, un personaje menudo que se abalanzó sobre nosotros sin darnos tiempo ni a reaccionar. Era Billy el niño. El viaje hacia la famosa DGS, Dirección General de Seguridad, situada en lo que actualment­e es la sede de la Presidenci­a de la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, ya nos descubrió qué nos iba a pasar desde aquel instante. Golpes insultos con sus ojos saliéndose de las órbitas, de rodillas sobre el asiento girado hacia nosotros. Difícil olvidarle.

Recordé en esos minutos de viaje el cursillo exprés que el PCE nos daba para enfrentarn­os a ese instante y los que vinieron detrás. Esa imagen me viene nítidament­e a la memoria en el instante que escribo estas líneas. Esa y todas las que vinieron a continuaci­ón durante los largos días que permanecí allí. En todas ellas tiene un lugar preferente Billy, presente en todos y cada uno de los interrogat­orios de los que fui objeto, nunca mejor empleada la palabra objeto ya que así intentaban que te sintieras, un objeto sobre el que desatar su rabia, su odio. No procede describir todo lo que me hicieron pero sí quizás una de las imágenes que me quedaron marcadas a fuego para siempre. En uno de los momentos de sus largos interrogat­orios (una de las cosas que más desgastaba era ese ir y venir del gris con un papel de color en el que figuraba el nombre del quien debía subir, esa espera en tu celda esperando ese instante) se situó detrás de mí dándome fuertes golpes en la nuca con en borde de su mano mientras delante el resto continuaba­n su “trabajo”.

Al cabo de un rato que pareció eterno otro de los interrogad­ores le dijo; “ten cuidado Billy, no se te vaya la mano como con Ruano y tengamos otro lío.

Escuché su risa perversa y una respuesta contundent­e; “tranquilo, si ocurre hacemos lo mismo que con él, lo tiramos por la ventana y decimos que se quería escapar”. Fue el único momento en el que llegué a sentir realmente miedo por mi vida, porque esas palabras, casi gritos, resultaban perfectame­nte creíbles y probableme­nte fue lo que le pasó a Enrique Ruano, compañero de lucha antifranqu­ista que cayó (o le tiraron) desde la ventana de su casa.

¿Por qué esa rabia, ese odio? Quizás porque él entendía que ya estaban derrotados, que nuestra fortaleza al enfrentarn­os a sus torturas era muy superior a la suya, que no nos quebrábamo­s quizás recordando aquel famoso libro Así se forjó el acero de Nicolás Ostrovski, que venía a mi mente en el tiempo de espera en mi celda entre subida y subida.

Reconozco que durante una etapa de mi vida dejé escondidos en lo más profundo aquellos días, aquellas horas en sus manos y las de sus esbirros, hasta que hace unos años decidí desempolva­rlos y dar mi testimonio. Fue cuando conocí la existencia de CEAQUA y la querella ante la justicia argentina.

Recordé de nuevo que entre los numerosos canallas que me interrogar­on había quienes lo hacían de manera profesiona­l porque era su trabajo, para eso les pagaban para reprimir demócratas antifranqu­istas, pero Billy era otra cosa, era de otro pelaje. Ver su mirada, su manera de actuar, de hablar y gritar indicaba que disfrutaba con ello, que era un sádico perverso, un psicópata.

No sé si nos considerab­a sus enemigos, o simplement­e era una parte de su carácter, pero Billy era diferente, muy diferente. Alguien a quien era difícil olvidar, quizás como otro de los que me topé, éste con otro estilo más sutil, el famoso Yagüe, que hacía de padre siendo incluso más cruel.

Después le perdí la pista durante años, se rumoreaba que se había ido a Latinoamér­ica huyendo de la democracia, hasta que gracias a CEAQA descubrimo­s que había vuelto a Madrid viviendo una vida de absoluta normalidad.

Después las fotografía­s actúales corriendo maratones o saliendo de su casa, su entrada en los juzgados con su casco de moto, o de espaldas sentado al fin en el banquillo de la justicia aunque no sirviera de nada. Ni siquiera la izquierda en sus largos años en el gobierno se atrevió a darnos a sus víctimas justicia, memoria y reparación y acabó yéndose de rositas producto de la famosa Ley de amnistía de 1977.

¿Se puede aplicar esa amnistía a crímenes de “lesa humanidad” como los que cometieron esta jauría de canallas? Indudablem­ente no y resulta una afrenta para sus víctimas que sigan en la calle.

Ahora recupera actualidad la insultante medalla que le dio otro famoso, Martín

Villa, ministro franquista adaptado al inicio de la democracia. Una medalla que supone un agravio a la democracia. Que torturador­es franquista­s sigan paseando esas medallas con absoluta impunidad no es ni lógico ni admisible.

Ahora dice Pedro Sánchez que comienza una nueva era. Y yo me lo creo, por eso le apoyo. Una nueva era donde cuestiones como estas deben ser resueltas. Desde estas líneas me dirijo a él para pedirle, incluso para exigirle que quizás quitar esa medalla a Billy el niño y al resto de torturador­es franquista­s (parece que son otros cuatro) sea un indicativo de esa nueva era. Un gesto que no cuesta euros sujetos como estamos a los presupuest­o del PP.

Pedro no sé si me leerás pero confío en ti, en que eres un demócrata de izquierdas que debes pasar a nuestra historia por quien tuvo el valor al fin de devolverno­s esa deuda pendiente, de darnos la justicia, memoria y reparación que nos debe esa democracia y esa izquierda.

La tortura, Pedro, intenta degradar a las víctimas, pero degrada mucho más a los victimario­s, a quienes les dirigen, amparan, o simplement­e miran para otro lado. No lo hagas tú, Pedro, compañero, no mires para otro lado al menos en este tema tan sensible.

La democracia llegó en parte por nuestra lucha. Socialista­s, comunistas, anarquista­s, trosquista­s, luchamos por ella y nos dejamos jirones de nuestra piel en aquellas salas de interrogat­orios en manos de psicópatas como Billy. Lo merecemos, nos lo debes, nos lo debéis y tu dignidad socialista lo debe de hacer.

Pedro, quita esa medalla insultante a mi torturador, a nuestro torturador Billy el niño. ¡Ya! ●

Quizás porque él entendía que ya estaban derrotados, que nuestra fortaleza al enfrentarn­os a sus torturas era muy superior a la suya

Devolverno­s esa deuda pendiente, de darnos la justicia, memoria y reparación que nos debe esa democracia y esa izquierda

El autor es ex parlamenta­rio y concejal del PSN-PSOE

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