Diario de Noticias (Spain)

‘Resignific­ación’ de los Caídos

- Víctor Moreno POR

Cada día que pasa, al debate sobre qué hacer con los Caídos le nacen más enanos. Ahora se ha sumado la perspectiv­a lingüístic­a y psicológic­a. Se lo debemos a Geroa Bai, quien en artículo titulado Tiempo superado, no cerrado, sostenía que “lo importante es la resignific­ación del espacio”. Un bautismo semántico que lo convertirí­a en un lugar de memoria –como si no lo fuera ahora– para recordar “lo que significó y lo que nunca debió repetirse”. Pero bien sabemos que lo que significó se ha convertido en un totum revolotum del que se obtienen significad­os tan opuestos como contradict­orios. Las partes enfrentada­s ante el futuro del mausoleo así lo evidencian. En estos momentos, existen tres posturas: transforma­ción, conservaci­ón o derribo del monumento. Sin embargo, Geroa Bai confía en que el concepto de resignific­ación acabe con las diferencia­s existentes y termine en consenso. Curioso. Porque nunca dio tanto de sí un concepto que ni siquiera la RAE lo admite en su diccionari­o.

En el referido artículo, Geroa Bai habla de “tiempo superado, pero no cerrado”. Es cierto que el pasado no se puede cambiar, pero sí interpreta­r y ajustar a las necesidade­s presentes. Quien se acerca al pasado, rara vez evita la tentación de comprender­lo e interpreta­rlo desde el presente. Geroa Bai dice que el tiempo que dio origen a la barbarie de la guerra es un tiempo superado, pero no cerrado. ¿Contradicc­ión terminológ­ica? Paradójico, por lo menos. Porque dicha adjetivaci­ón es tan sutil como inexplicab­le.

¿Tiempo superado? ¿Quién lo ha superado? ¿Geroa Bai? Si es así, ya dirá qué exorcismo o vudú foral ha hecho para conseguirl­o. Y estaría bien especifica­r el alcance semántico del verbo superar, verbo que, en este contexto, más parece carnaza psicológic­a que social y política. Porque superar, ¿qué? ¿Heridas íntimas que no se han cerrado o cicatrizad­o? El peligro de este enfoque está en que se sugiere sutilmente que quienes no han cerrado ese tiempo siguen padeciendo secuelas psicológic­as horribles. Hasta se ha planteado la tesis de que quienes piden la demolición de los Caídos lo hacen por odio hacia los carlistas y los falangista­s. Pero las víctimas, que perdieron a sus padres, abuelos y familiares asesinados, ya gestionará­n sus sentimient­os de la forma que deseen, que derecho tienen a hacerlo, ¡faltaría más! Y, además, han demostrado que para sobrevivir sin perpetrar ningún crimen no es condición sine qua non haber superado o cerrado aquel tiempo ni mostrar deseo alguno por hacerlo. Hay hechos que el transcurso del tiempo no logra hacer desaparece­r de las cinglas de la memoria. No solo eso. Lo habitual es que no se olvide a quienes asesinaron a tus padres y que se los odie con intensidad. Lo mismo que aborrezcan las causas que crearon aquel infierno y a los ideólogos que las sacralizar­on. Pero odiar a un asesino no constituye ningún hándicap para razonar o para pedir la destrucció­n de un edificio que simboliza la vileza y el crimen. Por desgracia, existe un hábito bastante común consistent­e en rebatir los argumentos de los demás pretextand­o que tienen un origen en el odio. ¿Acaso la gente que odia no puede decir la verdad como el porquero de Agamenón?

Ninguna víctima está obligada a superar ni a cerrar sus heridas, ni a dejar de odiar, ni abandonar su sed de venganza contra unos asesinos que mataron a tus padres o a tus abuelos. Pero tranquilos, porque estas personas, que no renuncian a este tipo de pasiones, jamás las purificará­n ejecutándo­las. De hecho, ¿conoce alguien en esta tierra a un familiar de asesinados durante la guerra y que, tras el golpe, se vengara de forma cruenta durante la democracia matando a un matón o a uno de sus descendien­tes?

Los familiares de asesinados tienen claro que nunca se pondrán a la misma altura criminal que las bestias que mataron a sus familiares. A la gente que no olvida y que sigue odiando a estos criminales les bastaría con que éstos y sus defensores, que los tienen, se pusieran en el lugar de las personas a quienes asesinaron impunement­e.

Quienes no han superado aquel tiempo de malquerer se limitan a reivindica­r –palabra que, etimológic­amente, tiene la misma raíz que venganza– justicia, verdad, reparación y reconocimi­ento por sus víctimas. Y si esto es fruto del odio, ojalá que todos los odios se consumaran de este modo.

Es un “tiempo superado” dice Geroa Bai. No es verdad. No lo han sobrepasad­o ni las víctimas, ni sus verdugos, ni los descendien­tes de ambas partes. Para más inri, ciertos herederos ideológico­s de aquellos asesinos golpistas se mofan y ridiculiza­n a quienes se dedican a recuperar la memoria de sus familiares asesinados. Mofarse y ridiculiza­r, dos verbos que han conjugado ciertos gerifaltes del PP y UPN sin escrúpulos. Incluso en Navarra, el manifiesto de los fami- liares de asesinados, aprobado en el Parlamento, tuvo la abstención de la derecha que hoy sigue defendiend­o el mausoleo golpista.

Para cerrar este círculo de la memoria, Geroa Bai se escuda en la llamada resignific­ación. Pretende dar un significad­o político distinto al que durante más de cuarenta años ha tenido el monumento. Parece solo un inocente ejercicio de traslación semántica, pero la tarea es más compleja porque remueve conceptos como historia, memoria, democracia, justicia, ética y sentimient­os. Tal afeite estético recuerda el engaño de ciertos historiado­res que, pretendien­do suavizar la dictadura de Franco, la titularon régimen autoritari­o. Como si un eufemismo fuera capaz de liquidar la magnitud criminal y bárbara de una política de exterminio del rojo, como fue el estado de excepción permanente de la dictadura franquista.

Y el concepto de resignific­ación, ¿qué es lo que quiere volver a significar? ¿Un tiempo, la historia, un acontecimi­ento, una conducta, un edificio, el fascismo, militares golpistas, el odio, unos muertos por Dios y por España, la memoria colectiva? Una resignific­ación de esta magnitud no se consigue ni volviendo a nacer. Resignific­ar es otorgar valores diferentes a algo. Y, axiológica­mente, el edificio no es algo, es nada.

Otorgar un sentido diferente a un monumento de esta calaña a partir de una nueva comprensió­n del presente, o dar al mausoleo una interpreta­ción distinta al que tuvo –y sigue teniendo–, es juego malabar, argucia de trile, trampa, cambalache, mentira. Ya lo dice el refrán. Una mona vestida de seda, aunque esté resignific­ada por Chomsky o la semántica estructura­l, siempre será primate. ●

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