‘Resignificación’ de los Caídos
Cada día que pasa, al debate sobre qué hacer con los Caídos le nacen más enanos. Ahora se ha sumado la perspectiva lingüística y psicológica. Se lo debemos a Geroa Bai, quien en artículo titulado Tiempo superado, no cerrado, sostenía que “lo importante es la resignificación del espacio”. Un bautismo semántico que lo convertiría en un lugar de memoria –como si no lo fuera ahora– para recordar “lo que significó y lo que nunca debió repetirse”. Pero bien sabemos que lo que significó se ha convertido en un totum revolotum del que se obtienen significados tan opuestos como contradictorios. Las partes enfrentadas ante el futuro del mausoleo así lo evidencian. En estos momentos, existen tres posturas: transformación, conservación o derribo del monumento. Sin embargo, Geroa Bai confía en que el concepto de resignificación acabe con las diferencias existentes y termine en consenso. Curioso. Porque nunca dio tanto de sí un concepto que ni siquiera la RAE lo admite en su diccionario.
En el referido artículo, Geroa Bai habla de “tiempo superado, pero no cerrado”. Es cierto que el pasado no se puede cambiar, pero sí interpretar y ajustar a las necesidades presentes. Quien se acerca al pasado, rara vez evita la tentación de comprenderlo e interpretarlo desde el presente. Geroa Bai dice que el tiempo que dio origen a la barbarie de la guerra es un tiempo superado, pero no cerrado. ¿Contradicción terminológica? Paradójico, por lo menos. Porque dicha adjetivación es tan sutil como inexplicable.
¿Tiempo superado? ¿Quién lo ha superado? ¿Geroa Bai? Si es así, ya dirá qué exorcismo o vudú foral ha hecho para conseguirlo. Y estaría bien especificar el alcance semántico del verbo superar, verbo que, en este contexto, más parece carnaza psicológica que social y política. Porque superar, ¿qué? ¿Heridas íntimas que no se han cerrado o cicatrizado? El peligro de este enfoque está en que se sugiere sutilmente que quienes no han cerrado ese tiempo siguen padeciendo secuelas psicológicas horribles. Hasta se ha planteado la tesis de que quienes piden la demolición de los Caídos lo hacen por odio hacia los carlistas y los falangistas. Pero las víctimas, que perdieron a sus padres, abuelos y familiares asesinados, ya gestionarán sus sentimientos de la forma que deseen, que derecho tienen a hacerlo, ¡faltaría más! Y, además, han demostrado que para sobrevivir sin perpetrar ningún crimen no es condición sine qua non haber superado o cerrado aquel tiempo ni mostrar deseo alguno por hacerlo. Hay hechos que el transcurso del tiempo no logra hacer desaparecer de las cinglas de la memoria. No solo eso. Lo habitual es que no se olvide a quienes asesinaron a tus padres y que se los odie con intensidad. Lo mismo que aborrezcan las causas que crearon aquel infierno y a los ideólogos que las sacralizaron. Pero odiar a un asesino no constituye ningún hándicap para razonar o para pedir la destrucción de un edificio que simboliza la vileza y el crimen. Por desgracia, existe un hábito bastante común consistente en rebatir los argumentos de los demás pretextando que tienen un origen en el odio. ¿Acaso la gente que odia no puede decir la verdad como el porquero de Agamenón?
Ninguna víctima está obligada a superar ni a cerrar sus heridas, ni a dejar de odiar, ni abandonar su sed de venganza contra unos asesinos que mataron a tus padres o a tus abuelos. Pero tranquilos, porque estas personas, que no renuncian a este tipo de pasiones, jamás las purificarán ejecutándolas. De hecho, ¿conoce alguien en esta tierra a un familiar de asesinados durante la guerra y que, tras el golpe, se vengara de forma cruenta durante la democracia matando a un matón o a uno de sus descendientes?
Los familiares de asesinados tienen claro que nunca se pondrán a la misma altura criminal que las bestias que mataron a sus familiares. A la gente que no olvida y que sigue odiando a estos criminales les bastaría con que éstos y sus defensores, que los tienen, se pusieran en el lugar de las personas a quienes asesinaron impunemente.
Quienes no han superado aquel tiempo de malquerer se limitan a reivindicar –palabra que, etimológicamente, tiene la misma raíz que venganza– justicia, verdad, reparación y reconocimiento por sus víctimas. Y si esto es fruto del odio, ojalá que todos los odios se consumaran de este modo.
Es un “tiempo superado” dice Geroa Bai. No es verdad. No lo han sobrepasado ni las víctimas, ni sus verdugos, ni los descendientes de ambas partes. Para más inri, ciertos herederos ideológicos de aquellos asesinos golpistas se mofan y ridiculizan a quienes se dedican a recuperar la memoria de sus familiares asesinados. Mofarse y ridiculizar, dos verbos que han conjugado ciertos gerifaltes del PP y UPN sin escrúpulos. Incluso en Navarra, el manifiesto de los fami- liares de asesinados, aprobado en el Parlamento, tuvo la abstención de la derecha que hoy sigue defendiendo el mausoleo golpista.
Para cerrar este círculo de la memoria, Geroa Bai se escuda en la llamada resignificación. Pretende dar un significado político distinto al que durante más de cuarenta años ha tenido el monumento. Parece solo un inocente ejercicio de traslación semántica, pero la tarea es más compleja porque remueve conceptos como historia, memoria, democracia, justicia, ética y sentimientos. Tal afeite estético recuerda el engaño de ciertos historiadores que, pretendiendo suavizar la dictadura de Franco, la titularon régimen autoritario. Como si un eufemismo fuera capaz de liquidar la magnitud criminal y bárbara de una política de exterminio del rojo, como fue el estado de excepción permanente de la dictadura franquista.
Y el concepto de resignificación, ¿qué es lo que quiere volver a significar? ¿Un tiempo, la historia, un acontecimiento, una conducta, un edificio, el fascismo, militares golpistas, el odio, unos muertos por Dios y por España, la memoria colectiva? Una resignificación de esta magnitud no se consigue ni volviendo a nacer. Resignificar es otorgar valores diferentes a algo. Y, axiológicamente, el edificio no es algo, es nada.
Otorgar un sentido diferente a un monumento de esta calaña a partir de una nueva comprensión del presente, o dar al mausoleo una interpretación distinta al que tuvo –y sigue teniendo–, es juego malabar, argucia de trile, trampa, cambalache, mentira. Ya lo dice el refrán. Una mona vestida de seda, aunque esté resignificada por Chomsky o la semántica estructural, siempre será primate. ●