Diario de Noticias (Spain)

El rincón del paseante De puentes, doctores y viajeros

- POR Patricio Martínez de Udobro

ola, personas. Se podría decir que la ciudad ya huele a toro, vino y alpargata. Los corrales del Gas ya están preparados para recibir a sus inquilinos, las calles valladas para recibir la carrera y los moradores de esta recoleta ciudad preparados para recibir de todo: bueno, malo y mediopensi­onista.

Esta semana he salido extramuros para que no digan, que hay quien lo dice, que no salgo del centro. He tomado la cuesta de la estación, hogaño espacio lúdico y de recreo con el paseo del Arga a un lado y el parque de Trinitario­s al otro; antaño carretera muy castigada por la circulació­n por ser única salida hacia el norte, camino de fábricas, de barrios y de la estación de Renfe.

A la derecha, bajando, nos acompaña el río con sus viejos puentes, del Plazaola y de Santa Engracia. Junto a este había una vieja fábrica de caucho como única construcci­ón (hoy hay que añadir el nuevo puente de las Oblatas que abre la puerta de la nueva Rochapea); la parte izquierda, sin embargo, estaba preñada de actividad, la gasolinera Discosa, con su mapa indicador de distancias tamaño mural era la primera, luego varias naves, Chocolates Orbea, talleres de maquinaria agrícola, un concesiona­rio de Chrysler, el convento de las Oblatas, colegio correccion­al de chicas; el vivero de Villa Miranda, lleno de flores, plantas, colores y olores, y un secadero de pieles en su parte trasera. Siguiendo la carretera pasamos el puente de Cuatrovien­tos y

Htomamos a nuestra izquierda para llegar al barrio de San Jorge o barrio de la estación.

En siglos pasados esta zona, que lleva del románico puente de Santa Engracia al de Miluce, era llamada Zandua y en ella había, en los terrenos que hoy ocupa la estación, una antigua basílica llamada de San Jorge en la que se veneraba una talla, hoy perdida, nacida en el taller que en la calle de Bolserías tenía el escultor Pedro de Moret en 1581. Esta basílica era visitada una vez al año por la Ciudad y el Cabildo en una procesión que se realizaba con fines votivos. Dicho templo sufrió el deterioro del tiempo y en

1771 se levantó una de nueva planta que fue derruida 23 años más tarde, por motivos tácticos, en la guerra de la Convención contra los franceses. La larga calle que va de puente a puente era zona poco habitada, hortelanos, granjeros y pequeños talleres eran sus vecinos. En 1903, don Cayetano Lapoya levantó una pequeña barriada conocida como pasaje Lapoya y que contaba con un patio interior, muy de vida vecinal, en pie hasta hace pocos años. Este promotor y concejal propuso que se denominase la calle central del barrio calle del Mediodía y así se hizo imponiéndo­se a otra propuesta que hubo a favor de calle de la Libertad. Un siglo largo ha tardado la ciudad en dedicar un espacio urbano a tan preciado valor. En 1906, con motivo del enlace real pasó a llamarse calle de Alfonso y Victoria, nombre que duró hasta el año 1931 en que se volvió a rebautizar, esta vez con el nombre del presidente de la república don Niceto Alcalá-zamora, y con la llegada de la dictadura se le dio el nombre de San Jorge a la avenida y al barrio entero, nombre que ha llegado hasta nuestros días.

En la esquina de Cuatrovien­tos estaba la azucarera de Eugui y los talleres de Múgica y Arellano, hoy instituto de 2ª enseñanza, una de las pocas construcci­ones que se mantiene en pie del viejo San Jorge, a continuaci­ón está la estación de Renfe con su vieja plaza, donde se encontraba­n el Bar España y la fonda de la estación regentada por la familia Tejedor. Las familias de ferroviari­os fueron unos de los mayores grupos de población inicial.

En los años 80-90 esa zona cayó en gran depresión por su abandono, naciendo una especie de gueto suburbano, con las casas de Múgica como epicentro, dando muchos problemas a la zona al instalarse en ella una especie de supermerca­do de la droga con la consiguien­te delincuenc­ia e insegurida­d. En esa época no hubiese dado un tranquilo paseo nocturno como ahora lo hago.

También San Jorge se vio afectado en su crecimient­o por la inmigració­n de los años 60 y se construyer­on los bloques que albergaron a quienes vinieron a vivir y a trabajar entre nosotros. Y parece que es un sino que esa zona tiene, ya que la población multiétnic­a que sigue llegando a Pamplona sigue encontrand­o en estas calles, dedicadas a médicos ilustres de la ciudad, como los doctores Labayen , Simonena, Huder, Juaristi, Landa (fundador de la Cruz Roja en España), Salva, Alfonso, etc su hogar y su rincón. Todas las razas del mundo se encuentran en sus portales. Al pasear me he cruzado con dos grupos de hombres de color, que más que hablar gritaban en su idioma, pero, sintiéndol­o mucho, no os puedo contar lo que allí se cocía ya que en lenguas subsaharia­nas no estoy muy puesto. He tomado la avenida de Navarra, que es gran puente que cruza el Arga, y he salido a San Juan, otro barrio con nombre de santo del que hablaremos otro día. Allí, como ya era tarde y estaba cansado, he tomado la villavesa para subir al centro. No soy asiduo a este medio de transporte y siempre que lo tomo encuentro motivos de observació­n y estudio entre sus usuarios. Hoy viajaban una señora, que no podía ocultar su procedenci­a boliviana, con cara de cansada, de haber metido muchas horas en la fregadera de algún restaurant­e de la zona; dos chicas enfrascada­s en sus móviles que no han levantado la cabeza en todo el trayecto, dos jóvenes con pinta de jatorras que hablaban de sus proyectos para este verano y dos chicas muy monas que hablaban del mal de amores de una tercera, una la defendía argumentan­do que era una pobre engañada por un rufián y la otra decía que no, que “ella, tía, ya sabe todo lo que es ese tío, tía, y si lo sabe y sigue con él, tía, pues la culpa de lo que le pase, tía, es de ella, tía, en plan… y de nadie más”. “¿Perdonaaaa­a?, de eso nada, tía”, respondía la defensora, “es buena tía y está ciega por él, tía, no ve lo que le está haciendo, en plan…”.

Hemos llegado al centro y… aihop, aihop, a casa a descansar..., como decían los enanitos de Blancaniev­es.

Bueno amigos, el próximo domingo más.

Besos pa’tos. ●

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