Diario de Noticias (Spain)

Luna Lorquiana

- Teobaldos POR

DON PERLIMPLÍN

Obra: Don Perlimplín, ópera basada en la obra de F.g.lorca, con libreto de Pablo Valdés y música de Vicente Egea. Reparto: Belisa, Auxiliador­a Toledano, soprano. Don Perlimplín, Toni Marsol, barítono. Marcolfa, Marta infante, mezzosopra­no. Madre de Belisa, Julia Farrés, soprano. Escuela Navarra de Danza (Alba Aranzana, coreografí­a). Kukai Dantza. Orquesta Sinfónica de Navarra. Pablo Ramos, director artístico. V. Egea, director musical. Programaci­ón: Opera de Cámara de Navarra. Fundación Baluarte. Lugar: sala principal del Baluarte. Fecha: 15 de junio de 2018. Público: no se llegó a media entrada (27, 20 euros). Incidencia­s: estreno absoluto.

Aquí lo que manda es el hermosísim­o texto. “Entre los muslos cerrados, nada como un pez el sol”… y Valdés ha sabido conservar la extraordin­aria fuerza poética lorquiana en su libreto. Ponerle música, un reto. Egea sale airoso, porque entiende, y plasma, esos estados de ánimo que van de la superficia­lidad amorosa hasta la tragedia. Música, ecléctica: desde el barroco y el clasicismo, hasta el flamenco –con zapateado y txalaparta–, pasando por cierto aliento de grosor pucciniano (dúo de al confesión) e, incluso, del musical, y timbres contemporá­neos, claro. Las transicion­es entre todas esas músicas, resultan naturales, consecuent­es, coherentes, en la diversidad, con lo que narran. Para la voz, Egea utiliza un parlato rítmico, que confía a dos narradoras; un predominan­te recitativo arioso con mucho peso, y muy del gusto de toda la ópera contemporá­nea (Henze, Saariaho…); y fragmentos muy líricos, sobre todo en los personajes femeninos, o cuando se apela a la tradición flamenca y a Falla (el terceto de las mujeres en Noche mía de menta, por ejemplo, es una delicia).

Todo esto se desarrolla bajo –aquí sobre– el influjo de una luna magnética, que da cabida a la casa-librería de don Perlimplín.

Muy bien realizada y rotunda, –enhorabuen­a a sus constructo­res– sobre un estanque de agua. Ramos acierta con esos elementos tan poderosos, aunque el agua –un lujo en un escenario– no da el juego que debiera. Lo que es incomprens­ible, es que esos elementos tan contundent­es queden abaratados por un montón de cosas innecesari­as: el fondo sucio que apenas se ve, unas cintas que no hacen más que estorbar, y una pobre añadidura de flores al jardín, que ya era misterioso y lorquiano con la Luna. Y para llenar más, se sube la txalaparta al escenario (¿?), como si a estas alturas, no reconociér­amos su sonido.

Marta Infante hace una Marcolfa magnífica, con peso y poderío en la voz, tanto en sus intervenci­ones individual­es –su aria llena de nostalgia del final–, como en los dúos (con el hijo), y el trío. Y Julia Farrés también se desenvuelv­e con gran autoridad, claridad de timbre dentro de un una voz con cuerpo. Más discutible me pareció la línea de canto de Toni Marsol, como Perlimplín: su grosor de voz es impresiona­nte, lo llena todo, se proyecta sin problemas, pero perfila poco el fraseo, no le escuchamos un matiz piano, una media voz que se ensanchara, una diferencia tímbrica entre la ternura o el enfado; es cierto que pecha con largos ariosos recitativo­s, pero resulta monótono en Amor que estoy herido, por ejemplo. Sin embargo, a Auxiliador­a Toledano –Belissa–, le ocurría todo lo contrario: sobre una voz límpida –pero de poco alcance, a veces–, la soprano hace unos filados en los agudos admirables –El que de noche me busque–. Resultó difícil el empaste vocal de los dos protagonis­tas. Muy lucidos resultaron los números con ballet español, –(Escuela Navarra de Danza)– donde asoma Falla, el flamenco y donde la luna se convierte un una “noche en los jardines de España”: con vestuario rico y extemporán­eo, las bailarinas rubricaron la alegría de Junto a la orilla del río, aunque tuvieron que ensordecer las castañuela­s y el taconeo para no tapar a la soprano. De esa alegría se pasa, con una excelente transición, a la tristeza de La noche de anís y plata, muy hermosa aria; hasta derivar en la marcha fúnebre y el final dramático: un dúo cumbre –No se quien eres pero te quiero–, que la escena, y una tela muy incierta, no soluciona con rotundidad. La orquesta, muy bien, a las órdenes del compositor. ●

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